Monseñor Rouco, querida Laila, ha dicho que si la ley le obliga a pagar el IBI, lo hará. Naturalmente, él sabe -es un ilustre jurista- que no le queda otra porque si se niega y se reniega seguro que incurre en delito fiscal y, como mínimo, la Iglesia tendría que pagar más, por la multa que se le aplicaría. Por otra parte, el jefe de la Iglesia española es coherente, al menos de un modo formal, con sus creencias y con el evangelio que predica, porque Jesús de Nazaret, cuando se le plantea la pregunta trampa de "si es lícito pagar tributo al César", no lo duda ni un minuto: "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Es decir que, según el evangelio, el fundador del cristianismo es claramente partidario de la obligación de pagar impuestos, aunque estos se paguen al invasor ocupante, pues ese era el caso y en eso estaba la trampa: Si decía que no se pagasen tributos lo enfrentaban a la autoridad civil y, si decía que se pagasen, lo colocaban contra los patriotas y nacionalistas que trataban de liberarse del yugo de Roma, muchos de los cuales eran de los suyos. El de Nazaret se arriesgó lo suyo al respaldar la obligación fiscal y seguramente los nacionalistas más radicales se sintieron, cuando menos, defraudados.

Ahora bien, querida, el jerarca de la Iglesia española advierte de que si tiene que pagar impuestos, tal medida no repercutiría solo en los suyos, sino que podría dañar a los más pobres, que son usuarios, digámoslo así, de las instituciones que la Iglesia dedica a la caridad, alguna de ellas tan emblemática y seria como Cáritas. Este aviso de Rouco no suena demasiado bien y parece compadecerse poco con el espíritu exhibido por el fundador de su Iglesia, que toma su posición limpiamente y asumiendo todos los riesgos. Rouco, no. Monseñor Rouco larga un aviso que más parece un chantaje. "Si hay que pagar, se paga, pero alguien puede pasarlo peor de lo que lo está pasando ya". Pero lo grave, y creo que más mezquino, es que los rehenes son los más desfavorecidos, los más pobres. Me da la impresión de que esta forma de acatar las leyes, dando al César lo que es del César, a Jesús de Nazaret no le hubiera hecho mucha gracia.

El planteamiento del cardenal sí está en consonancia, en cambio con el comportamiento de muchas instituciones o empresas que acumulan inmensos beneficios y que dedican una respetable parte de sus ingresos a mecenazgos, actividades o servicios de carácter social o cultural. Pero no, claro está, por motivaciones filantrópicas, en la mayoría de los casos, sino como un medio legal de eludir impuestos. Por eso, para el común del personal, el comportamiento del cardenal, en este asunto, poco se diferencia de la actitud de un Botín, por poner un ejemplo.

Sin embargo, querida amiga, habría que saber de dónde sacan fundamentalmente sus recursos tanto Cáritas como las demás instituciones asistenciales, porque mucho me temo que son el propio Estado, directa o indirectamente, y la buena fe y mejor voluntad de muchos ciudadanos los que soportan realmente estas actividades asistenciales, así como el trabajo voluntario y desinteresado de muchas personas, católicas o no. La jerarquía católica, naturalmente contribuye, incluso de forma importante. No digo yo que no. Pero sobre todo utiliza el trabajo y la obra de estas instituciones para la evangelización, que en términos civiles no es otra cosa que proselitismo, adoctrinamiento y propaganda. Propaganda fide, pero propaganda. En este sentido el cardenal Rouco y la Jerarquía católica española poco o nada hacen gratis.

Los obispos españoles, querida, hablan poco de la crisis y menos de las entretelas de la crisis pero, cuando hablan, dan el cante.

Un beso,

Andrés