Como buen hombre de ciencia, el biólogo evolutivo Svante Pääbo (Estocolmo, 1955), huye de las respuestas contundentes. Dirige en Leipzig el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, "un paraíso científico". Descifrar el genoma neandertal fue su primer paso en la revolución de paleoantropología desde la paleogenética.

-¿Usted se siente un revolucionario de la ciencia?

-Probablemente sea demasiado decir que soy un revolucionario. No obstante, estoy muy satisfecho de que el estudio del ADN haya pasado a ser una herramienta de gran utilidad que permite responder a muchas preguntas.

- El genoma neandertal viene a romper el paradigma de la biología de que especies distintas no pueden tener descendencia fértil. A la vista de su investigación, de que sapiens y neandertales tuvieron descendencia exitosa, ¿no habría que revisar a fondo ese principio?

-No existe una definición clara de especie, no sabemos a qué nos referimos con precisión cuando usamos ese concepto. Los hallazgos nos indican que el neandertal se mezcló con el hombre moderno, algo natural porque los grupos se unieron toda la vida cuando coinciden. Incluso los osos se cruzan y se mezclan entre ellos. Podemos decir por tanto que la mezcla de distintas especies es algo muy natural.

-La ciencia está en perpetua revisión, pero las verdades de la paleoantropología parecen más precarias, de continuo se alteran líneas evolutivas que parecían bien definidas. ¿Es así?

-Por un lado, los humanos, especialmente los académicos, tienen una compulsión por categorizar y clasificar absolutamente todo. Pero las distintas formas humanas se mezclaron cada vez que se encontraron. Los neandertales se cruzaron con los denisovanos en Asia. Los resultados de estas uniones, su descendencia, tuvieron éxito y siguieron reproduciéndose hasta llegar a lo que somos hoy en día. De ahí que se difuminen esas líneas. Pero esa impresión de la precariedad de la paleoantropología podría ser consecuencia de la tendencia de los periodistas a presentar cada nuevo hallazgo como un elemento para reescribir la historia humana, aunque no haya base científica para ello. Sí es cierto que aprendemos de manera continua y con los neandertales avanzamos mucho en ese conocimiento. Con la secuenciación del genoma conseguimos dar respuestas a cuestiones que llevan debatiéndose veinte o treinta años sobre los vínculos entre especies.

- ¿Desde la perspectiva de la genética usted se atrevería a definir qué es lo que nos hace humanos?

-No. La cuestión de lo humano es más filosófica que científica. ¿Qué separa a los humanos de otras especies que nosotros llamamos animales? Una acumulación de distintos cambios y fases. La explicación de las diferencias depende de a qué factor damos más relevancia: caminar de manera erguida, la utilización de herramientas, el descubrimiento del fuego, la organización de los grupos. Todos estos pasos son importantes dentro de un proceso gradual. Los neandertales vivían en grupos, tenían herramientas. Probablemente fueran distintos en términos de conciencia o de pensamiento, pero hace sólo 3.000 generaciones que estuvieron aquí. Es muy interesante pensar sobre cómo se hubieran desarrollado y quizá si hubiéramos convivido con otras formas humanas extintas ahora no marcaríamos tanto la diferencia entre animales y humanos, porque esa diferencia puede que no sea tan grande como pensamos.

- Usted desconfía de la morfología, que hasta la irrupción de la paleogenética era lo que sostenía las clasificaciones en el ámbito de su ciencia.

-Sí, es cierto. Siempre resulta muy difícil clasificar. Estamos hablando de procesos graduales y dónde establecemos la separación entre dos especies o dos grupos es algo que todavía no está claro. La genética tampoco nos ofrece una respuesta definida sobre esos límites entre especies.

-¿La paleogenética está dinamitando la paleoantropología clásica?

-No, en absoluto. Dependemos enteramente de los paleontólogos a la hora de descubrir los yacimientos, cavar y hallar las muestras. La paleogenética da mayor relieve a la paleoantropología, eleva su importancia.

- Su libro El hombre de neandertal lleva como subtítulo En busca de genomas perdidos . ¿Se considera más un Indiana Jones de la paleoantropología, un aventurero, o un hombre de laboratorio?

-Soy persona de laboratorio, sin lugar a dudas, pero ese trabajo puede ser tan emocionante como cualquier aventura, de forma especial cuando te enfrentas con hallazgos inesperados, cuando descubres una verdad con la que no contabas. Por ejemplo, cuando nos encontramos con los denisovanos. Este hallazgo fue una grandísima sorpresa, a partir de un hueso diminuto que nos permitió determinar que la madre fue una neandertal y el padre un denisovano y localizamos la primera descendencia de este cruce. En 1996 obtuvimos la primera secuencia de ADN mitocondrial de neandertal. Son momentos muy importantes.

- ¿Usted cree que alguna vez le pondremos cara a los denisovanos, una especie ahora solo acuñada a partir de su perfil genético?

-Determinar sus rasgos craneales y otros aspectos morfológicos es cuestión de seguir investigando. Hay muchos fósiles en lugares como China que tienen un aire cercano a los neandertales por lo que hay indagar si tienen el rastro genético de los denisovanos y con ese trabajo resulta probable que acabemos poniéndole cara.

-Una pregunta más personal. Su padre, con quien no tuvo relación, fue un premio Nobel de Medicina. ¿Esa figura ausente sirvió para empujarlo hacia la ciencia?

-No lo sé, ignoro si opera algún elemento subconsciente. Probablemente la influencia de mi padre me empujó a la Facultad de Medicina, pero no lo sé, es una pregunta compleja de responder. La influencia de mi madre sí resultó importante. Era química de formación, fue la que me llevó a Egipto, porque le interesaba mucho. Me atrajo la egiptología y cuando comencé a investigar el ADN antiguo era natural empezar por Egipto y por las momias porque estaban bien preservadas, pero con el tiempo me di cuenta de que era más fácil trabajar con animales porque tenemos problemas de contaminación y nos permite retrotraernos más en el tiempo.