Nuria Capdevila-Argüelles documenta desde hace años la historia del feminismo español. En ello trabaja con libros como Autoras inciertas y el reciente ensayo El regreso de las modernas, entre otros trabajos. Como editora, codirige la colección Biblioteca Elena Fortún (Renacimiento).

-¿Qué hace una catedrática de Estudios de Género?

-Tengo una doble cátedra en Estudios Hispánicos y Estudios de Género. Mi labor investigadora y docente pertenece a ambos campos. Llevo ya más de veinte años en activo. Soy una hispanista que analiza la historia, cultura y sociedad españolas de la época moderna desde una perspectiva de género, es decir, partiendo de la premisa de que la experiencia masculina no es representativa de toda la humanidad.

-¿La cultura española ha despreciado a las mujeres a lo largo de los siglos?

-La cultura, no. El patriarcado, sí. Y nos sigue despreciando porque la discriminación no ha dejado de existir y las estadísticas de brecha salarial, por poner un ejemplo, lo demuestran. El patriarcado es dominante. Históricamente ha gestionado los espacios culturales públicos y ha situado a la mujer gestora y productora de cultura en el cuarto de atrás. Esto no es un hecho español. Las mujeres siempre han producido cultura: literatura, arte, filosofía, teatro? Siempre ha habido disidentes. Nuestro deber es sacar estos mundos, contribuciones y genealogías a la luz; hay que desarmarizar, descubrir espacios secretos, ir más allá del silencio y la ausencia de la mujer en el canon. En ello estamos y cada vez somos más.

-¿Cómo ve el movimiento feminista actual en España?

-Fuerte y lo seguirá siendo. Las movilizaciones del 8-M se van a repetir este año. El 15-E ha sido una fecha clave. Esa fuerza, además, es necesaria. Eso sí, la historia nos enseña que las mujeres pagamos cara la fuerza. A mediados del siglo XX, María Laffitte, una de nuestras pensadoras feministas, escribió que el patriarcado agonizaba lentamente. Yo veo a Vox y a los trillizos que prefiero no nombrar como un resurgir del patriarcado reaccionario agónico, de valores tradicionales que privilegian al varón. Para lograr un pacto social igualitario, los hombres tienen que perder privilegios y tienen que estar dispuestos. No me sirve si en una Universidad un académico ve que discriminan a una colega y no hace nada porque no quiere meterse en líos. Quisiera ver a los hombres protestando por la brecha salarial. El feminismo es acción. Y ellos pueden actuar. Ver la discriminación desde la barrera es perder una oportunidad de erradicarla. Recientemente importantes figuras políticas han llegado a negar el machismo y la violencia de género o a confundir violencia doméstica con violencia de género. Es ética y moralmente injustificable. Tenemos que ser fuertes para poder decir que no se dará ni un paso atrás en materia de igualdad.

-Choca al leer El regreso de las modernas la opinión de algunos intelectuales como Ramón y Cajal sobre las mujeres.

-Ramón y Cajal se llevaba la palma en misoginia. Aunque hubo un novelista, González Blanco, que insistía en la importancia de dar a las mujeres una buena zurra de vez en cuando. Los aforismos misóginos de don Santiago y sus irritantes escritos cortos, recogidos en el librito La mujer, rezuman odio y crueldad hacia "el bello sexo". Las páginas misóginas de Marañón, Ortega y otros están ahí. No fueron, la mayoría de las veces, buenos compañeros de generación. Y hoy seguimos teniendo ilustres misóginos, pero no voy a mencionarte ninguno porque ya tienen suficiente propaganda y sus columnas.

-¿Todas las mujeres queremos y debemos aspirar a tener un "cuarto propio"?

-Todas las personas tienen un cuarto propio, metafórico, en la mente. Pero necesitamos un cuarto propio real, claro que sí, un espacio en el que estar en silencio, poder pensar. Carmen Baroja se daba cuenta de que por las tardes habitaba el tedio como se habita un cuarto propio, porque llenaba su mente. Es una de las partes más tristes pero reveladoras de sus memorias. No quería hacer un cuarto propio de la enfermedad que era para ella la insatisfacción y el aburrimiento de señorita burguesa sin nada que hacer. No quería habitar la tristeza y la debilidad física que acompañaba a su reclusión en el hogar. No quería que esa fatiga, delicadeza femenina, fuese el fundamento de su identidad por ser mujer y por tener una limitada relación con el mundo exterior. No quería y no sabía cómo luchar contra la tradición que le instaba a ser pasiva. Ella se dio cuenta de que la tradición creaba mujeres insatisfechas y tristes. Sabía que la respuesta estaba en el feminismo y la emancipación. Su problema vital no era que la libertad le estuviese vetada por ser mujer y estar vinculada a lo doméstico. Se definió como francamente feminista porque no veía diferencia entre los sexos, más que la dada por la educación y el poder económico, que lamentaba no tener.

-El maltrato se ha convertido en un elemento de batalla político en España.

-Es inaceptable y un insulto a la ciudadanía. Que la extrema derecha española ose cuestionar la persistencia de la violencia contra las mujeres es una vergüenza y una prueba más de la necesidad de una pedagogía y educación desde una perspectiva de género. Obligatoria. No es adoctrinamiento. Es educación. El argumentario que ciertos y ciertas líderes de la derecha han usado recientemente carece de todo rigor intelectual. Hay una violencia contra las mujeres por el hecho de serlo que es preciso erradicar. Eso no quiere decir que las otras violencias no sean condenables. Por supuesto que lo son. Pero la violencia de género, construida históricamente, recibida por las mujeres por serlo, no puede asimilarse a otros tipos de violencia porque entonces fortalecemos el machismo que la produce. Es así de sencillo.

-De polémicas como la contestación en las calles a la sentencia de La Manada , ¿qué llega al Reino Unido?

-Fue cubierto por la prensa británica. Recuerdo especialmente el trabajo de Sam Jones en The Guardian. Se habló de una violación grupal no condenada como tal.