Las corridas de toros viven un incesante declinar. Se prohibieron en Cataluña, y en Galicia sus detractores no hacen más que crecer. El movimiento abolicionista llegó a A Coruña, donde cada agosto termina impregnado de la sensación de que ha vivido su último festejo. Sin embargo, en el pasado existió un importante ambiente taurino en la ciudad, a cuyos festejos solían acudir las grandes figuras del toreo, desde los decimonónicos Frascuelo y Lagartija a El Cordobés, que llegó rompiendo moldes en los años sesenta del XX. También hubo una época en la que los toreros se rodeaban de intelectuales y se les podía ver en compañía de Ortega y Gasset y de los gallegos Valle-Inclán o Julio Camba. Y hasta Galicia dio un matador, Celita (1885-1932), natural de Láncara, como los ancestros de Fidel Castro.

Cuando venían a actuar a la feria de A Coruña, los grandes nombres del toreo se hospedaban en el Embajador o en el Finisterre, que eran los hoteles más elegantes de la ciudad. Los miembros de la cuadrilla dormían en cualquiera de las pensiones que había alrededor de la plaza de Lugo y, a eso de las cuatro de la tarde, se encaminaban hacia el coso vestidos de traje de luces.

Se recuerdan tardes aciagas como aquella de Ignacio Sánchez Mejías cuando actuaba en la plaza de A Coruña, el 6 de agosto de 1934 -unos días antes de su cogida mortal-, junto al gran Juan Belmonte y Domingo Ortega. Aquel festejo tuvo funestas consecuencias: al intentar descabellar a un toro saltó el estoque al tendido y mató a un espectador.

En una ocasión, Rafael Gómez Ortega, El Gallo, después de salir por la puerta grande de la plaza coruñesa, se despidió a toda prisa de la afición para tomar el tren a Sevilla. El gerente del hotel Embajador le ofreció amablemente una habitación para hospedarse y disfrutar esa noche del triunfo:

-Maestro, cómo se va a ir usted a Sevilla, con lo lejos que está Sevilla de La Coruña.

-Sevilla está donde tiene que está, la que está lejo es La Coruña, se despachó el pintoresco torero, apodado el divino calvo.

Luis Miguel Dominguín tomó la alternativa en la plaza coruñesa el 2 de agosto de 1944 de manos de Domingo Ortega y con su hermano Domingo de testigo.

Sí, había una notable afición taurina en A Coruña, donde desde antiguo se celebraron novilladas en la plaza da Fariña, en el lugar que hoy ocupan las plazas de Azcárraga y la Constitución, con motivo de las fiestas del Rosario o para conmemorar cualquier lance.

En 1850 se celebró la primera corrida. Fue a instancias del alcalde Juan Flórez, que introdujo el festejo con ánimo de dar mayor atractivo turístico a las fiestas de verano. El Ayuntamiento, reunido en pleno, dio por hecho "las ventajas que reportaría al pueblo la realización de las funciones de toros".

Flórez puso todo su empeño en la construcción de una plaza para el acontecimiento. Se barajaron emplazamientos como el Campo de la Leña y el de Marte, aunque finalmente se optó por levantarla junto al Corralón del viejo cuartel de Artillería, la zona que ahora se conoce como Zalaeta.

La plaza, de madera y con capacidad para 10.000 personas, se inauguró el 10 de julio de 1850 y en los tres primeros festejos actuaron el famosísimo Francisco Montes, El Paquiro; Julián Casas y Juan Jiménez.

Paquiro había revolucionado el arte del toreo. Desde la desaparición de Pedro Romero, Pepe-Hillo y Joaquín Rodríguez Costillares, ningún matador había conseguido encender de nuevo a la afición con sus arriesgadas y elegantes actuaciones.

Tras el éxito obtenido, el alcalde Juan Flórez le envió una sentida carta a Montes: "Con su actuación, usted ha dado una prueba evidente e incontestable de que en La Coruña pueden efectuarse corridas de toros tanto o más escelentes (sic) que las que se ejecutan en otras poblaciones en que la diversión ha formado ya costumbre. Me complazco en vista de tales resultados en dar a usted las merecidas gracias por haber dejado conocer sus acostumbradas serenidad, destreza y habilidad con que usted domina al toro más fiero y que tanto ha agradado al público coruñés".

No obstante, ante la llegada de Montes a la feria de A Coruña, un cronista de La Gaceta de Madrid había pronosticado: "Nada notable he encontrado en ella, sino mucha animación con la proximidad de las corridas de toros, espectáculo enteramente nuevo en este país, y creo que no se aclimate y sí cause la ruina de los empresarios".

Los augurios del corresponsal no se cumplieron entonces ni un siglo después, y los coruñeses disfrutaron de muchas tardes de toros más. Pero los tiempos de gloria se acabaron, los toros son ahora la ruina de los empresarios y la fiesta, sin subvenciones, espera la estocada.