"Quiero expresarte en estas líneas cuánto te recuerdo y cómo en cada uno de mis actos estás presente, especialmente aquí, donde el culto a la amistad no pasa del diálogo trivial e inútil en el que el corazón no participa y el cerebro muy pocas veces", escribe en una carta desde Madrid el 24 de agosto de 1931 Ramón Suárez Picallo a su muy querido amigo Eduardo Blanco Amor.

"Mi vida de relación -sigue- se divide en dos partes: una de carácter político y otra de carácter cordial con unos muchachos argentinos a través de los cuales añoro nuestra tertulia maravillosa. El corazón está reservado en ambos casos. Mi corazón está irremediablemente ahí".

Habían transcurrido solo cuatro meses de la proclamación de la II República Española y el recién elegido diputado del Partido Galeguista por A Coruña daba cuenta al escritor ourensano, instalado en Buenos Aires, del clima político en las Cortes Constituyentes, las tensiones en el seno de la ORGA entre los republicanos de izquierda y los galleguistas y de las negociaciones para aprobar el Estatuto de Autonomía de Galicia.

La carta forma parte de la correspondencia que ambos mantuvieron entre 1931, año en que Suárez Picallo abandona Buenos Aires para presentarse a las elecciones, y 1946, cuando los dos amigos retoman sus encuentros concluida la II Guerra Mundial.

Las 25 misivas de Suárez Picallo, la mayoría escritas en castellano, se conservan en la Diputación de Ourense, depositadas en el archivo Blanco Amor. Se ignora el destino de las enviadas por Blanco Amor al político galleguista.

"Las cartas conforman una de las más completas biografías emocionales del galleguismo", anota Antón Lopo en el prólogo de Querido Eduardo (Chan de Pólvora), a cuya iniciativa editorial la publicación del epistolario, que ha visto la luz recientemente y quiere ser una reivindicación de la figura del político coruñés.

Los dos amigos, que sufrieron el estigma de su homosexualidad, se conocieron en 1919 en La Armonía, refugio de escritores, artistas y políticos en Buenos Aires. En ese café, al que acudía la intelectualidad argentina y la emigración gallega y se servía caldo, era fácil hacer amistades y encontrar trabajo. Así fue cómo Suárez Picallo llegó al Correo de Galicia, el periódico gallego más importante de América, y Blanco Amor, a La Nación.

En La Armonía, el elegante y atildado Blanco-Amor vio por primera vez al proletario desgalichado Suárez Picallo y pronto trabaron una relación más allá de la amistad, que duraría hasta la muerte del político. Compartían experiencias, opiniones y confidencias sentimentales.

Y si en el aspecto físico eran opuestos, en el plano intelectual formaban un tándem formidable en el que el escritor aportaba el galleguismo aprendido de Risco en Ourense y el político coruñés, una conciencia social claramente de izquierdas aprendida en las lecturas. De ese espíritu impregnaron sus iniciativas culturales, entre ellas la revista Céltiga, y políticas.

En los muchísimos mítines que pronunció, el político coruñés se reveló como un orador incendiario que más tarde dejaría boquiabiertos a Unamuno y a Ortega y Gasset en las Cortes.

Suárez Picallo (Veloi-Sada, 1894), primogénito de una familia marinera de once hermanos, había llegado con catorce años a Buenos Aires como emigrante, sin estudios ni formación, pero dotado de sobrada inteligencia. Y allí volvió como exiliado tras caer la República quien sería el fundador del Consello de Galiza en el exilio.

Conoció la tristeza, la soledad, el olvido y el hambre. Murió en el Hospital del Centro Gallego de Buenos Aires en 1964 con la única compañía de Blanco Amor. Habían tenido sus desencuentros y durante dos años dejaron de escribirse pero superaron el trance: "Nuestra amistad, clara y luminosa, está más allá de los triunfos y de las derrotas, más allá de nuestros defectos y de nuestras virtudes, más allá del bien y del mal. Más allá de todo", le decía en una carta desde Madrid en 1931, al hilo de su experiencia como diputado.

Años después, en 1946, desde el exilio chileno, le enviaría una conmovedora declaración: "Te juro por el amor y la memoria de mis muertos que en mis tierras de Veloi, en la casa y en el cariño de los que quedan en mi humilde hogar, tienes tú, para gozarlo en pleno dominio, la mitad de todo".

"Pocas figuras entre la inmensa expatriada en todos los tiempos y países han simbolizado de modo tan enternecedor y consecuente su activa fidelidad ala tierra natal como la del gran luchador y entrañable amigo", escribió Blanco Amor a la muerte de Suárez Picallo, defensor de una Galicia independiente dentro de una Confederación Ibérica de libre adhesión.