-¿Aún con sentido del humor?

-Eso nunca se pierde.

-Cantó en el Ayuntamiento, ¿cómo fue eso?

-Me lo pidió una periodista y asentí pensando en mi nieta periodista. Canté una canción que cantábamos en la cárcel de A Coruña y que me valió un mes de calabozo. Me la enseñaron unas presas y la cantábamos mucho.

-¿Cómo fue su estancia en la cárcel?

-Tenía muy buenas compañeras: Esther Casares, hija de Casares Quiroga; Laura, la famosa comunista que cada vez que venía Franco la metían en la cárcel; la Corales. La Corales era ya mayor, delgada y dura, no de corazón sino de fortaleza. Me preocupa no saber qué fue de ella, pero creo que ahora van a reivindicar su memoria. Escondía a gente en su casa y una noche dieron el soplo de que tenía a unos chicos socialistas y los cogieron a todos. También estaba Antoñita, enferma de los huesos. Ellas dos eran las únicas que tenían cama, las demás dormíamos en el suelo. Bueno, y Esther Casares, que, como estaba tuberculosa como su padre, tenía una celda a parte.

-¿Por qué la encarcelaron?

-Me denunciaron acusándome de dirigir checas y el SIM, el Servicio de Investigación Militar rojo.

-¿Y era cierto?

-¡No, si tenía 17 años! Cuando vino el policía a tomarme declaración, me dijo: 'Creí que sería una mujer gordísima, alta y con un látigo en la mano'. Más tarde, los militares me enviaron a la cárcel. Fue por ser hija de mi padre.

-Un notable republicano.

-Un republicano de nacimiento.

-¿En qué términos hablaba de Franco su padre?

-No decía mucho. Mi padre se limitó, durante la guerra, a pensar en sus amigos, en los perseguidos, en los fusilados y en quién ganaría, pero cuando hablaba de él lo llamaba 'el mamalón'.

-Un apelativo muy coruñés.

-Sí, él lo usaba siempre, en todas sus cartas. Pasó toda su vida escribiendo contra Franco. No hablaba, pero sí escribía y, cuando ponía 'el mamalón', sabíamos que se refería a él.

-La guerra disgregó a su familia, dentro y fuera de España.

-La familia se deshizo y nunca más nos volvimos a reunir. Yo me fui con mis padres a Francia, a mi hermana Ana María [escritora y violinista] y mi hermano Javier los cogió la guerra en A Coruña y Amparo [colaboradora de Casares Quiroga y casada con el escritor y editor Arturo Cuadrado] se fue a la Argentina. Javier [llegó a ser alcalde de Carral] estuvo mucho tiempo escondido después de un juicio sumarísimo por haber pasado del frente franquista al republicano para reunirse con nosotros en Barcelona. No lo logró; las carreteras estaban cortadas y tuvo que volver a A Coruña. Ana María y yo pudimos ir a Francia con los primeros pasaportes de Franco. No sé cómo lo consiguió pero el 14 de abril de 1940 nos reunimos en Francia con papá.

-¿Ana María le ayudó también a salir de la cárcel?

-Sí. Trabajaba en el Ayuntamiento y la dejaron cesante. El señor Barbadillo [fiscal militar del bando sublevado] le tenía simpatía. Llegó a ofrecerle un sueldo y ella lo rechazó porque no estaba justificado. Cuando me metieron en la cárcel, fue a pedirle ayuda, y gracias a Barbadillo no me llevaron de cárcel en cárcel; me habrían matado.

-Ana María escribió unas memorias, Soltando lastre, ¿usted no escribe las suyas?

-Tengo unas a medio escribir y me da pereza acabarlas, serían larguísimas, interminables. Mi hermana Ana María contó la primera parte, cuando se quedó en A Coruña, y nosotros nos fuimos a Soria con mi padre, que lo habían nombrado gobernador civil, pero no llegó a tiempo para escribir la segunda parte. Mis memorias pretenden abarcar desde que nací a ahora, mis vivencias, lo mal que lo pasé.

-¿Pasó hambre?

-En Madrid, muchísima, y los bombardeos eran monstruosos

-¿Trabajó de sirvienta?

-Fue en Francia, cuando estábamos en Normandía y los alemanes invadieron el país. Una intérprete pidió a mi madre que me dejase servir en su casa. Como nos habíamos quedado sin trabajo, mi madre se ofreció a ir ella, pero yo le dije que de ninguna manera, que iría yo. También trabajé en un matadero clandestino en Barcelona. Removía la sangre para que no se cuajase, ayudaba a descuartizar los animales para hacer embutido y tenía que lavar unos sacos que no había quien los lavase. Trabajos muy duros...

-¿Qué fue lo más duro?

-Estar fuera de Galicia.

-¿Por qué no volvió?

-No podía, tenía miedo. Vine 30 años después, en 1970, a trabajar a Madrid y me jubilé allí. '¡Cuidado con esta, que es roja!', dijo un mandamás de la oficina cuando llegué, ¡y era el año 1970!

-¿Qué perdió?

-Perdí mi tierra, la familia, la cultura... ¡Si yo soy casi analfabeta!

-¿Cómo recuerda a su madre?

-Era fantástica, genial. El poco gallego que sé se lo debo a ella. Cuando citaban a mi padre en la prensa y no nombraban a mi madre yo me enfadaba. Fue olvidada. Yo, con poca cultura, me atreví a escribir artículos sobre ella. Aprendí mucho de mi madre. Me colaba con ella en los mítines de mi padre. Fue la primera mujer bachiller de A Coruña. Nació en Culleredo y se crió en Vilaboa, montaba los caballos a pelo en la aldea. Era una mujer fantástica. Murió de morriña en 1941 al poco de llegar a Francia.

-¿También vivieron en el sur de Francia, Montauban?

-Sí, y el obispo siempre me saludaba, era curioso, porque no nos conocíamos. Tengo muy buen recuerdo de Montauban, allí me casé y allí nació mi hija.

-¿Las heridas están cerradas?

-No tengo odio ni rencor, pero el recuerdo es permanente.