Aunque hace cinco años que se bajó de los escenarios, el cantante Miguel Ríos vuelve de vez en cuando a presentarse ante el público pero con su faceta más solidaria. Son muchas las ocasiones que se le ha podido ver actuar de nuevo, gracias a la organización no gubernamental Médicos Mundi, con el objetivo de construir un hospital infantil en territorio de Malí.

-Participa en numerosos actos benéficos...

-Cuando has recibido tanto de la gente se tiene una especie de deuda contraída con el público. Una vez que dejé de hacer giras de forma profesional, a beneficio propio, entendí que una manera de matar el gusanillo es ponerlo al servicio de la sociedad y devolver parte de lo que me ha dado. Hay otros muchos compañeros con este mismo sentimiento. Trabajamos para que la gente nos quiera y cuando podemos lo devolvemos. Además, Médicos Mundi hace unas intervenciones muy necesarias y todos somos parte de un mismo planeta.

-¿Corren tiempos de echar una mano?

-Tengo un cierto regomeyo porque pienso que si hago esto -participar en galas solidarias- a lo mejor contribuyo a que quienes tienen que atender las necesidades (los poderes públicos) abandonan sus obligaciones. Pero mientras llega la justicia social y universal y hay un reparto equitativo de los bienes que se generan debemos echar una mano. Robin Hood tenía la simpatía de todo el mundo porque robaba a los ricos para darlo a los pobres; hoy en día, esta situación es al revés.

-¿La respuesta masiva del público ante estos conciertos demuestra que la sociedad es solidaria?

-Estos actos son un dos por uno. Vas a disfrutar con la música pero el esfuerzo que cuesta pagar una entrada tiene un doble fin. Y desde luego nos hace la vida un poco más amable.

-Con su presencia habitual sobre el escenario resulta difícil creer que está jubilado. ¿Cuesta soltar las riendas?

-Llevo una jubilación muy activa, hago bastantes cosas pero de forma diferente al tiempo que me tocó vivir. Ahora escribo. Soy un rockero emérito. Tengo mis años pero me siento muy bien siendo útil, intentando proyectar mis ideas en la sociedad, ideas blancas, positivas, de esperanza, que el ser humano tiene que triunfar, que no nos cavemos nuestra propia fosa; el cementerio está lleno de ricos.

-¿Escribe canciones? ¿Eso significa que habrá alguna nueva próximamente?

-Escribo literatura. Una de las cosas que me obligó a retirarme es que soy muy dependiente a hacer canciones. El estancamiento y repetir los mismos temas es algo que no me gusta. Esto me causaba un cierto malestar. Si para evolucionar tengo que depender de otros no me gusta. Ahora colaboro con algunas instituciones, escribo artículos, doy charlas... Como ya escribí mis memorias y me satisfizo sentarme por las tardes a escribir, continúo con la tarea.

-¿El disco se ha convertido en la actualidad en un objeto de lujo con el impuesto que soporta?

-Es como comprar un Lamborghini con cada disco. Pero el problema no está solo en el precio, también en lo fácil que es piratear la música y ponerla en las redes. Con esto empezó el calvario de esta profesión. Hemos perdido cientos de miles de puestos de trabajo en fábricas de discos, estudios de grabación, productoras, distribuidoras, tiendas de discos... Ha sido una escabechina alucinante. En esta sociedad hay una falta de respeto hacia las artes, todo está manga por hombro. Esta circunstancia también hizo que no me diera tanta pena dejarlo; te quemas.

-Pero el vinilo está recuperando su esplendor?

-El vinilo vuelve primero porque es más difícil de piratear, aunque te venden el vinilo y dentro está el CD; pero también porque se escucha mejor, suena más cálido. Además se ha convertido en un objeto de arte; es un arte romántico. A la velocidad que va la sociedad, la música, por muy mal que suene, se oirá por Spotify. El disco, como el libro, solo vivirá entre corazones que aprecian el arte y la creación.