"Los Tenreiro tienen al borde mismo de la ría una finca muy buena, con casa grande y huerta y un jardín muy bonitos. Pasamos el día hablando de las cosas de que se habla en Madrid", escribió Azaña, tras una de sus primeras estancias en La Magdalena.

La visita a aquella finca le suscitó también esta descripción: "Con un catalejo veíamos La Coruña, los barcos del puerto, y mucho más lejos las Sisargas. Al pie, la ría de Betanzos, Sada, el mar abierto, y por encima del Ferrol, también el mar. Es magnífico".

Si antes de la Guerra Civil Gregorio Marañón hizo del Cigarral de Menores -su casa de vacaciones en Toledo- un lugar de tolerancia, convivencia y diálogo, con visitantes ilustres como Lorca, Unamuno, Ortega y Gasset, Azaña, Valle-Inclán, el conde de Romanones o los científicos Madame Curie y el doctor Fleming, la finca de los Tenreiro, en Pontedeume, fue también en esa misma época un sitio propicio para el solaz, el debate de ideas, la creación y, sobre todo, la política.

La Magdalena, un caserón del siglo XIX de dos plantas y una linterna con espléndidas vistas, se alzaba en una ladera del río Eume, sobre una gran finca en terraza con fuentes y exóticos árboles centenarios, entre ellos un inmenso tejo como una pagoda.

La casa fue levantada en 1870 por Agustín Tenreiro. La familia, dueña La América, un próspero negocio de curtidos en la zona, había hecho fortuna en Ultramar. Sus sobrinos, Antonio y Ramón, destacados republicanos, fueron, al igual que el doctor Marañón, anfitriones de Azaña y Valle-Inclán en La Magdalena, que tuvo otros visitantes célebres, entre ellos el escritor y premio Nobel Echegaray, Azorín, el orador Emilio Castelar o la condesa de Pardo Bazán, que utilizó la finca como escenario de una de sus novelas, La cristiana. En la época actual, Carlos de Castro Álvarez situó allí La Casa de la linterna, todo un éxito de ventas en la comarca eumesa.

En el primer piso del tejo, que en sus buenos tiempos alcanzó una altura de quince metros y veinte de diámetro, llegó a desayunar Castelar y bajo su sombra tuvo lugar un banquete del gobierno de la República en pleno bajo la presidencia de Santiago Casares Quiroga. El árbol, cuya edad se estima entre 300 y 500 años, se mantuvo en buen estado hasta mediados del siglo XX pero, a pesar de estar protegido, hoy es una ruina, como toda la finca y la casa que otrora acogió vivas discusiones republicanas.

Ramón Tenreiro Rodríguez (A Coruña, 1879-Bine, Suiza, 1939), abogado, escritor y político, fue muy amigo de Azaña, en cuya revista literaria, La pluma, que dirigía Cipriano Rivas Cherif, colaboró junto a Ortega, Valle, Araquistain, Salinas o Pardo Bazán.

Compañero de estudios de Picasso en el Instituto Eusebio Da Guarda, militó en ORGA, la Organización Republicana Gallega Autónoma, fundada por Casares Quiroga y Antón Villar Ponte, y más tarde, en Izquierda Republicana, el partido creado por Azaña en 1934. En las elecciones de 1931, Ramón Tenreiro fue elegido diputado por A Coruña en representación de la Federación Republicana Gallega, en la que se había integrado la ORGA.

Al estallar la Guerra Civil, Azaña lo nombró secretario de la embajada española en Suiza, donde falleció en 1939, en su casa a orillas del lago de Neuchatel. Dejó publicados artículos, varios libros y traducciones del alemán de Keyserling, Goethe y Etefan Zweig.

Azaña había visitado en cinco ocasiones A Coruña, donde se publicó de forma clandestina su Apelación a la república. En tres de ellas estuvo en la casa de La Magdalena, en una siendo presidente del Gobierno y, en la última, en 1934, en la oposición, después de dimitir, para dar a conocer Izquierda Republicana, en un multitudinario mitin en la plaza de toros.

La figura de Ramón Tenreiro quedó sin duda eclipsada por la de su hermano Antonio (A Coruña, 1893-1972), famoso arquitecto, que proyectó el edificio del Banco Pastor, cuyos fundadores estaban vinculados al linaje de los Tenreiro. Influido por la Escuela de Chicago, fue, en los años veinte, el primer rascacielos de España hasta que la sede madrileña de la Telefónica le arrebató el título. Ramón trabajó sin cesar hasta la guerra y Francia lo distinguió en 1928 con la Legión de Honor. En 1937 fue suspendido de su cargo de arquitecto municipal y expedientado por su adscripción republicana, hasta que el alcalde Molina lo rehabilitó.