La semana pasada se ponía fin a una gesta que debe llenarnos de orgullo. Periódicos, televisiones, tertulias de oficina o de bar han hecho de Julen casi nuestro hijo, hermano o nieto. Y, aunque la razón nos hacía presagiar el final, el corazón pesó mucho más. La vida está llena de encrucijadas en las que uno debe decidir entre la mirada de lo insalvable o la lucha por un futuro incierto.

Ahora toca poner la voz al servicio de estos otros Julen sepultados por la montaña de la indiferencia o el desconocimiento; toca sentir algo de sonrojo por ser el Gran Hermano a buen recaudo, lejos de esos agujeros irrespirables y oscuros en los que viven tantos niños en este planeta.

Nuestro equipo, el de cada cual, no solo juega cada fin de semana en un recinto deportivo, sino que lo formamos unos y otros cuando dejamos a un lado las diferencias para buscar un bien mayor.

Se acabó la incertidumbre sobre la suerte de nuestro Julen, pero la gesta continúa, porque hay muchos otros Totalán en Siria, Yemen, Afganistán o Somalia? y, al final, lo que muestra nuestro verdadero rostro se resume en lo que hemos visto en este caso casi al detalle: humildad, buen hacer, constancia y decisión.

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