Ganó la abstención. No llovía, ni nevaba, ni vientos huracanados para explicar el quedarse sentado en el sofá. Tampoco se puede recurrir como antaño al miedo del pueblo por cumplir con sus obligaciones de ciudadano. Entonces, ¿cuál es la razón?

Está claro, la decepción, la deshonestidad que contamina la res pública y crea un divorcio entre ciudadanía y clase política. Si no se resuelven las causas de este desencanto general es posible que la abstención se instaure, y no solo en Andalucía, con el peligro de que el lobo se coma a las ovejas. La historia no miente.