Vivió y pensó como poeta las veinticuatro horas del día pero no fueron sus versos los que lo hicieron célebre. El cónsul uruguayo J. J. Casal pasó a la historia de las vanguardias artísticas del pasado siglo XX no por su desparpajo lírico sino por haber sido el motor de la revista Alfar. Sin su impulso incansable, la publicación nacida en A Coruña como vehículo de diálogo transoceánico difícilmente hubiera llegado tan lejos.

J. J. Casal (Montevideo, 1889-1954), que de tan poeta transmitió el gen lírico a sus cuatro hijos, también poetas, ejerció como cónsul de Uruguay entre 1913 y 1926 en A Coruña, ciudad en la que el diplomático uruguayo se entregó en cuerpo y alma a la agitación cultural.

En la ciudad coruñesa participó en la fundación, en 1920, de la Casa América-Galicia, una asociación para fomentar el intercambio comercial y proporcionar información a la inmigración que publicaba el Boletín Casa América-Galicia, Revista Comercial Ilustrada Hispano-Americana, después llamada Revista de Casa América Galicia y que, finalmente, se transformaría en Alfar en octubre de 1923. En todas las etapas, el máximo inspirador de la publicación fue J. J. Casal, también factótum de la revista coruñesa Vida (1921), claro y breve antecedente de Alfar.

El autor de poemarios como Humildad o Árbol fue un asiduo tertuliano de La Peña, en la calle Real, a la que asistían el escultor Ángel Ferrant, el arqueólogo Ángel del Castillo, el arquitecto Rafael González Villar, los ilustradores Ramón Núñez Carnicer y Luis Huici o el caricaturista Álvaro Cebreiro, todos ellos también colaboradores de la revista Alfar.

"En La Peña es uno de los indispensables. Acaso el más aglutinante de todos", escribió de él otro de los contertulios, Julio Rodríguez Yordi, en el libro La Peña y la peña: "Es un verdadero animador de las reuniones y en múltiples casos son sus temas los que suscitan las controversias. Está siempre propicio para recitar su última composición o enseñar la más reciente carta de Barradas. En ocasiones todo el tiempo le es escaso para hacer versos y entonces los deja en el mármol del café, como si se tratase de pajaritas de papel desprovistas de valor. Es poeta hablando, bebiendo, paseando, durmiendo y hasta haciendo versos. Y digo esto último sin asomo de reticencia porque quiero expresar que hasta cuando los hace es poeta y no un obrero de la inteligencia en el desempeño de su oficio".

"En cambio", añade, "comiendo carece de dotes poéticas. Tiene un apetito poco en consonancia con los menesteres líricos. Merced a esa condición suele encargarse de confeccionar los menús de las comidas con que celebramos los sucesos más extraños. Es un maestro en la selección de platos y gusta de añadir novedades a nuestra gastronomía. Y le encanta entre plato y plato disertar acerca del arte de Laforgue, de Nazarianz o de Mallarmé; descubrirnos a los americanos Emilio Oribe y Julio Raúl Mendilaharsu o a las americanas Juana de Ibarburu y Gabriela Mistral, o recitarnos las más recientes creaciones de Alexis Delgado o Carraquilla".

Pero su mayor obra, como queda dicho, fue Alfar, verdadera plataforma de las corrientes artísticas renovadoras surgidas a los dos lados del Atlántico. "No es excesivo considerarla como el panorama más cabal de la revuelta vida poética de aquel momento", dijo de la revista otro escritor, en este caso José María de Cossío.

La etapa coruñesa de Alfar se prolongó hasta 1926, año en el que Casal regresó a Uruguay, donde continuó dirigiendo la revista, que llegó a tener como director artístico a otro uruguayo, el dibujante Rafael Barradas, afincado en París y muy ligado a España, quien le dio una dimensión más gráfica.

Hablando de su padre, la poetisa Selva Casal decía que "sentía la poesía como una religión, la practicaba diariamente, a cada momento", pero sin dejar jamás de estar presente en su vida Alfar.

"Alfar era un personaje en nuestras vidas, un hermano mayor. Lo componía con amor, dedicación y tiempo. Un día llegaba con la revista entre las manos y la colocaba sobre el escritorio. Todos nos acercábamos. Guardábamos silencio. Era indudablemente el número mejor. Y el próximo sería mejor todavía. Así fue que la etapa española (coruñesa) recogió la emoción de esa tierra pero la segunda, la realizada en su patria, fue quizá más honda y abarcadora", según Selva Casal.

Alfar exigió a Casal no pocos sacrificios pero le dio también grandes alegrías: "Era el promotor de sus avisos, intervenía en su diagramación y armado", cuenta su hija. "Muchas veces nos decía: 'ustedes no pueden darse cuenta del esfuerzo tremendo que esto significa para mí sin subvención oficial, sin apoyo de ninguna naturaleza'. No recorrió los ministerios de la sabiduría, no claudicó, eligió la pobreza. Alfar aparecía, en consecuencia, en forma irregular pero constante. Era su propia vida, por eso cuando murió, mi madre y mis hermanos no quisimos, por delicadeza, continuarla. Alfar era su militancia, su manera de estar en el mundo, para afirmar desde sus páginas, que no hay más realidad que el espíritu ni otra patria que la vida".