Hace sesenta años de su nombramiento como enlace sindical y aún tiene despacho en la sede de CCOO. Julián Ariza Rico (Madrid, 1934) sigue representando en el Consejo Económico y Social de España a la organización que fundó en los 60 con Marcelino Camacho. Es el veterano de su sindicato. Confiesa que siente cierto pudor por seguir ahí a su edad y piensa en el año que viene como en el de su retirada.

-En tantos años ha cambiado el sindicalismo, el sistema de producción...

-Y la clase trabajadora. El sistema de producción induce ahora a una individualización que la normativa laboral trata de trasladar a las relaciones laborales. Hay un cambio de mentalidad: el trabajador no es solo un asalariado, es también un ciudadano y el sentido de clase está muy diluido.

-¿Un cambio para mejor o para peor?

-Tratar de resolver individualmente el estatus laboral es un error. Ante las agresiones y la involución en las relaciones laborales no hay una reacción contundente. Hay cierta tendencia a no asociarse. La acción de los sindicatos es universal y los beneficios de su acción se extiende a todos los trabajadores, sin necesidad de estar afiliados, y eso no estimula la afiliación, así que no tienen suficiente fortaleza para dar respuesta a las reivindicaciones en curso. Hay una central, que es la mejora del poder adquisitivo de los salarios, que en definitiva es una distribución más equitativa de la riqueza.

-¿No será el momento de replantear la función de los sindicatos?

-Lo estamos haciendo. En el último congreso de CCOO ha habido un relevo generacional y una toma de conciencia. Lo industrial ha perdido entidad, el trabajador y la contratación tienden a la fragmentación, hay un cambio de mentalidad... Hay que buscar nuevas formas de relación. El sindicato de tradición industrial va desapareciendo y está haciendo un esfuerzo por adaptarse. No es fácil, porque para este sistema productivo y para el capital somos un estorbo, un obstáculo para el desarrollo de la economía de mercado, porque condicionamos el precio del trabajo.

-Mucha gente los ve así, también trabajadores.

-La obligación del sindicato es que haya trabajo, pero que haya trabajo digno. La principal tarea del sindicato es que eso se lleve a la práctica, con una ordenación que proteja al trabajador. Todo lo que se ha conseguido ha costado dos siglos, sangre, sudor y lágrimas. No frenamos las iniciativas empresariales, lo que queremos es que se atengan a una normativa. Hay una hegemonía de la derecha, a nivel europeo y general, y el empresario es el sujeto a proteger. A mí me llama la atención el poco descrédito que entre la sociedad tienen los corruptores, que en su mayor parte pertenecen al mundo empresarial; y lo mismo ocurre con la evasión y el fraude fiscal.

-Los sindicatos también están envueltos en la corrupción.

-Efectivamente, se han cometido torpezas. Hay gente que no tiene cabeza, porque todo lo que se puede sacar de eso son miserias, calderilla. Pero mi percepción es que son escasísimos los casos y que el sindicato ha sido tajante al combatirlo, como se ha visto con las expulsiones por las tarjetas black.

-¿Qué piensa cuando ve a José Ángel Villa, histórico líder sindical de los mineros, entrando y saliendo de los juzgados por corrupción?

-Siento una mezcla de indignación y pena. Es increíble que alguien con el predicamento que él ha tenido haya sido capaz de dilapidar eso por la codicia.

-En lo político ha habido un gran cambio, con nuevos partidos; eso no sucede entre los sindicatos.

-Ha habido un intento para crear una tercera central pero no ha prosperado. Lo que sí ha crecido son los sindicatos corporativos, que pueden paralizar todo un sector y hacer mucho daño al sistema productivo, como ocurre con el transporte o la sanidad.

-¿Qué ha dejado la crisis?

-Se lanzaban llamamientos a hacer un esfuerzo por cambiar el modelo productivo, y no se está haciendo. Se sigue recurriendo al trabajo barato. España es un país con demasiados negociantes y muy pocos empresarios.