Las elecciones generales calientan motores. Suprimiendo interés por sus congéneres de escala, pero sobradas de crispación. De insulto y menosprecio.

Más preocupados los protagonistas en enmerdar, que en enmendar la plana. Todos contra todos. Como si no hubiera que vender bien bonito el voto, para que los verdaderos protagonistas se lo compremos.

Se habla de colchones, de su uso y disfrute en condiciones óptimas. Del cambio de atuendo, según llueva o haga calor. De manuales. De pasados de sonrojo todavía presentes, de temores a posar juntos en la foto, con ese o aquel.

Pero ¿qué hay de lo importante, de lo mollar del asunto? ¿De los desafíos territoriales? ¿Impuestos a la Banca? ¿Pymes? ¿De la reforma laboral? ¿Vivienda? ¿Inmigración? ¿Derechos de la mujer? ¿Quién se compromete en firme a posicionarse de uno u otro lado?

Mucho deben convencer los programas electorales en campaña, para asegurar el bien colectivo, más allá de la codiciada poltrona.