La pincelada, larga y vigorosa; la paleta, jugosa; la factura, fresca y resuelta. Una precocidad inaudita. Llevaba camino de ser un pintor genial. Y lo fue, porque enseguida despuntó, pero no tuvo tiempo de desarrollar su talento. La muerte, a los 30 años, de Germán Taibo (A Coruña, 1889-París, 1919) frustró una de las carreras más prometedoras de la plástica gallega.

En tan poco tiempo, sin embargo, tuvo ocasión de dejar un espléndido legado pictórico, parte del cual se puede contemplar hoy en la colección de arte del Ayuntamiento coruñés, que posee siete cuadros del pintor, adquiridos un año después de la muerte de Taibo, y en el Museo de Belas Artes, que alberga cinco, de distinta procedencia. Son memorables en ambas colecciones los sensuales desnudos femeninos, pintados en París y para los que posó su mujer, la francesa Simone Nafleux, su modelo predilecta.

De muy niño, Taibo dejó A Coruña para irse a Argentina con su familia. Con solo diez años hizo un retrato de sus padres al óleo que no les dejó duda de su capacidad para la pintura y lo enviaron a la Escuela de Bellas Artes en Buenos Aires, donde pronto llamaría la atención de una mecenas francesa, que decidió pagar su viaje y estancia en París cuando todavía no había cumplido los 16. En la capital francesa, acudió a la Academia Julién y recorrió los museos dejándose seducir por el impresionismo que pronto dominaría su pintura.

Su autorretrato, fechado en 1906, y propiedad del Ayuntamiento, muestra ya unas raras cualidades en un joven de 17 años: "Un lienzo revelador de una destreza en el dibujo, de una sabia entonación de las gamas y de una profundidad psicológica que sitúan ya al adolescente pintor coruñés en la vanguardia de los artistas gallegos", escribiría la crítica.

La primera noticia de la producción de Taibo en A Coruña llegó en 1912, con motivo de la primera Exposición de Arte Gallego, a la que contribuyó con cuatro obras, entre ellas su autorretrato. Taibo no acudió. Entretanto, pintaba en la Costa Azul el boceto de la obra que lo consagraría un año después en París, La Pastoral, con la que obtuvo la medalla de plata en el Salón de los Campos Elíseos, un óleo evocador de la Arcadia feliz, que forma parte de la compra que hizo el Ayuntamiento coruñés en 1920 al padre del artista por 40.000 pesetas.

Tras exponer su obra en 1916 en el Palace Hotel, de Madrid, y recibir el beneplácito de la crítica madrileña, participó al año siguiente en la Segunda Exposición de Arte Gallego en A Coruña. El artista, que no acudió tampoco en esta ocasión, pintaba en esos momentos en París algunos de sus legendarios desnudos y el conmovedor cuadro Muerte de Abel. Atrás quedaban sus visitas a la Costa Azul y a Belle-Île, en la Bretaña francesa, que le permitieron recrearse en la pintura de paisajes, sobre todo marinas llenas de espontaneidad y cálido cromatismo.

En 1918, en la plenitud de su breve carrera artística, llevó a cabo sus dos mejores desnudos. Simone, su musa, posa tumbada en ambos cuadros, que hacen pensar en otros desnudos clásicos: la Olympia, de Manet, y la Odalisca, de Ingres. Los dos cuadros están en A Coruña, ciudad a la que Taibo regresará ese mismo año huyendo de la gripe que asolaba Francia tras la I Guerra Mundial, acompañado de su mujer y de su hija, Raimunda.

En A Coruña pintó cuadros como La fuente, un rincón del jardín de la Fábrica de Cerillas, y tres paisajes de profunda hondura gallega: Souto de Elviña, Pinar de Elviña y Pinar.

Después de permanecer varios meses en la ciudad, volvió a París, donde no se libró de la epidemia y murió en febrero de 1919. Allí quedó enterrado. Acababa de cumplir 30 años y de pintar su último cuadro, El leñador y la muerte.

Esa obra fue una de las 16 que ese mismo año se exhibieron en la Exposición de Arte Gallego celebrada en Buenos Aires.

Formaban parte del inventario que Simone Nafleux y el padre de Taibo realizaron en la casa parisiense de la calle Moulin Vert tras la muerte del pintor: 50 cuadros, 30 bocetos, 93 estudios, dibujos y apuntes. Unos se quedaron en París, pero la mayoría fueron traídos a A Coruña por el padre de Taibo. Buena parte -una treintena- se mostró en una exposición organizada en 1947 por la Academia de Belas Artes. Fue la última y gran ocasión de reunir el legado del genio interrumpido.