La pasión que las aguas tienen por fluir abre cauces que luego sirven para que puedan discurrir embridadas. Solo cuando el caudal aumenta y se supera el cauce se produce la inundación. Lo hemos visto estos días en la cuenca del Ebro, desbordado por las aguas del deshielo. Si el caudal remitiese, las aguas volverían domesticadas a fluir tranquilas por el antiguo y viejo cauce, pero si el excedente de las aguas fuese perenne, como el cambio climático anuncia, ya no valdría el viejo lecho por estrecho y poco profundo.

Así sucedió y sucede en esta España nuestra durante estos últimos años. La gente lo detectaba cuando se refería a "la que está cayendo" y las aguas de la desafección, de la precariedad y de la pobreza, de la indignación, de la rebeldía y de la dignidad sobrepasaron los cauces de la vieja política. El personal les llamó mareas, cuando en realidad eran riadas las que inundaban los campos, las calles y las plazas. Como siempre en estos casos, las respuestas oficiales resultaron insuficientes o tardías y los viejos cauces fueron rebasados dejando en ridículo las precarias barreras de contención que se improvisaban tras cada tormenta, cada deshielo o cada aguacero. Fueron tales las precipitaciones que la mayor parte del caudal no volvió a su antiguo lecho y tuvieron que ser las mismas aguas las que abrieran nuevos cauces, que fueron surgiendo al albur del intenso flujo y que están cambiando el paisaje. También como siempre, los nada previsores y de todo incapaces prebostes se limitaron a sobrevolar las inundaciones, a poner parches y a maldecir ciegamente los nuevos cauces abiertos, a pesar de que son estos precisamente los que están volviendo a embridar mareas y riadas. Basta ver cómo en los últimos meses muchas mareas y riadas se remansaron y vuelven a fluir, ligeros y vivos, por cauces recién abiertos. Eso sí, con la consecuencia de cambiar el paisaje político. No sabemos todavía si para mucho mejor pero, en todo caso, es evidente que, cuando menos, se evitan las inundaciones y las aguas encuentran nuevos cauces por donde fluir beneficiosas. Por lo menos esto habría que reconocérselo a los nuevos cauces que tanto inquietan a los ya rebasados por las aguas más vivas.