-¿De dónde le viene la pasión por la comida?

-En los años 50 mi padre intuyó que el turismo sería un gran negocio. Primero abrió una agencia de viajes y luego alquiló dos plantas de este edificio para montar una pequeña pensión. Al final, terminó haciendo un hotel de unas 85 habitaciones. Él tenía un gran hándicap: solo hablaba el mallorquín y el castellano. Como teníamos clientes noruegos, suecos o finlandeses, su máxima ambición era entenderse con ellos a través de sus hijos. Y así nos empezó a enviar al extranjero para aprender idiomas.

-Usted recaló en Francia.

-Con trece años aterricé en París con un papelito que decía S' il vous plait, la gare d'Austerlitz? Después de aprender idiomas, mi hermano y yo cursamos estudios en la Escuela de Hostelería de Lausanne. Esta escuela nos dio un gran conocimiento de la cocina, el servicio y la administración hotelera. Y desde entonces siempre hemos estado metidos en este negocio. A mí me atrajo mucho más la restauración que la hotelería.

-¿Por qué?

-Porque me gusta comer, beber y, además, me encuentro muy a gusto. Empecé a trabajar en Suiza, en el hotel Olden Gstaad, que tenía un restaurante muy trendy en aquella época. A parte de que se comía y se bebía muy bien, conocí a mucha gente: David Niven, Elizabeth Taylor, Gunter Sachs, Adnan Kashogui o Richard Burton. Un día Gunter Sachs (fotógrafo alemán y exmarido de Brigitte Bardot) me pidió un crédito de 500 francos suizos para irse de marcha. ¡A mí, un pobre camarero! Al final, me salió la vena mallorquina y le hice firmar en una servilleta la obligación de devolverme el dinero. Me hubiera gustado haber guardado aquella servilleta, pero se la di cuando me entregó los francos.

-Usted abrió en Palma el restaurante Villario. Por el local pasó el público más selecto.

-Se puso de moda en los años ochenta. Todavía me encuentro en Madrid con gente que me dice: 'Lo echo de menos'. Yo, no. La restauración es una vida muy dura, aunque da muchas satisfacciones. Conoces a mucha gente. Por el Villario pasó el Rey; su padre, don Juan; Cela, empresarios, artistas... Tuvimos la flor y nata de la sociedad. Luego me fui a Barcelona porque la familia Carulla, de Agrolimen, buscaba una persona para lanzar dos cadenas de fast food (Pans & Company y Pastafiore).

-¿Entiende las críticas a la comida rápida?

-Lo dramático es que la gente no tiene pasión por la cocina. Veo anuncios de televisión que me ponen los pelos de punta. No entiendo lo de coger un cacharro de plástico, meterlo en el microondas y comer. Hay fast food bien hecho. Pans & Company vende bocadillos de baguette con productos de toda la vida, jamón y queso.

-¿De qué casa de comidas ha salido usted con la sensación de que le han dado el palo?

-Palo me lo dan cuando salgo de un restaurante y he comido mal. Si he comido bien, no tengo ningún problema.

-¿Por qué los bocadillos del aeropuerto son tan caros?

-En los aeropuertos, en las estaciones, en las áreas de servicio... La norma que teníamos antiguamente en Pans & Company era que, para garantizar la viabilidad del negocio, el alquiler nunca podía superar el 10% de las ventas. Hoy en día, en aeropuertos y estaciones se está pagando el 30%. ¿De dónde salen esos veinte puntos de diferencia? Del bolsillo del cliente. Otra cosa importante, sobre todo en las autopistas: ¿qué te costaría tomar un café en el bar de la esquina si por obligación el local abre 24 horas los 365 días al año?

-¿La principal amenaza de Autogrill son los tupper?

-El tupper es un termómetro de cómo va el país. Hace unos años no se veía ni uno y ahora sí. La gente se lleva los alimentos de casa y come en una esquina del área de servicio de la autopista. La crisis.

-¿Es posible motivar una plantilla con sueldos de 700 euros como los que pagan en España?

-No resulta fácil pero la alternativa a sueldos bajos en este momento es el cierre porque no hay clientes. Cuando año tras año el sector sufre bajadas del quince por ciento, de alguna manera hay que cortar. De lo contrario, nos enfrentamos a la bancarrota más absoluta. He echado mucho de menos las crisis que se producían cada cuatro o cinco años, porque eran muy sanas. Gente que daba el paso más largo que la pierna, se daba cuenta y frenaba. Hemos tenido 15 o 18 años de bonanza y se han tomado decisiones pensando que nunca variarían las condiciones macroeconómicas del país.

-A veces se ven Burger King o McDonald's en el aeropuerto. ¿Volar ha perdido glamour?

-En aeropuertos y estaciones, la gente busca la ciudad. No funciona poner una marca propia. Las marcas de reconocido prestigio dan confianza aunque sean de fast food. En Palma mucha gente nos pregunta cuándo abriremos un Starbucks en la zona tierra, que permite el acceso a todo el público.

-AENA ha lanzado el mayor concurso del mundo de tiendas duty free en 26 aeropuertos españoles. Ustedes se juegan mucho porque hasta ahora dominaban el sector con Aldeasa.

-Antes España suponía para Aldeasa el 90% de su negocio pero ese porcentaje ha ido menguando porque crecimos en otros países. Aldeasa va a hacer lo posible para mantenerse en su posición. Tenemos la ventaja de que conocemos los aeropuertos españoles y los clientes.

-¿Considera oportuno que la gestión aeroportuaria pase a manos de comunidades autónomas y cámaras de comercio locales?

-El modelo de AENA ha sido un éxito. En España solo hay tres o cuatro aeropuertos rentables y el resto está en pérdidas. Por lo tanto, muchos aeropuertos de este país no existirían sin AENA. En un país tan turístico como España, el sistema ha sido muy positivo. También lo sería si las CCAA y Cámaras pudieran participar. El anterior presidente de AENA, Juan Ignacio Lema, había planeado dar entrada a las autonomías.

-La familia Benetton, dueña del grupo Autogrill, ¿cómo es?

-Gilberto Benetton es un poco el cerebro de toda la organización. Son serios, trabajadores y muy discretos. Constituyen un ejemplo de gente que empezó desde la nada y creó un imperio.

-¿Por qué eligió Japón, China o Australia para exportar productos alimenticios españoles? (a través de Salvioni&Alomar).

-Hace muchos años constituí una empresa para exportar. En los años ochenta trajimos los asientos de bicicleta para bebés. Desde entonces tengo el gusanillo de la importación y la exportación. Luego, mi hijo Pablo constituyó esta empresa donde trabajamos mi esposa, mis dos hijos y yo.