La delación por envidia estuvo a la orden del día durante la Guerra Civil, y en las depuraciones del franquismo fue un móvil de primera magnitud. El caso de la maestra coruñesa María Barbeito, gran renovadora de la pedagogía y madre del escritor Carlos Martínez Barbeito, es ilustrativo. La inspectora de educación y reconocida maestra, fue señalada con falsas acusaciones por una compañera de carrera que pretendía su puesto. Se llamaba Rosa Buján y fue una de las instigadoras de las falsas acusaciones que llevaron a la muerte civil de la eminente pedagoga. Hubo otros nombres acusatorios, como los de Santiago Piñeiro y Julia Verdejo. Los tres evidenciaron una "conducta turbia respecto a mí", dijo María Barbeito.

"Quisiera hacer constar que creo carecer de un número suficiente de enemigos para despojarme de la opinión favorable de que gozo, pero conozco en cambio algunos envidiosos que pudieran escudarse en el secreto del expediente para causarme, de un modo directo o indirecto, el daño necesario a sus bastardos fines", escribía María Barbeito en su defensa de las acusaciones y falsedades que se vertieron sobre ella tras el golpe de Franco en 1936, con la pretensión de vilipendiarla y acabar con su gran proyecto de renovación pedagógico, inspirado en las ideas de la Institución Libre de Enseñanza y en el método Montessori, de cuya implantación en Galicia fue pionera.

"Llamo, por ejemplo, la atención de mis jueces sobre el hecho de que doña Rosa Buján -para la que el PP pidió una calle por haber sido la primera mujer concejal-, cuyas intrigas para ocupar mi puesto me son conocidas, es efectivamente mi sucesora en el cargo, para lo cual le estorbaba también la maestra más antigua del Escalafón en la Escuela, y a la que asimismo hizo víctima de su malquerencia", continuaba en su pliego de descargo María Barbeito y Cerviño (A Coruña, 1880-1970), y añadía: "En los cargos de mi expediente figuran extremos que aunque estimo calumniosos, no podían ser aportados por persona ajena a la Escuela, ya que se referían al orden interior del establecimiento, aunque, naturalmente, falseados".

María Barbeito pasó por un calvario de cuatro años hasta que fue definitivamente apartada de su plaza de maestra directora de la Graduada Da Guarda de A Coruña y del cargo de inspectora de Educación. Se defendió con uñas y dientes de las acusaciones e incluso ofreció a las autoridades fascistas una lista de personas que podían declarar a su favor, en la que había sacerdotes, militares, políticos de distintas tendencias, docentes de varias escalas, profesionales de la abogacía y la medicina... Finalmente y, tras una serie de recursos, la ilustre pedagoga fue depurada.

Le quitaron cargos y responsabilidades y, al no poder jubilarla porque le faltaban cinco años de trabajo de los 40 preceptivos, le dieron una plaza en una escuela coruñesa. Pero se encontraba "verdaderamente enferma", como ella misma dijo, y encadenó una serie de bajas para evitar incorporarse, después de ser arrancada de su gran vocación, como recoge la historiadora Ana Romero Maciá en María Barbeito: unha vida ao servizo da escola e dos escolares (1880-1970). Para amargarle la vida aún más, detuvieron a su marido, Juan Martínez Morás, dirigente del Partido Republicano Radical y de la Unión Republicana, pero de escaso relieve político, y al poco quedó libre.

El proceso de depuración de María Barbeito, iniciado en septiembre de 1936, además de lento fue complicado, pues confluyeron tres expedientes: el de inspectores de Primera Enseñanza, que debía llevar a cabo el Rectorado de la Universidade de Santiago (de cuya comisión formaban parte el rector Pedro Pena Pérez y los catedráticos Luis Legaz Lacambra y Manuel Romero Vieites ); el de la Comisión Depuradora del Magisterio de la provincia coruñesa y la Comisión C Depuradora del Personal de Instrucción Pública. María Barbeito tuvo que responder por escrito a cada uno de los tres pliegos de cargo, y se negaron a permitirle una contestación conjunta pese a coincidir.

El Rectorado la acusó de "filiación política izquierdista, acción ciudadana izquierdista y rusófila. Esposa de don Juan Martínez Morás, que es de extrema izquierda. Comulga con ideas del Frente Popular. Nunca fue religiosa y siempre anatemizó la Iglesia".

La pedagoga lo rechazó todo: "No tengo filiación política alguna ni jamás estuve adscrita a ningún partido ni de derecha ni de izquierda". De la supuesta rusofilia quedó literlamente "asombrada" y respecto a su marido dijo que "el parentesco con persona que profesa determinadas ideas no significa obligación de compartirlas; los delitos no pasan a través del parentesco". "La afirmación de que nunca fui religiosa, además de gratuita, era de índole delicada, por invadir zonas de mi más respetable intimidad", alegó, y explicó que guardó los crucifijos de las clases en acatamiento de la legalidad vigente.

La comisión Depuradora de Magisterio le reprobó "ser decidida partidaria de la coeducación", dar charlas en la Agrupación Republicana Femenina, "prohibir enseñar a las niñas las grandes gestas bélicas de nuestra historia", "descuidar la formación moral de las alumnas", "ser partidaria del Frente Popular", "formar una biblioteca escolar con predominio de autores poco recomendables", "invitar a personalidades de izquierda a visitar la escuela" y "abandonar la disciplina escolar". Argumentos para vencer pero no para convencer.