La honradez y la veracidad de los gobernantes forman parte del contrato con los ciudadanos. La correspondencia de estos hacia sus dirigentes, como se está demostrando, se refleja en los índices de popularidad. Ciertamente, los estudios demoscópicos pueden estar influidos por operaciones de imagen, tanto o más que la propia realidad. Pero, en los países democráticos, el pluralismo permite corregir posibles excesos y al cabo, como en Francia, puede producir una notable recuperación a favor del jefe de Estado -en sondeos no estatales-: ha aumentado 14 puntos, tras la caída derivada de la concatenación de crisis como la revuelta de los chalecos amarillos y las manifestaciones y huelgas interminables contra la reforma de las pensiones, zanjadas de momento por la amplitud de la pandemia.

Se publican muchos artículos de grandes figuras tratando de diseñar el futuro tras esta gran crisis mundial de la globalización. Mi impresión es que proyectan sobre el porvenir su visión del presente y los deseos de reforma que tantas veces habían manifestado tiempo atrás. Quizá no pueda ser de otra manera. Y quizá también por esto, me alegra esa actualización de las virtudes clásicas, al compás de la pandemia, que da pie a soñar en un renacimiento de la ética pública.

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