La vida extraordinaria de la aristócrata inglesa lady Hester Stanhope fascinó a unos cuantos autores, que escribieron de sus andanzas o la convirtieron en heroína de sus relatos. El poeta Lord Byron, que en Grecia se lanzó al mar para saludarla, se prendó de ella y Lamartine, que también la conoció, habla en El viaje a Oriente de esta bella y aguerrida mujer, que, vestida de beduino, se ganó la admiración de las tribus drusas y la proclamaron Reina blanca de Palmira. Sobrina del político William Pitt el Joven, abandonó Inglaterra en 1810 y se fue a vivir a un palacio en el desierto de Siria, a donde no había llegado ningún occidental.

Lady Stanhope fue el gran amor de sir John Moore, el héroe de la batalla de Elviña contra los franceses. Una leyenda recogida por Leandro Carré y Juan Naya basada en un relato de Manuel Murguía, dice que el fantasma de esta mujer aún vaga sobre la tumba del general escocés, en el jardín de San Carlos, de A Coruña, desde que la mañana del 16 de enero de 1841, en el aniversario de la muerte de su amado en el campo de batalla, una mujer alta de unos 50 años, con aspecto extranjero, apareció ante el sepulcro del soldado "triste, como un alma entregada a melancólicos recuerdos" que no era otra que ella.

Hija de lord Charles Stanhope, un político excéntrico aficionado a las ciencias y a la literatura, y de lady Pitt, hermana del primer ministro, desdeñaba la educación tradicional de las féminas de la aristocracia victoriana y le atraían la caza, los caballos y todo cuanto podía tener relación con las exploraciones y aventuras.

De gran estatura y carácter fuerte, guardaba gran parecido con su soltero tío el primer ministro, a cuyo castillo se fue a vivir con 24 años y se convirtió en anfitriona de la mansión, que amenizaba las reuniones sociales con su conversación amena e inteligente y su falta de pelos en la lengua. A la muerte de Pitt, sintiéndose una solterona y con una exigua pensión que le impedía mantener el nivel de vida que llevaba hasta entonces, decidió abandonar el país en busca de aventuras exóticas.

Viajó por Europa antes de visitar Jerusalén, Turquía, Egipto y Siria. En Damasco, atraída por el estilo de vida de los beduinos, adoptó el vestuario druso. En la capital siria, tuvo conocimiento de la existencia de Palmira, la gran ciudad romana situada a 200 km, un lugar retirado y peligroso, pues el camino estaba infestado de beduinos y bandoleros que vivían en el desierto feroz, a donde nunca había llegado europeo alguno hasta entonces.

En 1813 lady Stanhope, vestida como un príncipe druso, llegó a Palmira acompañada de una caravana de 50 camellos, criados y una guardia pretoriana de beduinos armados y uniformados. Los nómadas árabes la recibieron con todos los honores: "El jefe y 300 hombres armados salieron a recibirme, venían en espléndidos caballos, algunos, prácticamente desnudos y otros con trajes de seda, dando gritos salvajes, cantando y bailando. Toda esta exhibición duró hasta que llegamos a un Arco del Triunfo en Palmira".

Lady Hester se ganó de inmediato el respeto de aquellos árabes, que la proclamaron Reina blanca de Palmira y la consideraron una especie de nueva Zenobia, la reina que desafió a los romanos en el siglo III.

"Joven, bella y rica", según la descripción de Alphonse de Lamartine, las tribus errantes de árabes se rindieron ante "el encanto de su belleza, su gracia y su magnificencia".

Lady Hester volvió unos años más tarde a Damasco y en Djoun encontró un castillo en ruinas del tiempo de Las Cruzadas. Lo alquiló y lo transformó en un gran palacete, en cuyos jardines se dedicó a cultivar rosas.

En esa morada, cerca del Mediterráneo y rodeada de árboles, vivió como una auténtica princesa de los drusos, que reconocían su autoridad y la protegían. Allí recibía a los visitantes europeos que se aventuraban a llegar a aquellos lugares.

En 1836, el gobierno británico le embargó la pensión que le había concedido, ante las abultadas deudas que contrajo a consecuencia de la frustrada expedición que organizó para buscar un supuesto tesoro en la ciudad de Ascalón, encabezando la primera excavación arqueológica en Palestina.

Arruinada y sumida en la decadencia y en total abandono, rodeada de gatos y harapos, trataba aún de ocultar los destrozos de la edad. Apenas salía y solo recibía visitas de noche, hasta que cayó enferma en 1839 y murió dos años después. Su cuerpo fue inhumado en el jardín de su castillo, que fue sellado por el cónsul inglés en Damasco.

"Lady Stanhope no era una excéntrica, era una mujer iluminada (espiritual), de alta cuna, muy culta, con dotes de estadista y en ocasiones una especie de Circe. Siempre se las ingeniaba, aun en los momentos más difíciles, de esparcir a su alrededor una mágica ilusión que cautivaba a quien la conocía", escribió Charles Meryon.