Una mañana de 1944, en el último tramo de la II Guerra Mundial, uno de los tantos republicanos españoles exiliados en Nueva York acudía a su trabajo. Sólo que éste era coruñés y formaba parte de la Oficina de Información de la Guerra, que más adelante se convertiría en la célebre emisora La Voz de América, uno de los principales instrumentos de propaganda de la Guerra Fría. Sobre la mesa de su despacho le aguardaba ese día la notificación del despido, por negarse a traducir y retransmitir para España -con su propia voz, además- un discurso de Churchill en el que se elogiaba a Franco como un gentleman.

El coruñés Xosé Rubia Barcia, uno de los grandes intelectuales españoles que eligieron el camino del exilio -murió hace cinco años tras décadas como catedrático en la prestigiosa UCLA de Los Ángeles-, tenía ese año una cita con el destino, que le haría compartir con Luis Buñuel las dos caras de Hollywood. Al cineasta aragonés lo habían echado también por esos mismos días del Museo de Arte Moderno de Nueva York, al divulgarse que había filmado en París la irreverente L'Age d'Dor.

En su primer encuentro con un Buñuel con fama de excéntrico, Xosé Rubia lo descubrió postrado por un ataque de ciática que combatía con una dieta a base de hierba cruda del vecino Central Park. En una conversación mantenida hace tiempo con Rubia Barcia, me confesó que había llegado a esa cita con ciertos prejuicios. "Me habían dicho que era un hombre tan raro -recordaba Rubia Barcia- que en una ocasión que invitara a unos amigos a cenar -era muy buen cocinero- como éstos tardaban, los recibió con la paella tirada en el suelo, a la entrada de la casa. Todo esto era pura teatralidad. En mi noche de boda, de la que Luis fue el padrino, estuvo con nosotros hasta las tres de la madrugada y a eso de las ocho de la mañana ya estaba de vuelta en mi casa para desayunar. Cuando en 1972 visitó Los Ángeles para recibir el Oscar por El discreto encanto de la burguesía, mi mujer (la actriz mexicana Evita López) y yo fuimos a encontrarnos con él en el hotel. Abrió la puerta y dijo: 'He venido sólo a verles y como ya les he visto, ya está'. Y cerró. La volvió a abrir al momento para abrazarnos. Éramos amigos, muy amigos..."

Rubia Barcia y Buñuel marcharon juntos desde Nueva York al Hollywood dorado de los grandes estudios y estrellas, donde dirigieron durante dos años el servicio de traducción y doblaje de la Warner.

La voz de Rubia Barcia interpretó en los 40 en varias películas a Gary Cooper, la incuestionable estrella de la época, hasta que la Política de Buena Vecindad de Roosevelt cedió ante las industrias mexicana y argentina y liquidó las versiones españolas.

"En Hollywood, dado su carácter, Buñuel no hubiera rodado ni una sola película -recordaba Rubia Barcia-. Yo fui contratado por la Fox para traducir al español el argumento de Steinbeck para ¡Viva Zapata!, filmada por Elia Kazan. Después de hasta diez versiones diferentes y de las sugerencias del Gobierno mexicano, del director, del productor y las mías propias, Steinbeck no reconoció como suyo el guión llevado a la pantalla. Así eran las cosas en los grandes estudios".

La caza de brujas desatada por Mcarthy estuvo a punto de acabar en los 50 con el futuro americano de Xosé Rubia. Acusado de comunista, fue encarcelado y amenazado con ser deportado a la España de Franco. Le salvó la campaña organizada por la Universidad de Los Ángeles -la UCLA, donde ya era profesor y acabaría por ser uno de sus principales catedráticos- y la providencial intercesión de un hombre que llegaría a la Casa Blanca. "Dio la casualidad -recordaba el intelectual coruñés- de que Lyndon B. Johnson, el hombre que ocuparía la presidencia a la muerte de Kennedy, que era entonces presidente del Senado, era amigo del jefe de mi departamento en la UCLA, John Crow. Johnson acabó con casi diez años de pesadilla".

Durante una conversación mantenida con este cronista en los 90, Rubia Barcia aceptó adentrarse en un tema tabú cuando se habla de Buñuel: la especulación de que el título de su película El perro andaluz fuese una alusión a su amigo Lorca. "Buñuel podía ser un fraile en algunas cosas... sufrió mucho cuando supo que Lorca era homosexual".

Durante la Guerra Civil, Rubia Barcia salvó la vida al intelectual falangista gallego Santiago Montero Díaz. Fue directivo de la Secretaría de la Correspondencia Secreta con Rusia y logró quemar sus archivos antes de ser internado en un campo de concentración. Es considerado uno de los primeros arabistas occidentales y aún hoy los estudios europeos sobre el mundo árabe citan sus trabajos.