Su obra se exhibió nada menos que con El gran profeta, de Pablo Gargallo, o Daphne, de Julio González. Entre estas famosas piezas se encontraba Amor divino, una de las más destacadas del escultor Emilio de Madariaga (A Coruña, 1887-Madrid, 1920), cuya prometedora carrera se vio truncada por su prematura muerte a los 33 años. Formado en París como autodidacta, bebió de la corriente simbolista. Era hermano del diplomático, escritor y gran europeísta Salvador de Madariaga, al que estaba muy unido. Amigo del popular médico Rodríguez, es autor del conocido busto barbado que, sobre una peana, se yergue en los jardines coruñeses de Méndez Núñez.

Amor divino, una estilizadísima escultura realizada en piedra arenisca policromada, que ahora puede verse a la entrada del Museo de Belas Artes, formó parte durante muchos años de la colección del Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, que organizó una exposición en el Palacio de Cristal del Retiro en 1985 en la que estaban representados no sólo Gargallo y González, sino también Mariano Benlliure o Emiliano Barral.

En su breve vida, Madariaga tuvo oportunidad de relacionarse con importantes figuras artísticas y literarias de la época -gracias a él su hermano Salvador fue presentado al poeta León Felipe- y dejó una corta pero señalada producción. Disfrutó del reconocimiento de sus coetáneos, sobre todo a raíz de su participación en la Exposición Nacional de 1917. Como dejó escrito el intelectual, Emilio vivió sus últimos seis años "en plena posesión de su genio creador".

De él hizo un busto que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Asturias; o la pieza titulada Dolor, una cabeza de bronce patinado que se expuso en una muestra sobre los artistas ante el cambio de siglo (1881-1925). Forman parte de su legado Ingenuidad, Retrato de un filósofo, Retrato del señor Cuervo, Dama eslava, Lujuria, Alma castellana o Amor profano, que con Amor divino, compone la inconclusa Trilogía de los amores.

Hijo de una numerosa familia -eran once hermanos- decidió a los 21 años irse a París, donde estaba estudiando ingeniería su hermano Salvador, cuya vocación ya por entonces se inclinaba hacia los estudios literarios. Los dos muy unidos, en la capital francesa -que todavía vivía los coletazos del affaire Dreyfuss entre los intelectuales- frecuentaron a amigos escritores, pintores y escultores.

A París, Emilio llegó dispuesto a ser escultor, a pesar de sus escasos conocimientos técnicos. No sabía ni dibujar, según su hermano Salvador, quien lo describió como "mal estudiante y díscolo", crecido en libertad y exento de condicionamientos académicos que limiten el genio creador. "Admirable economía natural", agrega en un largo artículo en Acción coruñesa de 1921.

"Así impulsado y dirigido por una virtud superior al arte, el artista, en él progresa rápida y certeramente. En menos de un año consigue una maestría suficiente para exponer -joven y desconocido- en la Societé National desde Beaux Arts; se adueña luego de la técnica francesa en el grado maravilloso que revela su Dolor y la sobrepasa pronto, siempre guiado por su estrella, para reintegrarse al hogar espiritual patrio, cuando, obligado por la guerra [1914-1918], se instala en Madrid, ya ha hallado su arte definitivo; ya ha hecho Dama Eslava, su Alma castellana, su Lujuria. Trae en sus presueños la Trilogía de los amores, que la muerte va a interrumpir", escribe Salvador de Madariaga.

"Este arte suyo definitivo no es otra cosa que la escultura moderna castellana, de la que él -perdone el lector la inmodesta verdad- es creador", añade, y que se refleja en la obra de Emilio, donde están presentes "lo más sobrio, lo más vigoroso, lo más rico en esencia espiritual que la escultura de Castilla ha producido en la época moderna", continúa Salvador.

"Y es que Emilio de Madariaga no era solo escultor, ni era solo artista. Era un hombre, pese a su juventud, labrado por la reja sin piedad del pensamiento", "de ahí su fineza intelectual" y "la riqueza de su técnica", prosigue Salvador, para quien su hermano es "un espíritu de titán en un cuerpo de niño, de niño enfermizo" y un joven "silencioso y poco hábil para la expresión verbal".

"La soledad suya que no tenía nada de misantropía, pues era amigo cordial y generoso, la soledad suya era más bien continuo diálogo con ese testigo que lleva dentro toda alma religiosa o poética y esta costumbre de vivir hacia dentro, continuando una juventud indocta y libre, explica la originalidad de sus creaciones", concluye en el citado artículo Salvador.

De vuelta a su ciudad, el joven escultor frecuentó al médico Rodríguez, muy amigo de su familia. "Recuerdo que de Emilio me decía lo que después sucedió, que en aquel desmedrado cuerpecito y en su cabeza aristocrática se encerraba un portento artístico de las formas", señala en un artículo Joaquín Martín Martínez, director de Acción Coruñesa y secretario del Ayuntamiento de A Coruña en julio de 1936 y fusilado un mes después por su republicanismo.

Pese a la diferencia de edad Madariaga y Rodríguez, a cuya casa iba a comer diariamente, "eran dos bohemios", sostiene Martín, "dos románticos" unidos por una espiritualidad común.

El escultor asistió al último año de padecimientos de su amigo doctor, que sufrió varias operaciones quirúrgicas en Madrid y en Santiago, mientras su propia salud declinaba también. Aún así, en verano de 1919, en víspera de una de esas cirugías, posó para que su amigo esculpiese el busto que lo iba a inmortalizar. El 18 de marzo de 1920, falleció Emilio de Madariagada en Madrid y el médico Rodríguez perdió a uno de sus grandes amigos. Un año después, murió él.