-¿De dónde le viene el afán por conocer a Sofía Casanova?

-Hace muchos años, yo trabajaba en el antiguo instituto femenino de Ferrol, que se llamaba Camilo Alonso Vega y, al llegar la democracia, se pensó en un nuevo nombre. Se barajaron varios y una compañera que daba clase de Ciencias Naturales hizo una defensa tan buena, tan inteligente y tan apasionada de Sofía Casanova que consideramos que el instituto llevase su nombre. Yo entonces no tenía ni la menor idea de quién era Sofía Casanova, y eso que me dedicaba a enseñar Literatura, y a partir de ahí me lancé a buscar datos sobre ella para que mis alumnos no me cazasen en blanco. Fui a la Real Academia Galega y encontré un trabajo de José Luis Bugallal y a partir de ahí empecé a profundizar. Me pareció una señora tan interesante y tan desconocida y se me abrió un mundo tan exótico que no pude evitarlo.

-Hasta el punto de que ha trabado relación con su familia.

-Sí, una vez que empecé a tirar del hilo fui encontrando más datos y llegué a tener un puzle con tantas piezas, tan dispersas e incoherentes, que no era capaz de casarlo. Después de darle mil vueltas, una compañera, María Dolores Guerreiro, me dijo: 'Tengo un tío que fue lector en una universidad alemana al que oí comentar que conocía a algún descendiente de Sofía Casanova'. Ese tío era don Dictinio del Castillo-Elejabeitia, un intelectual muy interesante al que tampoco se conoce, y me puso en contacto con la familia de Sofía. Empecé a entablar contacto con la hija menor, Halina, que ya era una anciana, pero muy lúcida, y nos intercambiamos una serie de cartas. A partir de ahí ya no hubo manera de parar: me fui a Polonia, conocí al resto de la familia, seguí avanzando en mis investigaciones y, en un momento dado, le enseñé el material que había reunido al ahora académico Xosé Luis Axeitos, que era mi jefe de seminario en el instituto Rafael Dieste de A Coruña. 'Eres una inmoral. Tener esto en un cajón, eso no se puede hacer...' y me animó a hacer la tesis doctoral sobre Sofía Casanova. Y, con ocasión de un viaje institucional de Fraga a Polonia, me llamaron para dar una conferencia en el Instituto Cervantes de Varsovia sobre Sofía Casanova. Al mismo tiempo, la Xunta publicaba la primera parte de mi tesis. El libro se presentó en Varsovia y yo convoqué a todos los descendientes de Sofía para que pudiesen tener un reencuentro con los orígenes de su ascendiente. Quizá fue el momento más vinculante de la familia de Sofía y la España de hoy. Y a partir de ahí seguí tirando del hilo. La verdad es que para mis hijos es como una abuela y los descendientes de Sofía con los que tengo contacto son como mis primos, salvando las distancias, porque muchos de ellos tienen una categoría mucho mayor que la mía, pero hay una confianza mutua.

-¿Qué es lo más llamativo que encontró en Sofía Casanova?

-La vida de Sofía es tan compleja y tan interesante que todo me llama la atención y todo me interesa, pero una de las labores más importantes, y menos apreciada, es su labor periodística. El hecho de ser la primera corresponsal permanente de un periódico español (ABC) siendo mujer ya es importantísimo. Pero no es sólo eso, desempeñó su labor de una manera tan inteligente, tan reflexiva y tan crítica que merecería estar en un puesto que hoy nadie siquiera se lo plantea.

-¿Debería estar en el Panteón de Galegos Ilustres?

-La vida de Sofía es tan compleja y pasó por tantas vicisitudes históricas que no puede ser analizada de una forma esquemática, y no creo que la familia estuviese dispuesta a perder ese vínculo afectivo tan importante con ella.

-¿Los descendientes cultivan todavía el vínculo con Galicia?

-Sí, lo que pasa es que como son personas que pasaron por tantas vicisitudes históricas, en Polonia y en Rusia, y tan diferentes a las de España, están cargadas de escepticismo político y no les interesa que la figura de Sofía pueda ser manipulada. La familia, lo que valora -porque son personas muy cultas- es algo más hondo, más profundo y de otro calibre. Y por otra parte, es la abuela, aquella abuela con tanta personalidad que no es que los haya marcado, es que los troqueló, y todos tienen una gran pasión por España y conocen la lengua.

-¿Habla en español con ellos?

-Hablo en español con la mayoría, y también en francés. Además, es gente que a donde non chega manda recado y aunque no hable del todo español tiene referencias y es capaz de leer un libro en español. Son personas que tienen una gran tradición de amor a la cultura española y es mucho más profundo de lo que pueda parecer.

-Cuando fue a cubrir para la prensa la revolución rusa de 1917, Sofía Casanova iba esperanzada pero volvió completamente decepcionada.

-Su familia política vivió en un ambiente muy nacionalista en Polonia, muy conservador y católico, pero eran personas muy sensibles desde el punto de vista intelectual. No era gente dogmática sino que tenía el hábito de pensar, de reflexionar, de hacer crítica... Sofía era conservadora pero analizaba los hechos y no condenaba a primera vista, sino que salvaba lo que le parecía en conciencia que era salvable, y se ilusionó mucho con la revolución. Tenía un concepto nefasto de la política del Zar y le repugnaban la corrupción, los abusos y la miseria, así que vio en la revolución una oportunidad para la justicia social. Ella, como tantos otros, pensaron que aquello sería una revolución burguesa y no contó con lo que luego pasó, con el terror y la violencia roja que vivió.

-¿Cree que su figura fue instrumentalizada por el nacional-catolicismo en España?

-Sin duda. Sofía Casanova estaba pasando por unos años horribles de penuria extrema, y pretendía incluso mantener a la familia, una familia que había tenido mucho dinero pero que vivió una larga serie de guerras: la primera guerra mundial, la revolución bolchevique, las guerras de fronteras de Polonia, vivió persecuciones políticas y las pasó canutas. Y Sofía, en un momento determinado, se dejó llevar, quizá con buena voluntad, por los consejos de algunos amigos, y fue muy utilizada. No hay que olvidar que en 1938 la trajeron expresamente a Burgos para un acto de propaganda política. Pero tampoco hay que olvidar que Sofía era una persona de ideas conservadoras y que había vivido la revolución bolchevique y que de buena fe confió en el fascismo. Dentro de su mentalidad fue coherente pero en España se la utilizó mucho más allá de lo que pueda ser ético. Y en ese sentido, la familia tiene un cierto recelo y miedo a que utilicen su memoria. Hay circunstancias de fondo que pesan mucho a la hora de comprometerse con esta figura y por eso Sofía Casanova no interesa a nadie.

-¿A nadie?

-Absolutamente a nadie. En un mundo práctico como el de hoy, Sofía no interesa ni a la izquierda ni a la derecha, su figura no da juego, estuvo demasiado comprometida, lo cual no quiere decir que no haya rectificado. No interesa a nadie, si no no estaría tan enterrada y yo no tendría la oportunidad de haberme dedicado a ella tantos años.

-¿Le cuesta publicar?

-No tengo ninguna manera de publicar. Me dediqué 36 años a la enseñanza media y al mismo tiempo investigaba sobre Sofía. Reuní mucha información, pero ¿quién apuesta por ti?, ¿qué editorial? Nadie. Ni la Academia, puesto que no escribió en gallego. El problema de Sofía es que no es de aquí ni de allá ni de acolá.