"Representar, salir a escena me repugnaba". "Yo no soy artista, ni quiero serlo". Son dos frases que pronuncia Josefina en La Ventura, la primera novela de Sofía Casanova, en la que la escritora coruñesa, inspirándose en su experiencia juvenil, denuncia el sistema de valores vigente en su época, la hipocresía dominante y el injusto trato a la mujer, condenada a ser madre y esposa, sin posibilidad de formarse y tener una ocupación remunerada que le permita ser independiente y no tener necesidad de recurrir al matrimonio. La Ventura (Ensayo de novela), prácticamente desconocida hasta ahora, al no estar incluida en la lista de obras de la autora, fue publicada por entregas en La Moda elegante, periódico de las familias, a lo largo de 1890 cuando la escritora y periodista ya se había casado con el filósofo Winzenty Lutoslawski y vivía en Polonia.

Como en otras ocasiones, Sofía Casanova -la primera corresponsal española de guerra, que cubrió para el diario ABC la Revolución rusa, hace un siglo- llevó a La Ventura su propia vivencia, la de una mujer que se vio obligada a trabajar como actriz de teatro no por vocación, sino por necesidad económica. Y, como su personaje de Josefina Ventura, la autora de El doctor Wolski y Galicia la inefable, vivió con frustración su paso por los escenarios, un aspecto de su vida omitido o ignorado.

El padre de Sofía Casanova desapareció un buen día, abandonando a la madre con los tres hijos, lo cual obligó a la familia a dejar A Coruña y trasladarse a vivir a Madrid para tratar de hacer frente a la penosa situación económica en que quedó.

Sofía Casanova -ahora lo sabemos gracias al testimonio de Rosario Martínez, incansable estudiosa de la escritora coruñesa, que lo cuenta en la revista de estudios históricos Nalgures- empezó a trabajar como actriz cuando solo era una adolescente, con el fin de llevar algún dinero a casa, y venciendo los prejuicios de la época, que veía con desagrado la profesión teatral, sobre todo en una mujer.

Al llegar a Madrid, Sofía y uno de sus hermanos acudieron a estudiar al Conservatorio de Música y Declamación. De esa época son sus primeras actuaciones en funciones benéficas. Con solo trece años, declamó en el teatro Variedades de Madrid (1874), donde leyó varias poesías. Tres años después, leyó unos poemas en el Eslava y en una velada a beneficio del Ateneo de la Unión Escolar. A la muerte de la reina Mercedes, recitó ante Alfonso XII un poema propio titulado Un consuelo.

La prensa madrileña siguió su carrera profesional y publicó que en la temporada 1878-1879 Sofía formaba parte del elenco del Teatro Español y representó obras de Ayala y Echegaray entre otros. En la siguiente temporada continuaba en la plantilla, con una obra de Zorrilla en cartel.

En la temporada de 1880-1881 pasó a formar parte del Teatro de la Zarzuela como una de las principales actrices de la compañía, y continuaría algún tiempo más en los escenarios pese a la incomodidad que le producía.

"Yo adoraba el teatro, el espectáculo, la fuerza de los dramas, decía los versos maravillosamente, pero no tenía temperamento de actriz", escribió, dirigiéndose a sus hijas en sus memorias de infancia y juventud, cuyo manuscrito guarda la Real Academia Galega."

"Me acobardaba el público, no oía al apuntador -prosigue-. Los grandes actores y actrices que por amabilidad o conocimiento dirigían algunos de los ensayos, se encantaban con mi voz, con mi dicción y me animaban a dedicarme al teatro -si perdiese la timidez...- yo era tímida, melancólica, calladita y me entusiasmaba ir al teatro -nuestra asociación tenía localidades en el Teatro Español- pero representar, salir a escena me repugnaba. Claro está que el contacto intelectual con el gran teatro clásico y romántico español me instruyó y me afirmaba en mi gusto".

Antes de cumplir los veinte años, Sofía Casanova había abandonado la interpretación por la poesía, tras publicar su primer libro de composiciones líricas, con ayuda de la Casa Real.

Según su mayor estudiosa, no consta que Sofía Casanova mencionase su faceta de actriz profesional, "ni siquiera en las cartas íntimas que conocemos. Pensamos que la causa de ese silencio ha sido la mala reputación que, en el sentir general, tenían en la época quienes formaban parte del mundo de la farándula, especialmente las mujeres", escribe Rosario Martínez.

"Sin fortuna -concluye- y con pocos años de estudio en la Escuela Nacional de Música y Declamación, ese período de su vida no debió ser para ella muy grato, sino más bien una prueba de valor que hubo de soportar, siendo casi una adolescente". Y así lo refleja la autora en La Ventura, que lejos está de ser una evocación feliz de aquellos tiempos. Al contrario, "en La Ventura se da por hecho que en la sociedad de la época es común la creencia de que el mundo del teatro no es moralmente edificante y la autora construye la novela para mostrar que es compatible la honradez de una joven con el trabajo de actriz, incluso si ese oficio se desempeña en el escalón socialmente menos considerado del teatro".

Josefina, la actriz de La Ventura, aceptó ser actriz para que su familia sobreviviera. Pero le quedó la culpa y por eso llegó a aceptar el sumo sacrificio: su propia muerte. Sofía no llegó a tal dramatismo.