Hace unos días vi El insulto, del director libanés Ziad Doueiri, una película que bucea con soltura e inteligencia en las sucias, turbias y peligrosas aguas del enfrentamiento, el rencor y el desprecio étnico; un largometraje que invita a la reflexión sobre los efectos individuales y sociales generados por la inducción de sentimientos asentados en el prejuicio y el resentimiento; un filme que habla de la hipocresía y el oportunismo político; una cinta que aboga por cerrar la puerta al odio para dar paso la razón, el entendimiento y la convivencia. En definitiva, una película recomendable para cavilar acerca de los torrentes de animadversión y hostilidad que discurren cada día con más fuerza, poniendo en riesgo el acuerdo en favor de la cohesión y la prosperidad.
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