En nuestro recorrido por los Cañones del Sil, recalamos en Rabacallos (Parada de Sil- Ourense), sentando nuestros reales en O Lar de Rabacallos, una instalación de turismo rural, muy confortable y de muy cuidado trato, en un rincón paradisíaco al pie del río, donde es posible "olvidarme del mundo y de mí". Cenábamos felizmente cansados, tras un día abrumador de belleza y de dicha, cuando entró en el comedor la típica familia de vacaciones: un matrimonio de mediana edad con tres hijos a caballo de la adolescencia y la primera juventud. Me dio en los ojos la muchacha, no solo por su belleza fresca, sino también por desplazarse con dos muletas y la pierna izquierda en el aire, pero sin que se le notara ningún deterioro aparente. Al típico "qué le pasó", aclaró su padre que era una tendinitis causada por el sobreesfuerzo peregrino en el camino de Santiago.

Un día leí o me contaron, no recuerdo bien, que para entrar en Galicia, el país por el que nunca se pasa y al que hay que venir, hay dos rutas. Una es el camino que desde Vilafranca entra por Piedrafita y O Cebreiro que es la ruta del sacrificio, la ascesis, la mortificación y el dolor, que el cristianismo habilitó para establecer la frontera con el islam, para impulsar el comercio de las indulgencias y para acabar, en realidad, postrados ante el sepulcro de Prisciliano, el heresiarca camuflado de Hijo del Trueno. Por él entran los peregrinos, inicuamente castigados por los vetustos administradores de la culpa y de las penas, llegan los ingenuos buscadores de presuntos bienes del espíritu y esforzados deportistas o fans de la aventura. Y la otra es la ruta de la inteligencia, de la belleza, de la dicha, del placer y del sentido más epicúreo de la vida. La más antigua, por la que llegó a Galicia la civilización de Roma heredera de la élade, primero, y más tarde el saber técnico de los monjes y la mística, que viene a ser la poética y la lírica de la creencia y de la vida. Esta ruta cruzaría el río del Olvido y por la Lusitania llegaría a la mar océano para abrirse al mundo nuevo.

La bella niña de las muletas se malogró en el adusto camino de Santiago y a curarse vino a la ruta saludable y venturosa del Sil. Tomemos nota.