La academia de Lolita Díaz Baliño estaba en su propia vivienda, en una de las plantas de un caserón de piedra a la entrada de la Ciudad Vieja por Puerta de Aires. Entre réplicas en escayola del Éxtasis de Santa Teresa, de Bernini; el Esclavo rebelde, de Miguel Ángel; la Venus del baño y pies y manos helenísticos, inculcaba a su alumnado, formado sobre todo por mujeres, que lo primero que debían aprender, si querían dedicarse al arte, era a encajar la figura con el carboncillo, antes de ponerse con los pinceles y el óleo.

Así fueron los primeros pasos de María Antonia Dans y María Elena Gago, pintoras que habrían de alcanzar gran relieve nacional. De la escuela de Lolita Díaz Baliño (A Coruña, 1905-1963) salieron dominando el carboncillo y pintando delicadas acuarelas de flores para acabar figurando en la nómina de pintores que en la década de los años sesenta renovó la plástica gallega.

Profesora de dibujo de la Escuela de Artes y Oficios, Dolores Díaz Baliño había tenido por maestro a Román Navarro, el pintor que permutó su plaza en Barcelona con el padre de Picasso. Ella y María Corredoyra fueron, en 1934, las dos únicas mujeres del grupo que impulsó la fundación de la Asociación de Artistas de A Coruña. En 1938, serían también las únicas pintoras admitidas en la Academia de Belas Artes de Nuestra Señora del Rosario hasta los años setenta.

Las clases con Lolita Díaz Baliño, que destacó como dibujante y acuarelista, sirvieron de entretenimiento a muchas pero fueron la iniciación para algunas pintoras vocacionales, como las citadas Dans y Gago, o Pilar Bugallal, que, tras dejar la academia de Puerta de Aires, continuó su formación en París y, por mediación del pintor Antonio Lago Rivera, que entonces vivía en la capital francesa, fue a la Academie de la Grande Chaumiére, vinculada a artistas como Picasso o Cézanne.

A veces, Lolita cubría con una tela de seda una de sus venus de escayola para que los alumnos aprendieran el arte de los pliegues. "De entonces me quedó el gusto por pintar telas", afirma la retratista Pilar Bugallal, que recuerda el ambiente intimista que reinaba en las clases de Díaz Baliño, por las que pasaron también Gloria de Llano, Carmen Formoso, Chicha Tejero, Francisca Segade o el futuro arquitecto Carlos Fernández Gago, quien trabajaría después en restauraciones históricas con Pons-Sorolla.

De las clases de Lolita en la Ciudad Vieja salió dispuesta a triunfar en Madrid María Antonia Dans (Oza dos Ríos, 1920-Madrid, 1988), donde siguió su formación en el Círculo de Bellas Artes y en la Escuela de San Fernando, además de en Italia y París. Comenzó pronto a exponer en Madrid unos paisajes gallegos que llevaban la marca de Díaz Baliño, quien la había encauzado en la pintura, corrigiéndole el trazo y el color.

Madre de la efímera actriz Rosalía Dans, que se haría popular en la década de los ochenta con la serie de televisión Los gozos y las sombras, basada en la obra de Torrente Ballester, llegó a ser toda una referencia. "María Antonia Dans salía mucho en las crónicas de arte de los años sesenta, porque era la pintora de moda y porque lo hacía muy bien", escribió Umbral.

Sus cuadros -"una perpetua fiesta (....) que navega sobre las lágrimas", según el poeta José Hierro- figuran en museos y numerosas colecciones privadas, la de la duquesa de Alba, entre ellas. En los años setenta retrató a las periodistas Juby Bustamante y Rosa Montero a y la escritora Carmen Martín Gaite en Mujeres autónomas.

Y si característicos son los paisajes de Dans tanto o más lo son los interiores intimistas, líricos y metafísicos de María Elena Gago - fallecida en 2011- poblados de soledad y melancolía.

Como Dans, tras iniciarse con Díaz Baliño, se fue a Madrid -a San Fernando y al Círculo-. De ella escribieron igualmente Hierro y Umbral, pero también Cunqueiro y Cela, y Emilio González López. Expuso en España y América. La última vez que lo hizo fue en el Kiosco Alfonso coruñés, en 2007, en una gran muestra que revelaba su afán de sobriedad y su deseo de eliminar lo accesorio.

Quizá los jarrones con hortensias que aparecen en algunos de los interiores de Gago sean la huella de su paso por la academia de Lolita Díaz Baliño, una mujer entre tres hermanos artistas -Ramiro, Indalecio y el más conocido de ellos, Camilo, el padre de Isaac Díaz Pardo, paseado en el 36-, que ya desde sus comienzos recibió los halagos de Sotomayor.

Díaz Baliño participó en la primera muestra de mujeres pintoras de la Asociación de Artistas, en los años treinta, y mostró su obra en Madrid, Barcelona y La Habana. Hizo ilustraciones para numerosas revistas y para un curioso libro escrito por Matilde Vela y con música de María Josefa Fraga Irure, El jueves de Mariquita y Rosita o Mariquita y currucucú, un libro de siete escenas calificado como "ensayo de película infantil".