–¿Cómo encontró esa reliquia de película de Concha Piquer?

–Jorge Martínez Reverte me encargó el guión de un documental y, mirando aquí y allá, buscando en una biografía de la Piquer de Martín de la Plaza, me encontré con una referencia a esta película pero fechada en 1927. Yo la buscaba por ese año y no la encontraba por ningún lado. Se describían los cantos y los bailes que hace la Piquer en este corto de once minutos pero, al tener la fecha confundida, estuve dando palos de ciego una buena temporada, hasta que se me ocurrió entrar en la Internet Movie Data Base, que es la mejor base de datos de cine, y ahí por fin la encontré: estaba en el Biblioteca del Congreso, en Washington, y no era de 1927 sino de 1923.

–Y allí se fue.

–No, lo primero que había que hacer era contactar con el dueño de la película, un viejo coleccionista norteamericano, Maurice Zouhary. Este señor, de casi 90 años, tiene todas las películas de Lee DeForest, un ingeniero electrónico que fue el primero en grabar de forma simultánea la imagen y el sonido en la misma banda del celuloide y que patentó el Phonofilms. El verdadero cine sonoro es ese; hasta entonces se empleaba un sistema de discos de pizarra que se pinchaba cuando salía una imagen y nunca estaban sincronizados, era muy rudimentario, una especie de apaño.

–¿La de Concha Piquer es, pues, la primera película sonora?

–Es la primera película sonora en español. Se han agitado banderas de españolidad y se ha incurrido en el error de decir que es la primera película sonora del mundo. No, es la primera en español. DeForest llevaba varios años haciendo pruebas y tiene una película anterior a esta con sonido.

–Y quizá sea también el primer filme sonoro en portugués.

–Sí, porque Piquer canta también un fado en portugués, Aínda máis, o quizá sea en gallego, no sé.

–Un fado acompañado de castañuelas, por cierto.

–A parte de la orquestina, que debe estar en el foso pero no se ve, se acompaña de castañuelas. Se ve que le cogió gusto, no las suelta.

–Tenía sólo 17 años y se le ve con una soltura y una gracia...

–Cuando dos o tres años antes la descubre en Valencia el maestro Penella, el autor de El gato montés, ella ya llevaba desde los once años subida a los escenarios, era de una precocidad absoluta. Tenía mucha soltura, un garbo, un carácter y una manera de desenvolverse increíble. No se cortaba ante nada, y fue así toda su vida. Cuando ya era famosa y viajaba por todo el mundo con su compañía, de unas 200 personas, ella fichaba hasta el último eléctrico. No sólo era la estrella de la compañía sino que era también la jefa absoluta.

–¿Usted era piqueriano o descubrió ahora la copla?

–Yo no soy un fanático de la copla, pero siempre me gustó. En los años de la movida, Antonio Gastón, el dueño de El Sol, en Madrid, después de cerrar al público, se ponía a cantar para los amigos como Marifé de Triana. Me fascinaba. Siempre me han gustado las coplas, sobre todo las de Rafael de León, tiene unas letras fantásticas y, si no era piqueriano, ahora lo soy, y devoto.

–¿Devoto de Concha Piquer?

–Absoluto. Cuando me meto en un lío de estos me ataca de inmediato el síndrome de Estolcolmo. Ya me pasó también con Dionisio Ridruejo. Buscando información para un documental sobre su figura, encontré también una cinta magnetofónica en la que el propio Ridruejo narraba toda su vida.

–¿Por qué no habla en el documental Concha Márquez, la hija de Conchita Piquer?

–No llega a hablar porque no hubo un acuerdo con ella.

–Dice que queda mucho por saber de su madre y que si se conociesen sus diarios ´se caería la catedral de Burgos´.

–No me extraña, a la Piquer se le atribuyeron muchos romances.

–Afirma que si arrasó en España es porque estuvo cinco años triunfando en Broadway y sabía cómo se hacían los espectáculos.

–Es que allí aprendió todo y, además tenía una gran capacidad de aprender. Cuando se graba esta película debe de llevar sólo un año en Estados Unidos, ¡y cómo se desenvuelve!

–Sostiene que la cinta de Lee DeForest no gustó a su madre.

–No creo que le disgustara. Hay un recorte de El Heraldo de Madrid en el que Piquer escribe una carta al director precisando que fue ella, y no Raquel Meller —que también hizo películas sonoras después—, la primera. De todos modos, yo tengo mis dudas de si ella llegó a ver esta película.

–¿La película se exhibió en Nueva York?

–Se exhibió en Nueva York, en el cine Rivoli; se volvió a proyectar dos años después en otro cine, y se exhibió en Barcelona, algo que suele olvidarse. En 1927, Lee DeForest vino a España para vender su sistema Phonofilme, y de ahí el error de fechar en ese año la película, que es de 1923. En España se entrevistó con Primo de Rivera y con el rey Alfonso XIII para promocionarlo.

–¿Fue complicado hacerse con los derechos del filme?

–Fue pesado, fue un proceso de bastantes meses. Y fue complicado comunicarse con el propietario, ya muy mayor y sin correo electrónico. Sólo pudimos hablar con él a través de una intermediaria. Negociar y ponerse de acuerdo en esas condiciones fue complicado. Por otra parte, había que conseguir que la Biblioteca del Congreso, donde Zouhary había depositado la película, nos facilitase una copia, que conseguimos por no mucho dinero para lo que vale esa joya.

–Se tiene a El cantor de jazz como la primera película sonora del mundo.

–Así ha sido considerada tradicionalmente pero los historiadores del cine ya no dicen que sea esa. Hubo películas anteriores con sonido pero El cantor de jazz es la primera con sonido directo y diálogos. Sin embargo, El cantor de jazz está hecha con el sistema antiguo, el Vitaphone, es decir, es cine sonorizado de forma externa, no cine sonoro todavía. El cine sonoro empieza realmente con Lee DeForest.