Ingeniero de Telecomunicaciones de formación, la crisis lo dejó en la calle, montó su propia academia en una localidad de Madrid y, al ver que había familias que no se podían permitir clases de refuerzo, comenzó a subir vídeos a YouTube sobre matemáticas, física, química, tecnología y dibujo técnico que ahora también están en su plataforma, Unicoos. El año pasado quedó finalista en los Global Teacher Prize, los llamados Nobel de la Educación, y para Forbes es una de las cien personas más creativas.

-Si a un profesor de hace cien años lo ponemos hoy en una de nuestras aulas...

-Pues depende del colegio en el que caiga, pero sí, podría seguir dando clases. Evidentemente los programas didácticos no tienen nada que ver y las asignaturas han cambiado, pero una vez viera un poco lo que hay no creo que le costara mucho trabajo. Hay una tecnología y una burocracia que no existía hace cien años y, seguramente, hallaría menos respeto social y menos sueldo, incluso, que hace un siglo. La educación no ha cambiado todo lo que debería en estos cien años.

-¿Por qué?

-Para empezar porque a los profesores que están dando clase todos los días nadie les pide opinión cuando la Administración se dispone a hacer cambios. También porque cualquier cambio cuesta trabajo y exige un esfuerzo que los profesores no pueden asumir porque no tienen recursos. Los programas didácticos son anticuados, de hace 40 años en muchos casos, matemáticas, física, química, inglés... Hay profesores que se involucran y que quieren cambiar las cosas, pero se siguen impartiendo como cuando no había internet. En Historia se sigue pidiendo que se memoricen las cosas y en ciencias no se aprovechan los ordenadores para calcular.

- ¿No memorizar? ¡Sacrilegio!

-Claro que hay que ejercitar la memoria, pero es más importante saber por qué cayó Constantinopla que saber que fue en 1453. Es más importante saber por qué ocurrió la Revolución Francesa y qué consecuencias tuvo que el año o quién reinaba en ese momento. Esos datos los olvidará y los puede consultar en un instante.

-¿Y en ciencias?

-¿Para qué sirve saberse todas las fórmulas? ¿No es mejor que te dejen tenerlas, que no tengas que memorizarlas y que lo que tengas que hacer con ellas sea aplicarlas y darles un sentido práctico? Eso es lo bonito.

-O sea, adiós a la famosa lista de los reyes godos.

-Claro. Aprendemos lo significativo, lo que nos emociona o nos impacta, para bien o para mal, y a lo que le damos mucho uso. El resto lo olvidamos inmediatamente. Esto no es culpa de los profesores. Son otros los que hacen las reglas del juego, seguramente a todos les gustaría jugar de otra manera, pero no pueden. Tenemos que llegar a un modelo común de educación y adaptar la educación de nuestros niños al mundo real.

-¿Un modelo común? Ahora me habla de utopías.

-Los exámenes de selectividad deberían ser iguales en todas las comunidades. El mismo examen, el mismo día, la misma hora. Es la única forma de que todos tengan las mismas oportunidades y de que no haya suspicacias. Tu acceso a la universidad no puede depender de la suerte que tengas ese año en el examen. Y como eso, todo. No tiene nada que ver lo que da un cole con otro de la misma ciudad.

- Palabras y números. Son la pesadilla de muchos alumnos. ¿Por qué?

-Nos empeñamos en convertir en máquinas de calcular a los niños y no les enseñamos lo apasionantes que pueden ser las ciencias. La química es maravillosa, está detrás de los perfumes, los alimentos, los antibióticos... Pero los niños no lo saben. La física lo rige todo. Nos movemos gracias a la física, hay aviones y barcos gracias a ella y lo mismo con muchos juegos y deportes. Y las matemáticas... ¿Qué te voy a decir? Sin ellas no habría física ni química. Son maravillosas. Ahora es la profesión más demandada, está detrás del análisis de datos, la estadística, la probabilidad, el big data...

-Notas y deberes. ¿Sí o no?

-Todo, pero con matices. Como no les pongamos algún tipo de presión es muy difícil que los chavales se pongan las pilas. Los exámenes están ahí para que el alumno se ponga esa presión y tenga un objetivo. Hay que valorar el esfuerzo de cada alumno, saber lo que está evolucionando. Dicho esto, deberíamos cambiar lo que evaluamos. Hay que valorar otras cosas, no solo lo bien que se le dan las ecuaciones o el idioma sino también la capacidad que tenga para hablar en público, la asertividad, el sentido crítico, el trabajo en equipo... De nada sirve que un niño saque muy buenas notas en matemáticas si luego acosa a un compañero.

-¿Y los deberes?

-Lo que no consigan aprender en el aula lo deben reforzar en casa porque todos deben intentar seguir más o menos el mismo ritmo. Yo les pondría vídeos para que tengan un mismo punto de partida cuando se enfrentan a una lección. Si han visto antes algo les será más fácil, los niños que aprenden más lento podrán ver el vídeo más veces y ponerse al día.

-Hay gente infeliz porque escogió la carrera que tenía más salidas y no la que le gustaba.

-¡Hay que educar a los padres! Siempre defino el éxito de la misma manera: no es ganar más dinero sino trabajar en aquello que más te gusta. Vas a estar trabajando 40 años de tu vida y no hay mayor éxito que ir todos los días a hacer algo que te gusta, por mucho que todos los trabajos tengan sus inconvenientes. Siempre les digo que, siendo realistas, estudien lo que les apasione, no lo que más salidas tenga porque al fin y al cabo, de eso no tenemos ni idea. Yo estudie Ingeniería, que tenía salidas, y nos fuimos a la calle 3.000 ingenieros en un mes. Nadie quería estudiar Matemáticas y ahora es la carrera más demandada por las empresas. Todo cambia tan rápido que no podemos prever cuáles serán las profesiones del futuro. Hasta la de lingüista es ahora una profesión de futuro. En Google, si saben un poco de informática, se pegan por ellos.