"El viaje no acaba nunca". El viaje es simplemente el comienzo de otro". Esto escribía hace dos días José Saramago en su bitácora de internet. Con su mujer, Pilar del Río, acababa de llegar a su casa de Lanzarote, después de hacer una parada en Sevilla al regreso de Lisboa, tras asistir en Azinhaga a la colocación de una estatua ante la casa donde nació. En esas cavilaciones se hallaba el autor del Ensayo sobre la ceguera cuando estaba otra vez a punto de partir, ahora a la ciudad de A Coruña, reclamado para tomar parte en los Diálogos Literarios de Mariñán, de la Fundación Carlos Casares.

Como él dice, tiene muchos años, pero no es mayor, igual que ha decidido no ser abuelo, sino tener nietos y, aunque le flaquea un poco la salud estos días, él sigue adelante: "El viaje no acaba nunca".

Camina apoyándose en Pilar, que le llama "cariño", y parecen una pareja de enamorados. A sus 86 años, Saramago sigue siendo un hombre alto, aunque ahora está más delgado y anda encorvado, pero sabe disimular cuando posa para los fotógrafos. Viste escrupulosamente y llama la atención sus cuidadas manos; nadie diría que fue un niño pobre.

"Hace años, y puedo repetirlo ahora, yo decía: ´Tenga la edad que tenga seguiré siendo el nieto de mis abuelos". Hablando de ellos —convirtiéndolos en "personajes literarios"— empezó su discurso en la Academia Sueca cuando le dieron el Nobel, recordaba ayer en el pazo de Mariñán, donde ya estuvo en otras ocasiones, como aquella en 1991, cuando coincidió con Torrente Ballester: "Todavía no se ha hecho justicia en España con la obra de Torrente. La saga/fuga de JB es, sencillamente, una obra genial". "¿Cómo este hombre pudo escribir ese libro, digno de un titán?".

Saramago ya superó la edad de sus abuelos. "Voy a morir más viejo que ellos", dice, pero duda que llegue a centenario, como su paisano el cineasta Manoel de Oliveira, "un caso extraordinario". "Si yo llego a los cien no estaré escribiendo", dice el autor de obras como Memorial del convento o El año de la muerte de Ricardo Reis.

Asegura que no teme la muerte. "La muerte es la condición misma de la vida. Tenemos que morir. Hay que morir", dice, y recuerda el susto que se llevó hace un par de años, cuando la enfermedad lo sorprendió escribiendo El viaje del elefante.

"Estuve a punto, pero me escapé. Estaba en el hospital y, viendo las noticias en la televisión, me enteré de la muerte de Ángel González. Vi que yo lo tenía más complicado, pero no puedo dejar de pensar que si él estuviese en la cama de al lado y recibiese los mismos cuidados que yo aún estaría aquí. Pero no dramaticemos, cuando llega la hora, adiós, muy buenas".

Ha visto también morir, recientemente, a su amigo Mario Benedetti, al que dedicaron una lectura de sus obras mientras estaba hospitalizado. "Estaba mal y dijo ´estáis locos´. No estamos locos, fue Pilar quien tuvo la idea": "Normalmente, ponemos coronas de flores; no podíamos haber puesto una mejor".

Puede que no llegue a escritor centenario, pero en un año ha alumbrado tres libros. Uno de ellos, El cuaderno de Saramago, crítico con Berlusconi, fue vetado en Italia por la editorial Einaudi, propiedad del primer ministro: "No les gustó nada que le llamase delincuente". "En cualquier otro país, Berluschi, como yo lo llamo, no sería primer ministro, pero los italianos parece que están contentos con él", afirma Saramago, que considera lo ocurrido hasta cierto punto comprensible. Y no la censura que sufrió en su país con El Evangelio según Jesucristo (1991) cuando el gobierno luso rechazó que optase al Premio Literario Europeo porque la obra podía ofender a los católicos: "Es el resultado de la estupidez de un ministro de cultura de un Estado católico, monárquico y reaccionario".

Saramago considera que las religiones son un lastre. "Sencillamente, Dios no existe", y "si todo el mundo fuese ateo la vida sería mucho más tranquila", asegura el escritor, que rechaza la idea de Dostoievski de que si Dios no existiese todo estaría permitido: "No es cierto, está la conciencia", dice él.

De su último libro no habla. Ni cita el título, que es por donde suele empezar. Ni palabra, sólo que saldrá a la venta el próximo otoño. Polémico o no, advierte que con él algunos "se rasgarán las vestiduras". "Lo acabo de entregar a mi editor [Zeferino Coelho], que está ahí atrás y se parece a Trotsky" .

Siempre combativo, Saramago se pregunta cómo, ante la magnitud de la actual crisis, "la gente no salió a la calle", y constata que "ni los partidos socialistas ni los sindicatos han sido capaces de pronunciarse". "La izquierda no tiene ideas, porque si no las presentó en una situación crítica como esta, dificilmente podemos esperarlas en otra ocasión. Es terrible, no ha estado a la altura de las circunstancias".

Saramago sueña con la antigua Iberia, una idea que lanzó hace algún tiempo. "¿Por qué no insistir en esta idea si es históricamente legítima?". "No estoy haciendo una apuesta de futuro pero puede ocurrir, sería una integración beneficiosa" tanto para Portugal como para España, que, con Galicia, "sería la autonomía más grande".

Comprende, no obstante, "el desequilibrio autonómico" que podría derivarse de esa unión y las reticencias que suscitaría en Cataluña. "No le gustaría, en cambio a Galicia no le importaría".

Ante las preguntas de los periodistas, Saramago vuelve a hablar de escritores gallegos. Cuenta que le gusta la obra literaria de Manuel Rivas, con quien comparte estos Diálogos Literarios de Mariñán, pero dice que él es, sobre todo, de Álvaro Cunqueiro: "Es una figura importantísima". Relata que un día entró en la Casa del Libro de Madrid y se compró un libro suyo, se fue al hotel a leerlo y, cuando lo estaba leyendo, se dio cuenta de que estaba traducido al castellano. "Me llevé un shock, creí que lo estaba leyendo en gallego y estaba en castellano". Tiene también un recuerdo para Casares, de quien fue amigo y cuya muerte repentina, "después de una vida de entrega total a la literatura, como escritor, editor y organizador de medios de comunicación", le impresionó.

Y salen a relucir de nuevo sus relaciones con Portugal. Saramago asegura que no son malas en absoluto y subraya que no está "exiliado". Vivir en Lanzarote significa, simplemente, que "nos hemos cambiado de barrio". "Tenemos casa en Lisboa desde siempre y pago mis impuestos en Portugal, con gran escándalo de la Hacienda canaria". "No voy a poner en una balanza dónde me quieren más, en España o en Portugal, pero reconozco que en España me tratan mejor que a alguno de los suyos".