–Doctor en Filosofía y licenciado en Matemáticas, ¡qué formación tan rara en un dramaturgo!

–Filosofía y matemáticas tienen mucho que ver con el teatro y con mi formación como dramaturgo. El teatro es un lugar excepcional para la contradicción, la paradoja, el debate y dar qué pensar, como la filosofía. El matemático busca lo esencial, la expresión más sencilla posible y el teatro, también. Los buenos actores, con un solo gesto, dan cuenta de la evolución del personaje, como pasar de la alegría al dolor, y el mejor escenógrafo es el que se expresa a través de la imaginación.

–Su teatro es muy sobrio.

–Está en la tradición del teatro griego y en el del Siglo de Oro. El actor, en un pequeño corral de comedias, puede dar idea de estar en un pueblo castellano o en la corte polaca. ¿Cómo se hace La Tempestad, de Shakespeare, en miserables teatros? ¿O la tormenta que enloquece al rey Lear? Sólo a través de unos actores extraordinarios, de un poeta y de la complicad del espectador, de un espectador que quiere imaginar. El teatro es el reino de la imaginación.

–¿Se abusa de lo espectacular?

–Sin duda. Muchas veces el gran espectáculo es el gesto de un actor.

–¿Se entiende bien con los directores de sus obras?

–Con muchos trabajé repetidas veces, lo cual quiere decir que cada uno sabe cuál es su lugar. Yo sé que el espectáculo es del director, es el firmante último. No deseo que se confirme mi texto en escena.

–¿Le tentó dirigir?

–No me siento competente.

–Con lo mucho que escribe, tendría poco tiempo.

–No escribo tanto, ni estreno tanto como parece. Quizá algunos textos que estaban en el cajón se estrenaron al mismo tiempo. Cuando me aficioné el teatro como espectador, a los 16 años, sentí que quería participar pero para construir ficciones y personajes, para inventar conflictos.

–¿Es deudor del teatro independiente?

–Mis primeros estrenos, en 1994 y 1996, de Madrid, fueron en La Cuarta Pared, una sala muy pequeña pero muy importante.

–¿Y por su vínculo con Guillermo Heras, antiguo director del grupo Tábano?

–Cada año hacemos una representación en una iglesia de Ávila, la última sobre textos de Santa Teresa. También trabajamos sobre El libro de Job y sobre El gran inquisidor, de Dostoievski. Es treatro alternativo radical.

–¿El teatro español está en un buen momento?

–El teatro está en un buen momento en el mundo, como arte, porque surgen nuevas vías y da sorpresas, y, porque hay un redescubrimiento del espectáculo teatral.

–¿Concibe un teatro que no sea político?

–Es político porque se realiza ante la polis, porque sólo se puede hacer teatro sobre cosas que rompen el narcisismo de uno y tienen que ver con preocupaciones de otros y porque es el mejor lugar para la crítica y para la utopía.

–¿Tiene que provocar?

–Debe generar controversia. Es el arte del conflicto. Las mejores obras son capaces de dividir al público y de abrir una contradicción en cada espectador. El mejor teatro es polémico, desata una guerra.

–¿Con qué obras desató más guerra?

–Con Himmelberg, una obra que habla de nuestra complicidad con el horror nazi; Hamelin, que habla de quienes ante la pederastia miran para otro lado; Carta de amor a Stalin, sobre las difíciles relaciones del arte con el poder: ´la negociación de qué podemos decir, qué callamos´.

–¿Los Aznar vieron Alejandro y Ana [Animalario]?

–Probablemente alguno la habrá visto. Es una obra que se hizo para tres días, con cuatro actores, y acabó teniendo 500 funciones.

–¿Es lo que llama ´teatro histórico de urgencia´?

–Hay ocasiones en las que lo que está ocurriendo exige una inmediata reacción, pero una reacción que ha de ser artística e, inevitablemente, tomar partido. La escandalosa boda era símbolo de una exhibición obscena del poder, justo cuando se fraguaba la participación de España en la guerra de Irak.

–¿Gürtel merece una obra?

–Cuando empezó lo de los trajes de Valencia nos decían que nos habíamos quedado cortos. En Alejandro y Ana había un personaje, Bolpone, que vendía de todo, aprovechaba la boda para establecer contactos y vender.

–¿Correa?

–Lo que han hecho Correa y El Bigotes deja corto a ese ingenioso personaje, que vendía tanques y relojes. Hay cosas que te llevan a este tipo de teatro, no sólo Gürtel, también la cacería de Bono, la persecución de Garzón o la situación del Tribunal Constitucional. Ahora estoy escribiendo otras obras pero es verdad que cuando uno abre el periódico se siente impulsado a hacer este tipo de teatro de urgencia.

–¿Qué está escribiendo?

–El cartógrafo, relacionada con el holocausto, y Si supiera cantar me salvaría, una obra muy radical: la entrevista a cara de perro entre un autor teatral y un crítico que, la noche del estreno, quiere leer la crítica antes de publicarse. Y estoy escribiendo otra para La Fura dels Baus, para Alex Ollé.

–Toda una novedad.

–Alex tiende ahora hacia algo muy esencial, me gustó mucho lo que hizo sobre La Metamorfosis, de Kafka. Tener como cómplice a alguien como él, capaz de crear grandes espacios, es un desafío.

–¿Reescribe mucho?

–Sí, siempre estoy en pelea con las obras. El teatro es dialéctico y hay que estar atento al público y rectificar porque si pretendí una controversia y me salió una arenga.

–¿Hay rastros de Harold Pinter en su obra?

–Si duda. Pinter es un maestro. Mostró cómo la observación aparentemente descarnada de nuestra vida cotidiana, y los enormes absurdos que esconde, puede ser un gran espectáculo. Hay en él una interesante confluencia entre el realismo chejoviano y el absurdo de Beckett o Ionesco. Y tiene un extraordinario oído para el lenguaje.