-Antes de rendir cuentas en Tiempo de vida, ¿se había declarado la guerra a sí mismo?

-Es la condición de los escritores: estar en guerra consigo mismos y con la sociedad en la que viven. La literatura nace del conflicto y este siempre es interior. Incluso en la literatura bélica, desde la Ilíada, la guerra exterior está hablando de las guerras íntimas de los personajes. Si un escritor no se declara la guerra a sí mismo, es un mal escritor.

-El ciclo en el que participa versa precisamente sobre la guerra. ¿Qué elementos debe tener una buena novela bélica?

-En primer lugar, hay que decir que se trata de una novela antes de ser una novela de guerra. Es decir, debe enfrentarse a conflictos hondos y huir de moralejas y maniqueísmos. Guerra y paz es una magnífica novela que no solo narra las campañas napoleónicas en Rusia o con la que aprendes algo de estrategia bélica. En Guerra y paz hay muchos aspectos de la sociedad del momento, de amores, de desclasamientos... Una buena novela de guerra no puede hablar solo de guerra, sino de más cosas. Debe saber detectar las zonas de penumbra.

-¿Por qué optó por la autobiografía para relatar su propio conflicto, es decir, la relación que mantuvo con su padre?

-Era una historia muy fuerte y cruda que exigía un pacto de radicalidad con el lector y que implicaba renunciar a la artificiosidad literaria, a un estilo bello. Al ser una historia básica de un padre y un hijo que están separados y luego se juntan, una historia universal que apela a los sentimientos humanos más básicos, exigía a mi modo de ver no ocultarse y dejarla en el hueso. Y ello implicaba renunciar al artificio de la máscara, al velo. ¿Para qué decir que había sido cuando era yo?

-¿No temió exponerse demasiado con Tiempo de vida?

-Sí. Tuve ese miedo al principio, pero luego me di cuenta de que los pecados que salían y las insatisfacciones que iban apareciendo en el libro precisaban que yo me desnudara al mismo tiempo que mi padre. Si no lo hubiera hecho así, habría sido un juego sucio. Igual que hablaba de sus faltas yo debía hablar de las mías. Ello exigía una honradez y una radicalidad que podían producir pudor. Pero al final resulta que las faltas de mi padre no fueron tan grandes ni tampoco las mías. Tiempo de vida es un libro de reconciliación.

-¿Tiene alguna teoría de por qué en España hay tan poca tradición de literatura memorialística?

-El padre es un tema que está en toda la literatura, a veces ficcionalizado y otras sin ficcionalizar. Por otra parte, en España empieza a haber libros de este tipo. Es una tradición más anglosajona, pero aquí hay un extraño pudor. Cuando publiqué el libro la gente me decía que había sido muy valiente, cuando en realidad yo creía que estaba haciendo lo que había leído cientos de veces en libros de autores británicos. En cambio, aquí, mostrarse tal y como uno es supone una rareza. Pero creo que esto sucede cada vez menos. En Latinoamérica, también hay cada vez más libros, crónicas sentimentales. Puede que lo nuestro tenga que ver con la religión. Aunque no seamos religiosos y yo no sea creyente, tiene que ver ese pudor con nuestro catolicismo cultural, con esa frase hecha de que los trapos sucios se lavan en casa. Los anglosajones, por protestantes, tienen que enseñarlo todo.

-De ahí también la falta de transparencia en nuestra política. ¿No cree?

-Sí. Cuando viví en Alemania, me sorprendió que la casa en la que estuve no tenía cortinas. En esos países, la gente se enorgullece de vivir sin ocultar nada. Eso también tiene que ver con la predestinación. En cambio, aquí tú escondes cómo es de verdad tu vida. El poco género memorialístico que hay en España es sobre todo de gente que habla de sus méritos. En Inglaterra hablan de más cosas: buenas y malas.

-¿Qué autores le influyeron en la escritura de Tiempo de vida?

-En el libro, menciono muchos ejemplos de obras literarias sobre la relación con el padre, la madre o el duelo. En Tiempo de vida hay dos tramas: la historia que tuve con mi padre desde que nací hasta su muerte. Y luego una subtrama: cómo escribí el libro. En este sentido, aparecen las lecturas que realicé antes y durante la escritura de la obra para demostrarme a mí mismo que no se trataba de una empresa disparatada. He de decir que es un libro que escribí no para superar un dolor si no porque sabía que contenía una buena historia. Si no, no lo habría escrito. En cuanto a los libros que me influyeron, hay sobre todo dos: El año del pensamiento mágico de Joan Didion, que me hizo ver que podía incorporar la historia de la escritura del libro. La manera de tratar el tiempo la encontré en Patrick Modiano, autor que descubrí a través de José Carlos Llop.