Desde los años ochenta, la proyección de Antonio Murado (Lugo, 1964) ha ido en ascenso y el pintor afincado en Nueva York es hoy uno de los artistas españoles de su generación más reconocidos. En la galería Vilaseco Hauser, de A Coruña, muestra Alén, una representación de algunas de sus series clásicas y de su producción más reciente.

-Le inspiró la Ofelia shakespeariana, ¿ahora qué le atrae?

-Trabajo desde hace años en el paisaje, lo que me llevó a interesarme por el jardín japonés tradicional y a reinterpretar los jardines taoístas de Kioto: un solo trazo, una única mancha de pintura que se filtra en la tela como el jardín en la tierra, y una fina laca que lo protege de nuestro tacto. Esa es una de mis últimas series; y la vuelta a los paisajes, pero ahora más fotográficos.

-Y figurativos, raro en usted.

-Todo el rato cruzo la frontera entre la figuración y la abstracción. En realidad, todo es abstracto porque no parto de ningún boceto previo, no hay dibujo, pero la lectura que se hace es figurativa. Es un juego visual al que estamos acostumbrados desde pequeños: identificar las formas con objetos conocidos. Es una recreación que luego se interpreta como un paisaje, como una nube o como un mar.

-Su pintura es más compleja de lo que parece, dice la crítica.

-Me halaga. Aunque la pintura resulte al final fácil y placentera, detrás tiene un desarrollo y una historia personal. Por ejemplo, mis series de flores no son en realidad flores, son el efecto de insuflar aire a la pintura. La distinta densidad de los pigmentos construye lo que identificamos como pétalos de flor.

-Vive en Nueva York desde 1996, ¿aún le resulta estimulante?

-En Nueva York no hay ya la sensación de que se está haciendo algo que se desconoce en algún otro sitio, lo que pasa es que es una ciudad que me gusta mucho, es muy estimulante en muchos sentidos. Vivir allí no supone tener más información; simplemente, me gusta la ciudad.

-¿No es dura?

-De las ciudades grandes que conozco, es la más amable, la más agradable para vivir, la más tranquila, la que tiene un nivel de oferta mayor con una demanda de estrés menor. Vivir en Manhattan resulta sorprendentemente cómodo.

-Desde su casa se veían las Torres Gemelas y fue testigo del 11-S. ¿La huella está muy presente?

-En la ciudad, no; quizá sí en la nación. La ciudad lo absorbió de tal manera, es tan dinámica que no almacena muchos recuerdos.

-Ahora también es escultor.

-Llevo ya algunos años aprendiendo a trabajar la madera. Me construí una pequeña cabaña en el norte del Estado y por la necesidad de hacer algunos muebles empecé a aficionarme y ahora estoy diseñando y haciendo objetos que están a medio camino entre la escultura y el mueble. Lo que más me interesa de todo esto es trabajar con las técnicas tradicionales.

-Tiene una importante red de galeristas, ¿es fundamental para la promoción de su obra?

-Siempre trabajé a través de galerías que muestran mi trabajo. Necesito que alguien conecte lo que hago con los compradores. Aunque hay muchos artistas que no lo necesitan y se promocionan ellos mismos. Las cosas han cambiado mucho y probablemente se transforme el concepto de galería; de hecho, ya hay otras alternativas. En NY proliferan las galerías efímeras, que aparecen y desaparecen.

-¿La crisis le ha obligado a bajar los precios de sus cuadros?

-No, los precios no se bajan. Las galerías venden menos y tienen que discutir más con el cliente pero los precios no se pueden bajar; los cuadros siguen su ritmo de cotización.

-¿Cómo está el mercado?

-El arte sigue siendo la inversión que mayor proporción de ganancias produce. La inversión en arte entraña mucho riesgo pero cuando sale bien sale muy, muy bien. Otra cosa son las firmas establecidas, cuya cotización es acordada artificialmente y su valor es muy seguro.

-¿Cómo ve el arte gallego?

-Va a haber una criba de vocaciones y menos gente querrá dedicarse al arte. Eso obligará a ser más exigentes y a reconstituir poco a poco el tejido productivo. Y la sociedad dirá qué actividad artística e infraestructuras son las necesarias.