Estos son días de echar la vista atrás del año que se acaba. Repaso a los acontecimientos más importantes y a los hechos más significativos. Valoraciones del pasado todavía caliente y predicciones que casi se palpan en un futuro a la vuelta de la esquina. Pero pasa mucho que la hojarasca mediática cubre y oculta caminos que de verdad nos llevarían a algún sitio y podemos perdernos, desorientados, entre árboles esqueléticos y desnudos que no dejan ver el bosque. Este año los coruñeses y los gallegos hemos sufrido la pérdida de dos personalidades públicas, excepcionales y relevantes, que han luchado incansable y eficazmente por sacar lo mejor de nosotros mismos como pueblo y como colectivo de ciudadanos libres y solidarios. En tiempos duros y complejos han mantenido vigente la dignidad de la política y la política de la dignidad, un camino tantas veces cubierto también por la hojarasca putrefacta de la indignidad y de la vileza. Han trasladado y contagiado a miles de ciudadanos la pasión por la justicia, la tensión permanente por la equidad, el ideal democrático, el sentido de la solidaridad y el valor político irrenunciable de la honestidad personal y pública. Ha sido ésta su inestimable aportación de fondo para que tantos hombres y mujeres de este país no se dejen hundir en la frustración y la desesperanza, resistan y mantengan la lucha por la mejora constante de la misma condición humana. Esto hicieron en su, por desgracia, corta vida Anxo Guerreiro, Geluco, y José Luís Muruzabal, Muru, que prácticamente juntos nos dejaron y nos hicieron triste este verano. Están presentes, es verdad, en las actitudes personales y colectivas de muchas personas y organizaciones pero falta todavía fijarlos en la memoria pública e institucional de A Coruña y de Galicia, para que también las futuras generaciones puedan saber de dónde provienen muchos de los impulsos de generosidad y de dignidad que tantas veces afloran en nuestros comportamientos individuales y colectivos. Es también responsabilidad de los poderes públicos rescatar y mantener en la memoria colectiva referentes, ya históricos, que nos hacen a todos mejores como personas y como ciudadanos.