Muchos socialistas viven la frustración por haber confiado en que su esforzado y militante voto a Pedro Sánchez serviría para devolver el PSOE a la izquierda o viceversa. Ilusión que iba mucho más allá de la mera venganza por la rocambolesca defenestración de Ferraz. Confiaron en que el nuevo Pedro Sánchez -Pedro II, como algunos le llamaron- aseguraría el "no es no" a Rajoy y el "sí es sí" a la izquierda. De hecho el lema de entonces fue precisamente, "Somos la izquierda". Con ese artículo determinado y determinante que facilitó la ilusión de la militancia más sana y más comprometida. Pero nunca el desencanto tardó tan poco en llegar. Ni seis meses. Hoy, los mejores socialistas viven dramáticamente su enésima frustración y piensan que han sido víctimas de un espejismo: esa ilusión óptica que, en este desierto de la política española, les hizo ver agua donde no la había y, muy probablemente nunca la había habido. Muchos de estos socialistas piensan que el error óptico no es culpa de nadie y hasta sospechan que el mismo Pedro II fue víctima del fenómeno. Es un efecto, concluyen, derivado de las especiales condiciones políticas del país que altera la natural refracción de la luz y produce el espejismo del que nadie se libra. La culpa, como de todo, es de Cataluña. Con todo se sienten frustrados, pero empiezan a resignarse y continúan su penosa marcha por el desierto, eso sí, abrumados porque no saben a donde podrán llegar.

Hay, sin embargo, otros muchos socialistas igual de frustrados pero para nada resignados, sino airados y cabreados porque han caído en la cuenta de que aquella ilusión óptica que los llevó a votar a Pedro II no fue un espejismo, sino un señuelo muy bien armado, únicamente destinado a salvar y mantener el modelo bipartidista, que tanto poder y prebendas les otorgó en el reciente pasado a cambio de entregar su alma socialista. Se cumplieron las proféticas palabras de Nicanor Parra que nos descubren cómo el corrupto sistema vigente se defiende y se hace perdurable: "La derecha y la izquierda unidas, jamás serán vencidas".

Es señuelo, no espejismo y por eso reviven Susana Díaz, los barones y las vacas sagradas que, esta vez, no necesitan defenestrar a Pedro II. Les basta con engullirlo.