Antonio Suárez, máster en Geofísica por la Universidad de Stanford y máster en Finanzas por la Universidad de Londres, desarrolló su carrera profesional en la industria internacional de la exploración y producción de hidrocarburos, fundamentalmente entre Repsol y Chevron, y en el doble ámbito de la técnica geofísica y la gestión de activos. Actualmente trabaja como consultor internacional de energía.

-¿Qué sabemos de los hidrocarburos?

-Existe un pobre conocimiento sobre el petróleo y el gas, un mundo muy particular y desconocido que está absolutamente vilipendiado.

-¿Injustamente?

-Lo de la justicia es lo que cada uno quiera creer y en una sociedad donde cada uno cree lo que quiere creer, si hay algo que no nos encaja, lo dejamos de lado y el conocimiento y la razón acaban por no ser lo más importante. Cuarenta años trabajando en petróleo y gas me han enseñado que hemos hecho un trabajo excelente encontrando y produciendo petróleo y gas, pero deplorable diciéndole a la gente qué es lo que hacemos. Es una gran carencia de la industria que ha llegado al engreimiento de creer que se encontraba por encima del bien y del mal, aunque ahora está de capa caída.

-¿Cómo se podría mejorar la imagen del sector de puertas afuera?

-Abriendo las ventanas y que la gente sepa lo que haces. Pero la culpa la tenemos los técnicos que no participamos en los foros de opinión porque nos hemos dedicado a trabajar y porque teníamos que mantener una cierta confidencialidad por los permisos obtenidos para trabajar.

-¿Cuál es el mensaje más negativo que se ha trasladado del mundo de los hidrocarburos?

-Que es una compañía de petróleo. Se ha presentado como una multinacional superpoderosa que explota los recursos perecederos de los países en vías de desarrollo. La imagen es tremenda y hemos dejado que se establezca, igual que con el carbón.

-¿Qué vida le espera al petróleo?

-Yo diría que entre 20 y 40 años. Y es un tema económico. La Edad de Piedra no se acabó por falta de piedras. Y el petróleo no se acabará por falta de petróleo. Eso es un grito sensacionalista que utiliza gente con intereses particulares en mercados de futuro que están jugando con los miedos ajenos y la ignorancia.

- El proyecto Castor generó una alta contestación en España. ¿Qué acciones cabe tomar en esos casos?

-Transparencia, ventilación, hablar claro. A la madre naturaleza no la puedes engañar ni pretender que se comporte como tú quieres porque responde a unos principios físicos y, en función de cómo la trates, reacciona no por convicción, sino por reacción a lo que hayas hecho. Sobre esas bases hay que hablar con claridad.

-¿Están mal transmitidos los riesgos asociados a esos proyectos?

-Claro. Se ha dicho que no hay riesgo ninguno y es mentira. La negación es lo que se ha hecho mal. En Noruega han dejado de ser pescadores de bacalao para convertirse en una potencia y ahora son verdes, ecológicos y ejemplo para el mundo y se niegan a reconocer que lo han hecho sobre la base de la riqueza del petróleo, pero quieren ocultarlo.

-¿Hay alguna zona de la Península susceptible de la explotación de petróleo y gas?

-Lo que queda es poco y marginal. España es un país que depende tremendamente de la importación de hidrocarburos gaseosos o líquidos y todos los gobiernos han favorecido al máximo que se busque todo lo que se pueda.

-¿El paso siguiente es ponerse en manos de las renovables?

-Al cien por ciento, no. Antes del carbón estaba la leña y después del carbón fue el petróleo. Tras el petróleo, llegó el gas y no cabe duda de que vienen las renovables, que se desarrollan por subvenciones. En ese contexto estoy convencido de que el petróleo quedará como un producto de calidad, pero mientras no seamos capaces de generar electricidad de forma más eficiente y barata las renovables pueden ser competitivas en precio. Al final será la economía la que controle cuántos años va a tardar la transición.

-En aspectos de movilidad, el diésel es ahora uno de los más denostados.

-El coche eléctrico es maravilloso, pero lo primero que tienes que plantearte es dónde has sacado la electricidad para cargar esa batería. No funcionan más de lo que deberían tampoco por el peso de las baterías. A finales del siglo XIX se vendían más coches eléctricos que diésel o gasolina. El primer vehículo que rompió el récord de los 100 kilómetros por hora lo conducía un francés y era eléctrico. Lo único que hizo que el eléctrico no funcionara es que el otro era mucho más barato y no hay que cargar con las pilas. Si consiguiésemos almacenar electricidad en unas pilas que no pesasen, sería maravilloso.