ETA no se acabó todavía, querida Laila, pero se está acabando. No sabemos cuánto durará aún pero, por poco que dure, el tiempo que quede se nos hará largo, como eterno se hace el último tramo de un abrupto camino. El ejemplo más próximo que tenemos es el de ETA-PM, que desde que empezó su proceso de disolución hasta que ésta se hizo efectiva, pasaron seis años (1976-1982). Con todo, el anuncio, por parte de lo que queda de ETA, del "cese definitivo de su actividad armada" es una muy buena noticia política, que supone una situación mejor pero en absoluto exenta de gran complejidad, porque el ejercicio de la violencia política y criminal durante tantos años nos ha afectado a todos de muy distintas formas, pero a todos para mal, y sus secuelas exigen un complicado, laborioso e inteligente tratamiento político, social y sicológico. De hecho, sin consumarse aún la disolución, ya se están planteando complejos problemas y arduos debates que nos van a inquietar, y mucho, en los próximos años y que, seguramente, necesiten un cambio generacional para resolverlos satisfactoriamente e integrarlos saludablemente en nuestra memoria colectiva.

Con esto por delante, querida, quiero señalarte que la reacción primera (ya veremos las subsiguientes) de Zapatero y de Rajoy me han parecido inteligentes y adecuadas. Y tú sabes que no necesito estímulos especiales para ser crítico con ellos, entre otras cosas, porque ellos mismos se han encargado de dármelos todos. Los estímulos, digo. Zapatero ha sido prudente, equilibrado, cauto y, sobre todo, no ha caído en la tentación, si la tuvo, de apuntarse de forma burda un tanto. Y Rajoy ha sido honesto, al reconocer sin ambages que no se ha pagado precio político alguno, y valiente porque sabe que se enfrenta a una buena parte de la derecha radical, que anida en su partido y que, también en esta ocasión, juega insidiosamente con el terrorismo como arma política contra su adversario, poniendo en riesgo constante la necesaria unidad de los demócratas contra la violencia política.

No sé si esta reacción de los dos líderes ha sido espontánea o pactada pero, en ambos casos, me parece inteligente, constructiva y, de mantenerse, creo que es una excelente actitud política para afrontar las difíciles secuelas del terrorismo, de que te hablaba. Ojalá se imponga esta actitud estratégica, porque otros representantes políticos de la derecha no han estado a la altura y parece como si les incomodara que la situación mejore palpablemente. En esta nefasta dirección se han producido medios de comunicación, que dicen de la caverna mediática, y que van a suponer muy pronto un verdadero quebradero de cabeza para toda la ciudadanía y, muy especialmente, para el propio Rajoy y su partido, si gobiernan como parece probable, por mucho que ahora traten de catapultarlo a la Moncloa, aunque, eso sí, lo más atado posible de pies y manos. Esta posición de la derecha radical, política y mediática, es uno de los enemigos de la normalización democrática y de la restauración de la convivencia pacífica en el País Vasco y en España; el otro será ese sector del nacionalismo extremista que pretende un relato político e histórico, épico y falso, de lo que fue históricamente una simple y brutal peripecia terrorista con intenciones totalitarias.

Estos son, a mi juicio, los dos principales peligros que los demócratas deben sortear y conjurar para superar las secuelas de la violencia política. Y en esto, querida, es muy importante que decidan implicarse las víctimas del terror, con la autóritas que les da su dolor y la sed de justicia que demanda su dignidad, para que esa autóritas y esa dignidad no sean vilmente deturpadas.

Un beso.

Andrés