España se avejenta, es un hecho. Vivimos el registro de natalidad más bajo de las últimas cuatro décadas. Parece que son pocos, los valientes españoles que se deciden a ser padres.

¿Qué factores influyen más allá de las estadísticas? Principalmente, el económico. Desde la noticia del embarazo comienza el dispendio de buenos cuartos. Carrito de paseo, cuna y ropita de bebé, enseres en las antípodas de lo barato. Prepárense los bolsillos una vez llega el neonato, para pañales, potitos de comida y cremitas varias. Después ya vendrán los pagos de la guardería, el colegio, las actividades extraescolares, instituto y la carrera en la universidad. Da vértigo el precipicio, con tan solo echar números.

Otro condicionante es la responsabilidad. Un hijo supone una constante preocupación, desde el día de su nacimiento hasta el final de nuestros días. Dónde estará, cómo y con quién. No todas las cabezas se sienten preparadas, para acometer la envergadura de semejante desafío.

¿Hay facilidades para la conciliación familiar? Aparte de la reglamentaria baja por maternidad o paternidad, la precariedad laboral invita a creer lo contrario. Ya se sabe el pensamiento del empresario: no hijos, no ausentismo.

Y por supuesto, el factor social, nuestro tiempo. En plena era del narcisismo, con fotos de uno mismo cocinando, de viaje, en el gimnasio, jugando a la videoconsola, en clase de bachata, tocando el trombón y demás te voy contando mi vida en las redes sociales por si te interesa, no cabe el elemento de un retoño en semejante derivada multitarea.

¿Consecuencias de la acuciante falta de nenes? Mejoremos el atractivo por tenerlos y vayamos de paso abriendo las puertas de la inmigración. De lo contrario, dejará de ser una falacia el trabajar hasta los ochenta años.

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