La actriz Concha Velasco (Valladolid, 1939), conocida por su enorme versatilidad y sus numerosos papeles en cine, teatro y televisión, triunfa en el escenario con Reina Juana. Este monólogo en la piel de Juana la Loca coincidió con su segundo Premio Nacional de Teatro el pasado noviembre.

-¿Cuáles han sido sus principales hallazgos en torno a Juana I de Castilla, Juana la Loca?

-Lo que más me ha llamado la atención es la historia de la propia Juana, esta Juana la Loca a la que conocemos perfectamente, porque son tantas las informaciones exhaustivas que existen sobre ella y que la hacen, sin quererlo, un personaje totalmente contemporáneo. Yo misma tengo unos doce libros, a los que me han prohibido que siga recurriendo, porque ya tengo un texto maravilloso de Ernesto Caballero que es un verdadero poema. Pero toda esta información no sirve de nada porque ya he hecho tan mío el personaje en el momento de actuar que recurro a mis propias emociones. Así me lo han enseñado mis maestros a lo largo de todas las obras que he interpretado en el teatro, porque yo no tengo nada que ver con el maltrato, el abandono y todas las cosas terribles que le pasaron a Juana.

-Este texto desnuda las últimas horas de vida de la reina Juana, ¿qué emociones afloran a lo largo de ese monólogo escrito por Ernesto Caballero?

-El odio, el rencor, los celos, el amor; todo está escrito de una manera muy poética por Ernesto Caballero, donde cuenta la última noche de Juana, obligada a confesarse por su nieto Felipe II de España, acusada de bruja y de luterana, ante Francisco de Borja. Además, Juana también escribía sobre sí misma y hay momentos en la obra en los que, con una voz atiplada, revela muchas cosas que ella misma escribió. En este texto vemos que el maltrato de Fernando el Católico hacia su hija llega a límites inimaginables, ¡la odia! Y la reina Isabel la Católica también dejaba mucho que desear según las cosas que escribía su hija sobre ella, porque fue la primera que la encerró. Y ese momento es para mí tan doloroso, cuando dice: "Mi madre, la pobre, que me encerró en Medina del Campo en una fortaleza muy parecida a ésta de Tordesillas...".

-¿Qué le ha supuesto encarnar el personaje de Juana?

-Algo inesperado y extraordinario. Y digo inesperado porque, después de hacer los últimos trabajos por los que me han dado el Premio Nacional de Teatro por segunda vez, como La vida por delante, esa maravillosa Madame Rosa que me regaló José María Pou, o esa reina de Troya anciana y vengativa en Hécuba que me regaló también José Carlos Plaza, quién me iba a decir a mí que ahora me iban a regalar un texto tan maravilloso y que, encima, iba a trabajar con Gerardo Vera como director, con quien no había tenido todavía la oportunidad de trabajar, solo como escenógrafo. Siento que el regalo que me ha dado la vida ha sido tener un nieto y que el último regalo que me ha dado mi profesión ha sido Reina Juana.

-¿Echa de menos los personajes que exprimen su vertiente más cómica?

-A mí me parece que cualquier reto es difícil e importante. Yo tengo una gran facilidad para el humor, hasta el punto de que he identificado enseguida que Juana tenía un sentido del humor enorme, y así lo demuestra en la obra. Y claro, como el humor se me da tan bien como a ella, Gerardo se asusta y me dice: "¡Concha, ten cuidado, que se han reído demasiado!". Pero yo pienso, chico, déjales, si Juana también era muy divertida y, gracias a Dios, tenía mucho sentido del humor. Cuando Juana cuenta su primera noche con Felipe el Hermoso -ella con 16 años, él con 18- y recuerda lo que él le dijo en francés y lo que ella le contestó, la gente rompe a reír, ¡y qué le vamos a hacer, si es que Juana lo cuenta así!

-Muchos de los personajes que ha interpretado comparten la alienación del sistema patriarcal sobre las mujeres. ¿Esto los trae a la actualidad?

-Por supuesto. Ya lo dice Juana en el momento en que va a verla su hijo el emperador, que solo fue a visitarla una vez y que ni siquiera hablaba castellano. Yo lo he sentido mucho porque, además, cuando yo era pequeña adoraba al emperador, ¡así que imagínate qué desilusión cuando descubro que nunca habló en castellano! Bueno, pues cuando va a verla ella le corona y dice: "Cuando yo no esté aquí, le cederé la corona a mi hijo Carlos, porque eres varón, y eres primogénito, y anhelas estas ambiciones". ¡Qué texto tan bonito! Y lo dice con un dolor... ¡Ay, cómo me ha puesto esa escena Gerardo Vera!

-¿Se escriben buenos papeles femeninos en España?

-Bueno, se escriben pocos. Y luego, como decían el otro día en la gala de los premios Goya, si encima La Celestina la hace José Luis Gómez (risas). ¡Y lo hace maravillosamente, por cierto! Qué gran actor es José Luis Gómez. Pero bueno, valga como anécdota. En mi caso particular, yo no tengo queja de nada, porque tengo tanto trabajo que no puedo permitirme ese lujo. Yo soy de las pocas actrices de mi edad en esa situación y quizás es porque sé el momento en el que vivo. Por eso, ni me he operado de estética, ni quiero papeles de jovencita, ni minifaldas, ni zapatos de tacón. Lo del pelo alborotado y las medias de color ya lo hice yo cuando tenía 24 años. Hoy tengo 77 años y hago lo que corresponde.

-¿Es difícil sustraerse a esa presión mediática que ejercen los cánones de belleza?

-Pues en mi caso, te diré que tengo muy buena cabeza, muy buena memoria y, además, dos hijos que me enseñan el camino. Al principio era mi madre quien lo hacía y después han sido mis hijos. Yo recuerdo cuando mi madre me decía: "Ay, no te pintes tanto, hija, que cada día te pintas más y la pintura envejece". Pues ahora son mis hijos los que me lo dicen: "Mamá, no te pintes", aunque yo me pinto los labios porque me gusta, y ya está. ¡Así que pelo blanco como Judi Dench, como deben ser las actrices americanas mayores que no se operan de estética y saben aceptar su edad! En España, salvo Nuria Espert, Lola Herrera y yo, casi todas andan en estos menudeos. No es lo que manda en mi vida.

-¿Le queda algún sueño por cumplir a Concha Velasco?

-Se dice que los sueños, sueños son, ¿no? Pero a mí se me han hecho realidad muchos. Se me han convertido en realidad los premios que tengo y tantos otros personajes maravillosos que me ha regalado esta profesión. Así que ya solo pido que Dios me dé la oportunidad de morirme dignamente y dejar un buen recuerdo a mis hijos, y que sus sueños se conviertan en realidad. Los míos, prácticamente, se han cumplido todos.