Proyectó decenas de puentes, el paisaje de Francia está sembrado con sus obras, y ha sido consultor en decenas de estas estructuras, desde Japón a Camerún. El ingeniero francés Michel Virlogeux (1946), distinguido con la Legión de Honor en su país, está reconocido en todo el mundo como uno de los mejores especialistas y sus puentes han tenido innumerables premios, como el de Normandía, un puente atirantado que atraviesa el estuario del Sena y que en 1998 mereció el título de obra más sobresaliente del año en Francia. Aunque la obra que realmente ha consagrado a Virlogeux es el viaducto de Millau, el puente más alto del mundo. Sin embargo, esta obra colosal, que atraviesa el valle del río Tarn, en el sur de Francia, pasa por ser del arquitecto británico Norman Foster.

-¿Ha visto la página web de Foster and Partners? El arquitecto se atribuye la autoría de su viaducto y usted aparece nombrado en último término, junto a otras empresas.

-No es grave, me es igual. Sí, figuro como consultor. Pero mi relación con Foster es excelente y nos hemos vuelto a presentar juntos a otros concursos. Él es el arquitecto y yo soy el autor conceptual. Y él nunca tuvo intención de ser el ingeniero ni yo el arquitecto. Yo comencé los trabajos para el viaducto en 1987 y Foster se incorporó en 1993. La idea es de 1990 y es mía pero el viaducto no hubiera sido tan bueno sin la colaboración de Foster. Además, sin él, seguramente, no hubiera resultado elegido el proyecto [en el concurso convocado por el gobierno francés]. Los miembros del jurado querían un nombre y el trabajo de Foster fue formidable. Resultó muy agradable y fructífero trabajar juntos.

-¿Por qué todo el mundo cree que es obra de Foster y no suya?

-Porque Foster es más conocido. La culpa la tienen los medios de comunicación. Yo no compito con Foster, yo soy ingeniero. Un periódico británico publicó un gran reportaje con Foster sobre el viaducto y los ingenieros protestaron y pocos días después salí yo. Los ingenieros no son lo suficientemente mediáticos y no se expresan con la misma desenvoltura que los arquitectos. Es una lástima.

-¿No resulta frustrante para los ingenieros que su trabajo pase inadvertido para el gran público?

-Sí y no. En el fondo me es igual; lo que cuenta para mí es hacer buenos puentes. Soy muy conocido entre los ingenieros, pero no tenemos mucha fama entre el público. No es un problema que me quite el sueño. Lo que me saca de quicio es la arbitrariedad formal, los proyectos fantásticos que no hay quien los haga funcionar. Eso con Foster no ocurre. Con él las discusiones siempre fueron para que el viaducto fuese lo más bello y estructuralmente lógico. Su equipo siempre tuvo en cuentas las condiciones de construcción.

-¿Y dice que tienen más proyectos conjuntos?

-Concursamos juntos en Bélgica para construir el puente de Anvers, pero no lo ganamos. Era el mejor proyecto, aunque también el más caro. Y recibimos un premio en Alemania por nuestra colaboración.

-¿Qué opinión le merecen los puentes que proyecta Santiago Calatrava?

-No me gusta lo que hace. Es muy hábil pero está muy alejado de lo que es la ingeniería. Sus obras resultan muy caras porque no tiene en cuenta las necesidades estructurales. Proyecta formas artificiosas, y lo peor es que dio ideas a otros que son completamente tontos. No, no me gusta; no estamos en la misma lógica.

-¿En qué está trabajando ahora?

-En el puente de Terenez, en Bretaña, que ya está en construcción, y en un puente móvil en Burdeos.

Virlogeux declaró en alguna ocasión que es "capaz de ver si la estructura encaja en el paisaje, si responde a las condiciones y limitaciones del lugar y de concebir las proporciones globales", pero que se siente "incapaz de dar forma final al detalle, de modo que exprese el flujo de esfuerzos y realce el concepto estructural". Ese complemento es el que el ingeniero encuentra en Foster. "Foster entiende las estructuras", sostiene Virlogeux quien asegura que el equipo del arquitecto británico nunca le empujó hacia "una dirección técnica peligrosa".

Por el contrario, Virlogeux lamenta que haya "grandes arquitectos de moda que hacen cosas locas", a las que "los ingenieros están obligados a dar forma para hacerlas funcionar".

No ha sido el caso del viaducto de Millau, que se inauguró hace ahora cuatro años, en diciembre de 1994. Su altura máxima es de 343 metros sobre el río Tarn y tiene una longitud de casi dos kilómetros y medio. Costó cerca de 400 millones de euros y en él trabajaron tres mil personas a lo largo de los 36 meses que duró su construcción. Forma parte de una autopista y su trazado permite reducir en 40 minutos el viaje hacia el norte de Francia.

Las fotografías que ayer mostró Vilogeux dan una idea bastante aproximada de lo que debe suponer cruzarlo: los coches ruedan por encima de las nubes y los pájaros quedan a la altura de los ojos. Un portento, que sir Norman Foster no dudó en apropiarse en una entrevista. Ahora quedan más claros los términos de la autoría.