Eduardo Mendicutti regresa a la juventud con Malandar, su última novela, con la que continúa la tradicional lucha de su literatura por la normalización de la homosexualidad. La obra, un relato de amistad y amor silencioso entre Toni, Miguel y Elena a través del tiempo, lo presentará esta tarde en la UNED de A Coruña, donde estará desde las 18.30 horas como parte de los XIV Encuentros con escritores del Centro de Formación e Recursos.

- "Escribir es una fatalidad", ha dicho. Pero aquí sigue.

-Sí. Es una fatalidad entendida como algo que no puedes dejar de hacer. Yo muchas veces pienso: "Pero yo, ¿para qué voy a escribir?" [ríe]. Y, sin embargo, lo hago. Uno está como condenado a escribir. Lo hace, incluso aunque en algún momento se haya planteado no seguir.

-¿Usted se lo ha planteado?

-Pues alguna vez, y sin embargo ya van veinte libros [risas]. Al principio era más difícil sacarlos adelante. Ahora, con una editorial, ya no tengo esas inquietudes de un escritor que empieza pero, precisamente avanzada la carrera literaria, llega el momento en el que dices: "Hasta aquí hemos llegado, yo ya he dicho todo lo que tenía que decir".

-Pero luego se encuentra con historias como Malandar . ¿Qué tiene el lugar para haber inspirado toda una novela?

-Se refiere a un lugar que existe en mi tierra, en Sanlúcar, y que a mí siempre me ha gustado mucho desde chico. La palabra también me gusta, y yo todas las novelas las empiezo por el título. No puedo empezar a escribir si no tengo uno. Lo necesito porque será el que marque el registro, el tono evocador o el tono más alegre? O la mezcla de ambos, que yo creo que es Malandar.

-Con él no quiere caer en la nostalgia, pero la historia no escapa a cierta idealización de la juventud. ¿Era inevitable?

-Sí. Todos idealizamos un poco la juventud, la memoria es otra manera de inventar. Incluso en aquellos pasajes que parecen más dolorosos, cuando narras, narras a tu favor. Por eso yo pienso que no hay que lamentar lo perdido. Hay que celebrar lo vivido, incluso aunque no sea bueno.

-Las vivencias que vuelca en Malandar se estuvieron gestando durante años, desde antes incluso de Otra vida para vivirla contigo . ¿Necesitaba tiempo una inmersión en el pasado tan grande como la de este libro?

-Necesitaba más reposo. Tenía que encontrar historias para Malandar que sirvieran de ilustración a esa vida que se cuenta, la amistad de tres personajes que esconde historias de amor cruzadas que no acaban de cristalizar. Tenía que apoyar toda esa historia central con otras que dieran cuenta, por una parte, de la vida del narrador y, por otra, de la vida que han vivido muchas otras personas a lo largo del tiempo en este país.

-Entre ellos usted, aunque a medias. No todo lo que se cuenta en Malandar es real.

-Sí. Algunas partes son autobiográficas, pero la mayoría no. Aunque sí responden a emociones y a cosas que compartieron otras personas que conocí. Lo autobiográfico no es solo lo vivido. Lo autobiográfico es también lo que has sentido, conocido, soñado?

-¿Cuáles son esas cosas que le gustaría haber vivido y que ahora sustituye por ficción?

-En la novela, al final cada uno de los personajes masculinos envidia lo que no ha hecho. Uno le envidia al otro que se haya casado y haya tenido un hogar estable -aunque le parece aburridísimo- y el otro le envidia al narrador la vida tan estupenda que ha llevado de un lado para otro. Yo no es que eche de menos asuntos como un hogar establecido, pero sí, en algunos momentos, el haber sido más atrevido.

-Parece que cuestiona el concepto de hogar.

-Es que el hogar no tiene por qué ser lo que convencionalmente se entiende por uno. Hay hogares transitorios, efímeros? Y eso es una manera de vivir atrevida, nueva. No hay que caer necesariamente en convencionalismos para vivir de una manera plena.

-Ni tampoco en el amor...

-Eso era lo fundamental. Malandar era una novela sobre el paso del tiempo, evidentemente, y sobre por qué no han podido cristalizar durante mucho tiempo propuestas afectivas que no son convencionales. Por qué a veces nos negamos a nosotros mismos la posibilidad de probar nuevas cosas que no tengan por qué ser aprobadas por los demás. Esos eran los motivos por los que quise escribir esta novela.

-Otro era el rol de la mujer. Reivindica el papel que ha cumplido en la vida de los homosexuales a través de Elena.

-Elena es una mujer muy lista, que sabe perfectamente lo que pasa entre ellos tres y lo que pasa entre Toni y Miguel. Lo sabe y está intentando encontrar una solución. A mí siempre me ha parecido muy importante el papel que las mujeres han desempeñado en la vida de muchos gays. A veces como amigas, otras como confidentes, o como tapadera. Han sido importantes, y me interesaba escribir una obra donde una mujer tuviese ese papel.

-Dice que es un papel que no puede cumplir ningún hombre, ¿por qué?

-Porque normalmente los hombres tienen miedo a esa comprensión, en el caso de los gays. Pueden ser muy amigos, pero siempre hay un punto en el que el acercamiento encuentra dificultades. En cambio, las mujeres son mucho más abiertas. Se ve también en la lectura. Las mujeres son grandes lectoras de mis libros, los hombres, no tanto.

-¿No le reciben hoy mejor?

-Sí. Aunque yo siempre he tenido la sensación de que muchos hombres, incluso críticos literarios, tenían dificultades para acercarse a mis novelas. Se limitaban a hacer la reseña, a contarla, pero había algo que les impedía entrar más allá del argumento. Pero eso está cambiando.