–¿Lo suyo es una combinación de talento, suerte y osadía?

–Nunca se sabe en qué medida, pero un mínimo de talento, sí; y de trabajo y de suerte.

–¿Y cierta osadía?

–Tampoco tanta. Cambié mi carrera de violinista por la de director pero todo es música. Sólo trato de hacer mi trabajo del modo más honesto posible y de disfrutarlo.

–Se formó como clarinetista y violinista: viento y cuerda.

–Soy de Valencia y allí se dice que todos nacemos con una boquilla en los labios. Mi primer instrumento fue el clarinete pero por algo tan sencillo como la caída de los dientes me pasé al violín, y cuando estaba en la Sinfónica de Galicia empecé a llevar la Joven Orquesta y Víctor Pablo Pérez me dio la primera oportunidad para dirigir, cosa que no olvidaré nunca.

–Y se lanzó a dirigir.

–Sí, pero no fue un salto al vacío, fue progresivo, una transición muy natural.

–Una serie de carambolas le llevó a EEUU y a Estocolmo.

–Sí, son golpes del destino. Tuve la gran fortuna de conocer a James Ross, que fue mi primer profesor de dirección y recaló en A Coruña no se sabe muy bien por qué. Me animó, me consiguió una beca en la Universidad de Maryland y no lo dudé. Y cuando estaba acabando el máster en EEUU, me llamó un amigo que era director de la Escuela de Estocolmo y me avisó de que al día siguiente había pruebas para entrar en el conservatorio. A las dos horas, tomé un avión a Estocolmo, y mi carrera dio un vuelco.

–Siempre, buenos contactos.

–Es la fortuna, siempre necesitas a alguien que te dé la primera oportunidad. Si no hay alguien que tenga confianza en ti, la primera oportunidad no llega nunca.

–Pasó de tocar con sus compañeros a ser el ´maestro´.

–Mis compañeros lo aceptaron de forma natural y me apoyaron.

–Dice que la dirección de orquesta es ´oscura´, ¿por qué?

–Es una profesión difícil de definir, en la que hay una parte psicológica y emocional. La conexión personal es fundamental porque llegas un lunes, te enfrentas a una orquesta que no conoces y el viernes estás haciendo un concierto.

–¿Mucho de comunicador?

–Yo creo que sí, hay que gestionar muy bien el trabajo con los grupos y conocerlos. El factor psicológico es muy importante.

–¿Tener mano izquierda?

–La verdad es que sí, y saber cuándo puedes forzar la máquina o conviene levantar el pie del acelerador para lograr un mejor resultado. También es una buena manera de descubrirse a uno mismo.

–¿Dirigir entraña soledad?

–Bastante. Como dice el gran director Riccardo Muti, ´el podio no es un continente de poder sino una isla de soledad´, y es así, estás solo en todo el trabajo previo hasta que confrontas la música con la orquesta. Yo sigo buscando el contacto con los músicos fuera del ensayo para tomar una cerveza o un café con ellos, no quiero aislarme ni vivir la tristeza del camerino.

–¿Rompe moldes en la Sinfónica del Vallés?

–Trato de lograr una mayor comunión con el público y de romper las barreras con el escenario. A veces, antes del concierto, explico lo que es la obra para mí, así se establece una unión emocional. También dejamos sillas vacías en el escenario para que el público las ocupe y viva la música desde dentro, sienta las vibraciones de los instrumentos y se relacione con los músicos. Por primera vez pueden ver la cara del director.

–Puso a Pasión Vega a cantar a Falla.

–Sí, soy un absoluto admirador. Fue una colaboración muy bonita, nos juntamos los dos mundos: ella haciendo lo nuestro y nosotros orquestando sus canciones.

–¿Un toque de populismo?

–Todo vale si se hace con calidad, hay que huir de los dogmas. Tan válida es Pasión Vega como Tchaikovski. Hay cabida para todo.

–A la gente le produce más respeto un concierto que un museo.

–Es que hemos establecido una serie de normas que en el fondo son la negación, como no poder aplaudir cuando quieras. En la época de Mozart todo el mundo aplaudía entre movimientos y ahora parece que si alguien responde con un aplauso espontáneo está mal visto, significa que no conoce la obra.

–¿Sus directores de orquesta?

–Bernstein o Karajan, que, además, cambiaron la historia de la música del siglo XX: Karajan revolucionó la industria discográfica y Bernstein, que aparte de un gran compositor, pianista y director, fue un grandísimo comunicador y logró ser conocido por todos.

–¿Algún otro?

–Carlos Kleiber y Mariss Jansons. Y, de ahora, Dudamel, un fenómeno mediático y el mayor talento que vi en un director; único.

–Un valenciano dirigiendo una orquesta catalana.

–Siempre fui muy bien acogido en Barcelona y les resulta enternecedor mi acento valenciano cuando hablo en catalán.

–¿Desde niño vive la música?

–Sí, mi padre es músico profesional, director de una banda, y en casa siempre vivimos la música, por eso no es de extrañar que mi hermano y yo saliésemos músicos.

–Dirige una orquesta en Barcelona, tiene una carrera internacional y vive en Lugo.

–No es sencillo, supone un esfuerzo, pero es importante que mi familia tenga raíces en un sitio. Otros hacen más sacrificios que yo.

–¿Su niño ama la música?

–Le encanta la ópera.

–Dirigir El sueño de una noche de verano, con música de Mendelssohn postiza, y rara vez representada, como hará mañana en A Coruña, ¿otra de sus osadías?

–Sí, pero trato de no planteármelo, aunque es la primera vez que se hará así en España. Si piensas demasiado las cosas, da vértigo.