Un torbellino dulce. Es la sensación que transmite desde el primer momento Rossy de Palma. Habla rápido, claro, mirando a los ojos, riéndose y gesticulando mucho. Descalza en el salón del hotel en el que se aloja, confiesa que la Rossy actriz se come a todas las demás (la cantante, la dramaturga, la diseñadora...) que están "de uñas" con ella y frustradas, las pobrecitas.

- Da la imagen de una mujer muy fuerte. ¿También se derrumba?

-La fortaleza es, justamente, la vulnerabilidad. Te vuelves fuerte a base de sensibilidad. Analizas todo, comprendes y eso te hace fuerte. Lo peor es estar a oscuras, sin comprender. Mira los males que acarrea la ignorancia. Cuanto más sensible y curiosa seas, mejor. La curiosidad es la llave de la juventud. Soy fuerte porque soy muy sensible.

-O sea, que se hincha a llorar.

-A épocas, sí. Lloro fácilmente con cosas tremendas. Con la crisis migratoria. Ver a esas personas sufrir tanto, que todo sea tan absurdo y que no se ponga remedio. O con la posidonia. Ir a la playa y ver cómo la gente deja todas sus guarrerías. ¿Qué les costaría llevarse lo que han ensuciado? Son cosas para no parar de llorar.

- ¿Qué nos pasa a los humanos?

-No lo sé. Llevo obsesionada con la crisis migratoria muchísimos años. África está explotada, Occidente se ha construido con mano de obra esclava, sus riquezas están expoliadas, les roban descaradamente, pero sus habitantes no pueden venir aquí a buscarse la vida. Como dice una amiga, eso es una paradoja tremenda. Durante años guardé recortes de periódicos sobre este tema, sobre las pateras.

-Usted emigró a París.

-Soy hija de asturiana-vasca y de asturiano-asturiano, mi nariz es ADN vasco puro. Mi padre, desde niña, me decía: " Yes mundial, fía" ("Eres mundial, hija"). Y me lo creí. Recuerdo los veranos de infancia en Asturias, con la leche recién ordeñada, las praderas, la sidra... Pero soy de todos lados. Voy a Nueva York y me siento neoyorquina, lo mismo que también me siento ibicenca.

-¿Se ha sentido rara en algún lado alguna vez?

-La verdad es que no. Bueno, en una plaza de toros me sentí como los cristianos en la época de los romanos. Me sentí dividida. Comprendiendo la belleza de la fiesta, haría una liturgia simbólica. No hace falta matar ni decapitar a nadie. ¡Mira los moros y cristianos! No se matan. Se puede hacer algo más metafórico. Algunas cosas hay que reciclarlas ya.

-La conocemos más como actriz, pero es cantante, modelo...

-Dejémoslo en que soy artista.

-Vale, pero ¿la Rossy actriz se come a todas las demás?

-Totalmente. Las otras están cabreadísimas con ella porque dicen que no para de currar. Están frustradísimas. Soy una apasionada de las telas wax africanas y este año quería hacer algo para la Fashion Week de Dakar, con artesanos y una fusión flamencoafricana, pero no me ha dado tiempo. La Rossy cantante, la escritora, la diseñadora, están de uñas con la actriz. La quieren echar, pero hay un índice de prioridades. Además, soy una soñadora, visualizo lo que quiero hacer, pero luego no le pongo todo el power porque me gusta saber qué opina el destino.

- Lo que no le dejó al destino fue trabajar con Pedro Almodóvar.

-Lo seduje, pero de lejos. Lo acosaban mucho y pensé: "No le voy a acosar como todos". Lo tuve claro, quería trabajar con él. Fue amor a primera vista.

-¿Es de amor a primera vista para lo profesional y lo personal?

-Sí, hay una chispa y lo sabes. Pero siempre es todo muy inconsciente. No soy de estrategias ni de forzar situaciones. Me gusta que las cosas sucedan de forma natural. Si hay que forzarlas es que no tienen que ser. Y en el trabajo igual. Soy muy racional, muy virgo y cartesiana, pero también inconsciente y abandonada. Cuando la cabeza se mete por medio, se complica, pero cuando soy un vehículo de lo que se crea estoy conectada.

-Ahí no entra la vanidad de los artistas.

-Exacto. "Esta canción la he compuesto yo". Pues no, es el cúmulo de las influencias que has vivido y de las canciones de otro, que a la vez son un cúmulo... Tienes tus derechos de autor y tu dinerito, pero la vanidad de haber creado algo... De lo que se trata es de ser vehículo. Cuando haces cosas con las manos, ignorante de ti misma, te sientes bien. Es una meditación. No se trata de hacer algo, sino de dejar que algo se cree a través de ti. Eso es maravilloso. Mágico. No podemos vanagloriarnos de algo que es anecdótico y eso les pasa a veces a los artistas con la vanidad, pierden la conexión. No somos dueños del talento. Se puede manifestar a través de nosotros, pero no podemos decir "qué talentoso soy".

-¿Se puede vivir en este mundo de farándula sin vanidad ni ego? ¿No se la comen?

-Al contrario, soy un remanso de paz, un oasis. Tengo la suerte de familiarizar muy rápido con las personas, establecer una conexión rápida. La gente, conmigo, baja mucho la guardia, se quitan el corsé de protección. Hay algo en mí que hace que a la gente no le parezca amenazante y eso me gusta. Consigo relaciones muy buenas e intensas en lugares que son de lo más superficial. No hay que juzgar, la frivolidad es muy necesaria, con tanta profundidad nos ahogamos, es muy liberadora y te da ligereza.

-Se ríe de sí misma y de su nariz en un anuncio de cerveza. Si ahora tuviera 20 años, con tanto filtro de Instagram y Photoshop, ¿le habría resultado más difícil mantener su personalidad?

-Creo que no. Me siento muy de ahora. Me siento siempre como de 20 años. Soy muy niña en el fondo y cada vez estoy más cerca de la niña que fui. Soy curiosa y un poco rebelde. Agitadora y provocadora. Me gusta hacer que las situaciones cambien. Nunca doy nada por sentado, si no es lógico no te lo compro. Y me interesan mucho las personas. Si estoy contigo, estoy contigo. Eso sí, amo la humanidad, pero detesto la multitud. Me da terror. No me verás en unos sanfermines. Somos capaces de lo peor y lo mejor. La multitud me da yuyu.