Mientras conserve la capacidad de recordar, creo que no olvidaré los 18 euros pagados hace unos once años por tres pequeñas raciones de pan en un restaurante ubicado en la calle La Rambla de Barcelona, pues hay ocasiones en las que el desfase de los márgenes comerciales penetra en el consumidor como un clavo en la mantequilla. Y aunque uno sea consciente de la cuota de responsabilidad asumida al pedir pan sin conocer su precio, la cicatriz más visible por longitud y profundidad continúa siendo la del 'sablazo'.

Eso sí, al menos degustamos el escaso y caro producto, cuestión que no sucede con esa parte del dinero que los contribuyentes pagamos en impuestos para el funcionamiento y mantenimiento del Estado y que, finalmente, acaba en las manos privadas de la indecencia, privando a la ciudadanía de buena parte de los recursos destinados al bienestar colectivo.