Era un armario capaz de tumbar al más pintado, y su vida giró en torno al demoledor físico. Hijo del hambre, el púgil coruñés Andrés Balsa (Mugardos, 1889) conoció la popularidad como luchador a principios del siglo XX. Tras sus espectaculares combates de lucha al aire libre en Estados Unidos, probó en el boxeo y llegó a aspirar al título de campeón del mundo de los pesos pesados frente al gran Jack Dempsey. Su carrera de púgil, sin embargo, fue una sucesión de fracasos. Rendido a la evidencia, volvió a España y recurrió al fútbol para ser entrenador del Celta, el Deportivo y el Valencia.

Hay muchas lagunas sobre la vida de este saco de músculos al que se le atribuyen distintos pesos y medidas. Cien kilos para unos, 120 para otros; que si 1,80 de altura, dos metros para otros, y hasta 2,15. En todo caso, Bull-dog, como le llamaban en América, tenía una fuerza hercúlea. Pero tenía una debilidad: carecía de toda técnica.

Andrés Balsa nació en una familia de labradores y era nieto de madre soltera. Creció entre penalidades hasta descubrir su habilidad para la lucha libre. Sus años en A Coruña, en la primera década del siglo XX, le llevaron de feria en feria dando el espectáculo, hasta que se enroló en un mercante y puso rumbo hacia Estados Unidos. En la cubierta del barco, dicen, fue donde aprendió a luchar, en las frecuentes escaramuzas nocturnas durante la travesía.

Hacia 1912 ya aparecen referencias elogiosas de Balsa en un periódico de Texas, que relata sus hazañas en combates al aire libre, según el periodista coruñés Carlos Miranda, que escudriñó en la prensa americana para encontrar datos del Hércules coruñés. Debió ser de los pocos que lo hicieron, porque pocas crónicas coinciden a la hora de contar la aventura de este hombre, que al parecer participó en una película del incipiente Hollywood luciendo músculo como gladiador.

Su éxito fue en alza. Balsa daba tremendos espectáculos y el público y la prensa lo agradecían. Tanto, que le dio alas para introducirse en el mundo del boxeo, creyendo que en el ring todo sería cuestión de fuerza también. Se equivocó de lado a lado el gigante coruñés, que pronto empezó a encadenar derrotas.

Pero mientras Europa se desangraba en la I Guerra Mundial, el Bull-dog, como lo llamaban, iba cosechando fama y dinero en los cuadriláteros de Cuba, México, Perú, Argentina.

Y, a pesar de no parar de recibir golpes, una serie de carambolas le puso en bandeja su gran oportunidad: cuando figuró como aspirante al título de los pesos pesados contra Dempsey en 1921 en Nueva York. No hay constancia de que lo lograra.

Por entonces, el periódico local El Noroeste lo situaba en A Coruña. Daba noticia de un combate en el antiguo Teatro Linares Rivas frente al campeón canadiense Al Anderson. Ganó Balsa, quien también peleó esa temporada en Ferrol, Madrid y Barcelona. Ganó en la mayor parte de los combates, lo cual le impulsó a volver a América con el ánimo de tomarse la ansiada revancha frente a Dempsey.

Junto a una imagen retadora de Balsa, un periódico norteamericano señalaba: "Este caballero de mirada feroz es un torero de España y aspira a la fama como gladiador pugilístico. Yo puedo torear al animal, ¿por qué no al hombre?". Para el rotativo, pretender pelear con Dempsey era desconocer el mundo del boxeo: "Su único entrenamiento de importancia fue en una plaza de toros y sobre una colchoneta", le reprochaba.

Era el mismo periódico que unos años antes había publicado este hiriente comentario: "Balsa sabe tanto del boxeo como un cerdo del uso del cepillo de dientes". Y, ahora, insistía en su falta de estilo: "Su método de pelea consiste en cubrirse la barbilla con ambas manos y de vez en cuando suelta una derecha como un hombre lanza una pelota de béisbol".

Tras los repetidos fracasos, Balsa decidió volver a España. Montó un gimnasio en Vigo y en esas estaba cuando el Celta lo llamó en 1916 para entrenar al equipo. Tres años después, regresó a A Coruña. El Dépor lo contrató como masajista. Pasó fugazmente y sin gloria alguna por el equipo blanquiazul, y a los pocos meses se instaló en Valencia para hacerse cargo de un club de guerra hasta 1946, año a partir del cual se le pierde la pista, según la mayor parte de las crónicas.

Hay una excepción. El cronista coruñés Alfonso Rodríguez Catoyra, que traza una biografía de Balsa de lo más exitosa -con hitos como el del teatro Colón de La Habana, en 1915, frente al luchador japonés Miyake-, asegura que en 1959 emigró a Brasil reclamado por su hijo Andrés, dueño de un importante patrimonio.

"Allí constituyeron una familia feliz y muy unida que vivía con gran holgura económica hasta que en el mes de diciembre de 1968 se produjo el fallecimiento de Andrés Balsa, hijo, víctima de una rápida y cruel enfermedad a los 43 años de edad", cuenta Catoyra.

El hijo murió sin dejar testamento, por lo que sus padres quedaron en una situación económica penosa, según su versión. Al enterarse unos amigos suyos de Valencia, lo pusieron en conocimiento del club de fútbol del que había sido entrenador, quien, "en un gesto verdaderamente admirable, le envió a los Balsa una cierta cantidad de dinero para que pudieran regresar a Valencia y asentarse allí el resto de sus días". Quién sabe.