Yolanda Guerrero Doménech es periodista desde hace casi 30 años. Trabajó 26 de ellos en El País y ahora acaba de publicar su primera novela, El huracán y la mariposa, con la que ha removido unas aguas hasta hoy quietas y subterráneas: las adopciones problemáticas.

-¿Por qué ha decidido escribir sobre un tema desconocido y, en muchas ocasiones, tabú?

-Mi intención primera ha sido ayudar a las familias que sufren. Precisamente porque es un asunto escondido, lo que no significa que no sea mucho más habitual de lo que imaginamos. Las adopciones son hermosas historias de amor aunque no siempre tengan finales felices. Y en muchos casos no los tienen porque las familias sufren los problemas en soledad por temor a ser juzgadas y condenadas por la sociedad. Pero eso no solo crea familias desgraciadas sino que, sobre todo y primordialmente, no beneficia a los niños, que son los protagonistas auténticos de cada una de estas tragedias.

- La novela describe un trastorno común en algunos niños adoptados, el del apego. ¿En qué consiste?

-Básicamente, en la ruptura del vínculo que a todos nos une con la persona que vela por nosotros desde nuestro nacimiento. Si estos adultos fallan en su labor de cuidadores (abusos, malos tratos, abandono), el niño piensa que todos los demás serán iguales. Y desconfiará patológicamente de ellos. Esta desconfianza se traduce en agresividad, retraimiento, aversión hacia su nueva familia... No soy psicóloga, pero he consultado a muchos para escribir la novela y gracias a esta labor de documentación he conseguido, creo, describir en forma de ficción una adopción marcada por este trastorno y por el huracán que desata a su paso.

-La novela está narrada a través de tres personajes que hablan en primera persona. ¿Por qué ha elegido tres voces para contar una sola historia?

-Principalmente porque he tratado de ser objetiva. Por un lado, deseaba plantear al lector una historia muy dura que no podía ser contada desde la perspectiva de un solo personaje o con la frialdad de un narrador en tercera persona; por eso quise que sus tres protagonistas (madre, hija y abuela adoptivas) relataran su drama desde tres ángulos diferentes. Por otro, pretendo que el propio lector se ponga en la piel de cada uno de los personajes. No hay buenos ni malos, ¿qué haríamos nosotros en su situación...?

-Y cada una representa también un sentimiento distinto.

-Por supuesto, Ángela, la abuela, es la imagen de la impotencia ante un problema que no ha provocado ella pero que le desgarra el corazón; Sofía está destrozada por la culpa por no haber sabido ni podido ser madre, y Camila-Marina, la niña adoptada, es el huracán, la rabia, la furia contra una sociedad que la mutiló desde su nacimiento y que le ha cercenado la capacidad de amar. Son tres personajes despedazados a los que les une un sentimiento común: el dolor.

-El personaje de Camila es especialmente interesante, no solo en su versión psicológica sino también literaria. Su lenguaje es peculiar...

-Camila-Marina es, efectivamente, el personaje al que he dedicado más tiempo y más noches en blanco mientras lo escribía. Resulta muy difícil enfundarse en el alma de una niña que, como en algún lugar de la novela se dice, tiene una parte de ella gangrenada y ha debido extirparla para sobrevivir. De ahí que haya pretendido que su forma de expresarse sea tan confusa como su corazón. Mezcla palabras de México, de español castizo y de inmigrantes latinos. Y al final le sale un lenguaje que, como confiesa, a veces ni ella misma entiende.

-Un huracán y una mariposa en el título, ¿por qué?

-Porque he querido representar la dicotomía en la que se debate un niño con trastorno del apego. En realidad, aludo al mito de Perséfone y Deméter. La primera fue raptada por Hades, el dios del infierno, y su madre, rota de dolor, prohibió a la tierra dar frutos hasta recuperar a su hija. Cuando ésta regresa del inframundo, come cuatro granos de granada y queda atada al averno durante cuatro meses cada año, los meses del invierno en los que Deméter convierte al mundo en estéril. Así son esos niños, como la Perséfone umbría, un huracán de desolación y tinieblas cuando los rapta Hades, pero también como la Perséfone que, al regresar del Tártaro, da lugar a la primavera... una mariposa libre y sin crisálida.

-¿Ha recibido reacciones de los lectores desde que se publicó la novela, a finales de mayo?

-¡Muchas y prácticamente todos los días! Algunos lectores me explican que han padecido y padecen en silencio historias similares a la que cuento en mi novela, otras incluso más estremecedoras. Muchos confiesan que cuando decidieron hablar en voz alta ya era demasiado tarde. Y, para mi enorme satisfacción, casi todos coinciden en una frase: "Después de leer la novela, nos hemos dado cuenta de que no estamos solos". Eso ha sido lo que me ha impulsado a escribirla, ayudar a niños y padres que sufren, e instarles a que hablen, que pidan ayuda, que no se oculten tras la culpa y el dolor. A diferencia de lo que ocurre en mi novela (situada en los primeros 90, es decir, en la prehistoria de las adopciones internacionales), hoy hay excelentes especialistas en los trastornos de la adopción que pueden ayudarles.

-Periodista y ahora escritora de ficción, ¿hay una línea que separe las dos profesiones? ¿En cuál de ellas se quiere quedar?

-Cierto, ¡es muy posible que no exista esa línea! Mi querido amigo Miguel Munárriz nos formuló hace tiempo a un grupo de escritores una pregunta sencilla, "¿para qué sirve la literatura?", y nos pedía que respondiéramos con un solo párrafo. Podría haber resumido mi respuesta en la última frase del texto que escribí: "Sirve para la vida". Para eso, creo yo, debe servir la palabra, leída o escrita, periodística o literaria: para la vida. Imprescindible para vivir e imprescindible para entender la vida. Escribir mi primera novela me ha ayudado a comprender la vida, como me ayudó a hacerlo el periodismo. Solo que ahora, tras esta primera y extraordinaria experiencia, me gustaría seguir intentándolo por la vía literaria. Sí, creo que me voy a quedar un tiempo en la ficción...