Màxim Huerta fue, durante una década y hasta este año, uno de los colaboradores de El programa de Ana Rosa. En 2009 empezó a publicar novelas, y hoy a las 19.00 horas firma en El Corte Inglés de Ramón y Cajal, en A Coruña, su quinto libro, No me dejes (Ne me quitte pas), en el que las historias de varios personajes giran en torno a una floristería parisina.

-Su libro comparte título con la famosa canción de amor de Jacques Brel. ¿La novela nació mientras la estaba escuchando?

-Estaba yo en una terraza en París, mientras preparaba la novela, sonó la canción y parecía que acompañaba a una escena que estaba sucediendo. Se convirtió en mi banda sonora durante meses. Esta, la de Las hojas muertas [de Nat King Cole]? Esta es una novela que he escrito con mucha música.

-En esta novela, como en varias otras suyas, aparecen personajes que cambian radicalmente su vida o buscan hacerlo.

-Supongo que son mis fetiches, o que acabo convirtiéndome en un personaje de la novela porque acabo haciendo lo mismo que ellos. Debe ser que al final acabo trasladando a las novelas mis manías, mis miedos, mis ganas de cambiar.

-También tiene otra novela, ambientada en la capital francesa en la que la protagonista cambia su vida, Una tienda en París

-La mayoría de las novelas las he situado en el mar, que es mi lugar. Pero París para mí es un estado de ánimo, ha sido el eje y el centro del mundo culturalmente, creando vanguardias, y socialmente rompiendo corsés. Siento admiración hacia París culturalmente, turísticamente me parece impecable, y como escenario para unos personajes que se refugian en una floristería me parecía necesario.

-¿La floristería es un símbolo?

-Sí. Es una novela llena de simbología, y es una floristería porque toda nuestra vida pasa por ella, desde el bautizo a la fiesta, a la celebración y a la muerte. La misma flor puede servir para pedir perdón o para decir adiós. Es una novela muy vital, así que quería que su corazón fuera una floristería, pues es por donde pasa toda nuestra vida.

-En la obra habla de la soledad, de las relaciones fracasadas. ¿Considera que el amor es necesario para realizarse?

-El amor es el eje de todo. Pero nos parece cursi y tenemos tantos remilgos, tantos prejuicios respecto a él, que nos parece algo menor. Incluso nos parece un género menor. La novela no es romántica, es de emociones, y parece necesario que el amor bañe toda la novela. El amor es el sentimiento principal en la vida. Los demás son secundarios.

-En la novela aparece un hombre rodeado de tres mujeres, tres inmigrantes españolas.

-Sí, dos de setenta y una de 23 años. Seguramente las mujeres, tanto como personajes como en la vida, me resultan más interesantes. Los matices, a la hora de conversar, son más coloristas. El silencio de una mujer es más valorativo que el de un hombre. Un hombre parece que se está aburriendo.

-¿Por qué quiso hacer una novela casi coral?

-Porque al final todos se sujetan en los otros, todos somos el puzzle de otro, una pieza de los demás. Todos somos el secundario de otro. Al final siempre pensamos que en la vida todo les pasa a los demás y yo quería hablar de la gente a la que parece que no le pasa nada y luego está llena de secretos y de mentiras. Quería que la novela fuera como la vida, y, como es una novela que trata de soledades, que todos necesitaran apoyarse en los demás. Es un libro que, en ese sentido, reconforta.

-Son unos apoyos poco convencionales, no responden a una familia ni a unos amigos al uso.

-Sí, pero son personas normales, que podrías encontrar en una cafetería. Necesitaba que parecieran personas muy rutinarias, a las que la sorpresa, la mentira, los secretos, los hicieran ver personajes de novela. Todos somos personajes de novela, solo hay que fijarse lo que pasa.

-¿Como escritor, va yéndose a temas más trascendentes?

-Lo tienen que decidir los lectores. Cuando me planteo una novela me planteo contar una historia. Eso me decía Ana María Matute: 'Piensa lo que quieres contar y cuéntalo'. Aunque sí me han dicho que en el libro están los temas más importantes de la literatura: la soledad, la muerte y la nostalgia. Será la edad, o que es la quinta novela, que te hace escribir con otro tono.

-Creo que leyó bastante a Ana María Matute.

-Sí, mucho. Es mi autora fetiche, mi hoja de ruta literaria, y tuve la suerte de que me entregara el premio Primavera y compartir charlas con ella y vinos con ella. Uno de los personajes, Paulina, es un homenaje a ella. Es alguien que quiere insistir en la vida, yo creo que hay que insistir en la felicidad.

-¿Qué obstaculiza la felicidad en sus libros?

-Los miedos, que son la mayoría de los problemas y obstáculos. En toda la gente que conozco. Miedo al fracaso, al qué dirán, a qué pasará? No hacemos un montón de cosas por miedo. El miedo paraliza mucho. Mira la actualidad.

-Y en París, precisamente.

-Por eso me parece una buena actitud la de los franceses, la de aparentar normalidad, esto de: 'Yo estoy en la terraza?' Me parece una gran victoria, aunque sea dolorosa y sea difícil de tomar.

-¿Es diferente el público que le lee del que le seguía en televisión?

-No coinciden nada, con algunas excepciones. La gente no recomienda un libro porque salgas en la tele, lo recomienda si le ha gustado. Que las novelas se vendan en Alemania, Italia o Brasil rompe cualquier prejuicio.

-¿Echa de menos la televisión?

-No, la pongo cuando quiero. Y cuando me ofrezcan algo que me parezca atractivo, y que sea diferente, porque a mí siempre me ha gustado cambiar... Si vuelvo, que sea por algo distinto.

-¿Qué quiere hacer?

-No voy a hacer la carta a los reyes antes de tiempo, pero sería algo que me emocione y me haga sentir nuevo. Me gusta estar siempre en lo que estoy al cien por cien.