En 1976, al poco tiempo de la muerte de Franco, una importante operación del Partido Comunista entonces ilegal se ponía en marcha en la villa Comete, en la Costa Azul francesa, propiedad del abogado y empresario español Teodulfo Lagunero, un millonario con excelente relaciones con los hombres más liberales del franquismo que se había convertido en el principal mecenas comunista. Pronto ocuparía los titulares de primera página. En la villa se encontraba Santiago Carrillo, probándose una peluca confeccionada por el peluquero de Pablo Picasso, con la que pretendía entrar clandestinamente en España para dirigir en persona el Partido Comunista en aquella trascendental coyuntura histórica.

Carrillo se paseó un tiempo por el país con aquel disfraz, hasta que fue detenido por orden del policía coruñés José Ramón Piñeiro, jefe de la Brigada Político-Social durante la Transición, que conocía todos los detalles de la secreta operación de Carrillo. "Estábamos hartos de saber que estaba por aquí, pero al principio no hicimos nada. Solo intervine cuando el ministro se incomodó porque Carrillo se dejaba ver con demasiada ostentosidad", contó Piñeiro a este cronista poco antes de fallecer. "Era evidente que a Carrillo le interesaba ser detenido, ese era el verdadero objetivo de la operación. Pretendía forzar la situación para obligar al Gobierno a legalizar el Partido Comunista, como así ocurrió después de todo, pero conllevaba un riesgo importante, porque en aquel momento había elementos y situaciones que se podían descontrolar peligrosamente", recordaba el policía coruñés.

El incidente volvió de manera singular a la memoria colectiva dos décadas después, en 1996, durante el primer año del Gobierno Aznar, cuando el entonces ministro de Interior Mayor Oreja devolvió públicamente a Carrillo en el Congreso lo que creía ser la famosa peluca con la que fue detenido, que había sido presuntamente hallada en los archivos policiales. Al final resultó que no era, como se demostró recientemente, en 2009, al aparecer con viejos legajos en un archivo de Alcalá de Henares, donde fue reconocida por el propio Carrillo. El dirigente comunista diría en alguna entrevista que siempre había sabido que la peluca de Mayor Oreja no era la real, pero que no había querido chafarle el gesto.

Al policía coruñés José Ramón Piñeiro le tocó la incómoda tarea de pilotar hasta la democracia una institución que se encontraba en el punto de mira: la policía política española, que dirigió desde la muerte de Franco en 1975 hasta las primeras elecciones democráticas de 1977. Era una época tensa pero no carente de situaciones cómicas. Como su petición de un autógrafo en París al rojazo Marcelino Camacho. "Nunca supo la identidad de su admirador", recordaba Piñeiro.

En esos años se producen sucesos desestabilizadores como la llamada Matanza de Atocha, en la que fueron asesinados cinco sindicalistas de CCOO a manos de pistoleros de extrema derecha. "Había mucho nerviosismo. Aquello fue una brutalidad y además no se cargaron al que iban a buscar", opinaba el policía coruñés.

Paradójicamente, José Ramón Piñeiro estimaba como "bastante objetiva" la cruda visión cinematográfica de la matanza de Atocha filmada por el director Juan Antonio Bardem, que insinuaba cierta connivencia del policía González Pacheco, más célebre por su apodo de Billy el Niño, que estuvo en el ojo del huracán de los sucesos más polémicos de esta etapa y acabaría en los 80 como jefe de seguridad del financiero Javier de la Rosa, uno de los protagonistas de la nomenclatura del enriquecimiento inmobiliario. "Pudiera ser que fuera amigo de alguno de ellos. Fue uno de los que actuaron en la liberación del secuestrado Villaescusa y Oriol. Era muy simpático este chico, pero tenía sus cosas...", decía Piñeiro de Pacheco.

A José Ramón Piñeiro también le tocaron los muertos por la desafortunada intervención policial en los sucesos de Vitoria en 1976, con Fraga en el Gobierno. "Los enemigos de Fraga lo aprovecharon por aquella frase de 'la calle es mía', aunque Fraga estaba en el extranjero y se había hecho cargo Adolfo Suárez", señalaba el policía coruñés. "Yo tuve conversaciones con personajes que valdrían millones. Muchas se quemaron en la época de Martín Villa y cuando estaba ya jubilado me venían a preguntar por ellas", recordaba.