–¿Benidorm es el paradigma?

–Desde luego, sin duda. Ya no lo digo yo, que me quedé solo en 1976 defendiendo ardorosamente Benidorm, ahora ya lo dice el Laboratorio de la Sostenibilidad. Es la ciudad más sostenible, más ecológica y más sensata. Y, desde el punto de vista urbano, es el producto turístico más enraizado con la idea de ciudad y el único que mantiene el liderazgo. En plena crisis, tiene una tasa de ocupación 24 puntos por encima de Canarias y ha rebasado a Mallorca.

–Benidorm cumple tres funciones antropológicas, dice usted.

–Alcohol —y la droga—, el baile y el sexo furtivo.

–¿Cómo atraer turismo a una ciudad media sin nada especial?

– Cuando se convierte en un monocultivo, se sacrifica todo por el turismo y se admite todo: los comportamientos que hay en Benidorm no son tolerables en otros sitios. En Barcelona, el turismo supone el 16%. No se puede sacrificar una ciudad por el 16% de sus ingresos. La cuestión es cómo conciliar una estructura productiva no turística con una oferta turística determinada y eso no es fácil, requiere volumen, tamaño, planta o un patrimonio histórico poderosísimo. Yo no creo en el turismo temático, en el mejor de los casos dura unos años y luego desaparece. No hay fórmulas milagrosas. En Bilbao, el crecimiento masivo del turismo no ha sido por el efecto Guggenheim, ha sido por la autoestima: los bilbaínos se dieron cuenta de que tenían una ciudad que podía ser interesante y hasta bonita. Antes estaban muy acomplejados, les parecía mucho mejor Santander o San Sebastián.

–¿El icono arquitectónico no funciona?

–El icono arquitectónico sin contenido carece de sentido. Si el Guggenheim se llamara museo vasco de arte contemporáneo no hubiera significado nada, pero ahí se produjo una alianza, casual y estudiada: un buen trabajo de planificación de usos y la aparición, después, de Frank Gehry, que, por otra parte, es el origen de tantos excesos. El ejemplo contrario es el efecto Calatrava, que son unos contenedores fastuosos y fatuos, una colección de fetiches inútiles que no tienen contenido alguno, son absurdos. La gente no acaba de entender que el turismo no es una industria del espacio, sino del tiempo: el turista compra tiempo, qué puede hacer cada hora. Por eso funciona Benidorm, se puede elegir entre muchas opciones. Primero hay que pensar en el uso, a qué público te diriges, cuáles son las necesidades locales, si la oferta del edificio va a ser nacional o internacional.

–Usted es partidario de convertir en hotel un monasterio como el de Celanova, en Ourense, contra el criterio popular.

–Absolutamente partidario, y no me consta esa oposición. Esto no es nuevo, ya lo inventó el marqués de Portazgo, lo siguió Fraga y ocurre en toda Europa donde hay patrimonio. ¿De qué va a vivir Celanova en el futuro? Nuestro proyecto trata de aprovechar una pieza para dinamizar económicamente una comarca. Sería un hotel de alto nivel y dejaría campo libre a que la iniciativa privada haga hoteles pequeños.

–Muchos ayuntamientos no tienen planeamiento.

–No me parece tan relevante. La cuestión es la ley del suelo, que es nefasta, conspira contra la idea de la ciudad y ha propiciado que el urbanismo de los últimos 35 años haya sido tan malo. El origen de las ciudades es una acumulación por el intercambio, no sólo bienes y mercancías, también afectos, nociones, ideas, etcétera.Y ese intercambio sólo se produce si hay acumulación, pero la ley del suelo está negando la ciudad y por eso las periferias son espantosas. Le ley sigue unos criterios de progresismo barato propios de una izquierda reaccionaria. Yo soy partidario de la densidad. La altura no es siempre mala, puede ser buena, y las zonas verdes grandes no funcionan, se convierten en cloacas peligrosas. Soy partidario de que haya miles de jardines cerca de las casas: propician el encuentro entre vecinos y no tienen problemas de seguridad y mantenimiento.

–¿Edificar a 500 metros del mar?

–Si se quiere hacer turismo hay que acercarse al mar, pero en las estrategias de acumulación es inevitable reducir impactos. Yo estoy de acuerdo con la concentración. Bernidorm utiliza menos del 2% del territorio litoral valenciano y produce el 42% de la renta turística. El error no es Benidorm, es el resto.

–¿Acabar con los restos del pasado?

–¿Los chaletitos y las casitas? No se puede tener todo, hay que elegir. Yo no intento ser drástico, lo que pasa es que el territorio no perdona y hoy no admite un sistema de expansión urbanística ilimitada, entre otras cosas porque el primer principio de sostenibilidad es el transporte y hay que reducirlo al máximo. Un sistema territorialmente expansivo es inviable económicamente e insostenible. Lo que me hace gracia es que se hable de viviendas sostenibles en un urbanismo no sostenible y en un territorio no sostenible.

–¿La crisis ayudará a poner las cosas en su sitio?

–Hemos vivido como nuevos ricos, un 20% por encima de lo que éramos. Va a haber un periodo de ajuste muy largo y muy complicado. Tenemos un parque de viviendas extremadamente alto y una cultura propietaria que es económicamente inviable, no porque la gente no pueda pagar las hipotecas, sino porque impide la movilidad en el trabajo. Uno se ata a una casa y a un espacio de trabajo, y no tiene sentido. Cuando hay movilidad laboral, se necesita un sistema de vivienda que sea móvil también. En España sólo el 14% de la vivienda es de alquiler, mientras que en los países nórdicos y de alta movilidad llega hasta el 80%. Franco lo planteó bien: un tipo que se compra una vivienda y firma una hipoteca se convierte en un buen chico inevitablemente.