–Parece muy perfeccionista.

–Entre perfeccionista y chapucero, digamos. Hay que crear belleza con lo que hay.

–Usted no necesita mucho, con unos brillos le bastan.

–En este caso, sí, porque soy un hada, y no me iba a disfrazar de hada de Walt Disney. Esta es un hada disparatada.

–¿Un poco cabaretera?

–Es una mezcla: empieza un poco como de ópera, reina de la noche o Turandot, luego es algo music hall y, después, el vestido es una bata tirando a Norma Desmond [Sunset Buolevard]. Un disparate... Está todo lo que me gusta: los musicales de Broadway, la ópera y el cine.

–No sabe qué inventar para hablar de usted.

–Todos los espectáculos que creo, armo, produzco, dirijo e interpreto —y los que escribo, aunque luego no me los estudio— parten de mis vivencias, reales o fabuladas pero tienen algo en común con todos los seres humanos con sensibilidad. Ahora se cumplen 50 años de que vivo, sobrevivo o incluso malvivo del espectáculo...

–¿Tiene 70? Se dan dos fechas de su nacimiento, 1941 y 1936.

–Soy del 41. Cuando el año pasado me dieron la Medalla de las Bellas Artes pusieron 1936 y me dijeron que así estaba en internet. Decir que tengo 75 es como decir que tengo 82, ´¡pues ¡qué bien estás!´

–A lo mejor llega un momento en que hay que ponerse años.

–No, yo creo que lo más importante es saber reconocerse. Cuesta mucho, es un trabajo que no todo el mundo hace. Saber realmente quién soy, no lo quiero aparentar o lo que ven de mi... No soy un tío que esté todo el día diciendo bromas, me gusta el silencio y estar en casa, ya dejé de ir a discotecas o a reuniones, ya hice todo lo que debía en su momento...

–¿Realmente, se reconoce?

–En eso estamos. Soy bastante transparente, por qué me voy a mentir... No soy feliz pero me doy cuenta cuando me siento feliz.

–¿Qué le hace feliz?

–Mi sobrina nieta de siete años, Gala, con la que juego como si fuese un niño. Todo lo que sé de las hadas me lo enseñó ella. Y su madre, mi sobrina Martina, que trabaja conmigo. Es más fácil decir qué me hace infeliz.

–¿Qué, por ejemplo?

–Si tienes un poco de sentido del compromiso y sensibilidad, cualquier noticia del telediario me puede hacer sentir infeliz, dentro de lo afortunado que soy, que me dedico a lo que quiero y soy reconocido por mi trabajo. Me preocupa la diferencia de oportunidades que tenemos por el sitio donde nacimos o por la familia o el barrio que nos toca.

–Porque usted sigue siendo un hombre de izquierdas.

–Sí, y estoy bastante confundido en este momento pero cuando oigo las declaraciones de Felipe González veo que no solo me pasa a mí, pero no podría llegar a ser de derechas. Aunque milagrosamente me convirtiese en millonario, juro que dilapidaría el dinero y lo repartiría entre la gente que quiero, y hasta con la que no conozco.

–¿Para volver a ser pobre?

–No, sería un rico de izquierdas y procuraría darme gustos que no me puedo permitir en los últimos años de mi vida, conocería mundo y me querría mucha más gente.

–¿Bajaría de los escenarios?

–No creo, metería el dinero en el teatro y lo haría muchísimo mejor, no como ahora, que me hice yo mismo el vestido, inventé la música...

–Vamos, que hace usted todo, ¿también se lo cosió?

–No, lo pego; no sé coser. Esto [señala el vestido largo, salpicado de pedrería], que está hecho con basura, es todo manual y hecho por mi durante semanas. Debuté con él medio hecho y seguí pegándole más piedras. Y luego le hice una caja como una ensaimada gigantesca para transportarlo porque si no se desmorona. Todo eso me lleva tiempo pero es mejor que ver la tele.

–Pasó de icono gay en la transición a ser un artista reconocido, ¿llena aún los escenarios?

–En Madrid y Barcelona, sí. La gira es más complicada pero, si va poca gente, le toca un trozo más grande a cada uno. Se estrenó en pleno agosto, en el Teatro Español, de Madrid, y el lleno fue absoluto, hasta el punto de que Mario Gas me dijo que fuese cada mes de agosto.

–Siempre se ha movido entre la dualidad y la ambigüedad.

–Más la parte que oculto. He sido un icono gay y traje aire fresco en unas épocas difíciles, pero entonces no me parecía bien contar que tuve amores con mujeres porque parecía una disculpa. Me estaban viendo como lo que era pero no era toda la verdad.

–¿Hasta que sacó del armario su parte heterosexual?

–Mis amigos y mis conocidos lo saben porque conocieron parejas femeninas mías. Se puede ocultar, no decir, pero no mentir y en ese momento estaba bien que se conociera lo que se veía, que era evidente y yo lo subrayaba con la ropa y el maquillaje, pero no era toda la verdad, en mi casa no estoy con los tacones.

–¿Aún se enamora cada quince años?

–Ya no. Ocurría pero, de pronto, se empezó a retrasar la cosa y ahora llevo ya bastante retraso. Pero estoy muy bien.

–Tiene a su familia.

–Tengo a mi hermana, a mi sobrina, mi sobrina nieta, la pareja de mi sobrina y los pocos pero maravillosos amigos que tengo, aunque algunos se fueron ya. Realmente, soy un superviviente porque mantenerme con un género devaluado como era en el que yo empecé, de travestorro... Al menos yo creaba un poco pero los demás hacían playback; yo era incapaz de imitar a nadie y me inventé un personaje.

–¿Era un intelectual en un mundo más bien sórdido?

–Intelectual, no; más sensible, de buscarle la belleza a aquello aunque pudiera ser duro.

–Era más leído que el resto.

–Es verdad pero me adecué a lo que había y a lo que exigían de nosotros entonces. Eran espectáculos muy frívolos, pero yo metía ideología y, ya en el teatro, introduje todos los temas que me interesaban y me metía con las modas impuestas. Tenía una mentalidad abierta y no entendía por qué los demás no, pero nunca fui moderno. Los modernos pasan de moda en veinte días.

–¿Vive aún en la casa que alquilaba Lluís Llach?

–Ya no. Había vivido en ella Flotats, también. Un buen día un señor compró toda la manzana y nos invitó a dejarla. Me fui a otra que era grande y cara y hace tres meses me mudé a una más pequeña. más bonita y más barata. Hay que adaptarse.

–¿Después de tantos años es un barcelonés en toda regla?

–No sé. Me adapto bien a los sitios si estoy a gusto. Estuve casi dos años trabajando en París y de gira por Francia [con un espectáculo de Copi] y me adapté bastante bien.

–Raro que no hubiese elegido Francia, como tantos argentinos.

–Es que hay una clase de argentinos que sufrían por no ser franceses. A mí París me gustaba, lo conocí en 1969, cuando vine a ver qué había pasado en mayo del 68, y quizá, si me hubiese quedado, me hubiera pasado como a María Casares, que un día fue allí y se hizo francesa aunque nunca perdió su acento gallego. El concepto de patria para mí... Yo soy de donde me quieran y si me quieren aquí soy de aquí.

–¿Dónde es más querido en Madrid o en Barcelona?

–Es difícil de responder.

–¿No come [pide un emparedado y un café]?

–¡Cómo! ¡lo que desayuné hoy! Como bien y pico cada tres horas algo, pero lo que debo. No me verás comiendo embutidos, ni salsas, ni fritangas, ni bollos. Me gusta dormir mucho y soñar y para eso tienes que tener bien el estómago, si no tienes pesadillas.

–¿Practica la meditación?

–Soy meditador. En todos los sentidos. Si algo o alguien no me gusta y me molesta mucho trabajo para desterrarlo.

–¿Recurre a la psiquiatría?

–No, no, no; jamás fui carne de diván; jamás. Creo en el psicoanálisis y en algún momento de mi vida que tuve problemas logré que mis familiares fuesen al psicoanalista y se arregló todo.