- ¿Cómo se interesó por la historia de los coruñeses Fernando Quiroga, Jorge García y Humberto Fouz?

-Me la contaron hablando de la cantidad de casos de desaparecidos por ETA que están sin reconocer, pero la razón de escribir sobre ella es la suma de tres cosas. La primera es que es una historia totalmente sometida al azar, que marcó los pasos de estos tres chicos al encontrarse con los etarras en un momento fatídico. También es una historia emocionalmente inacabada, por lo que deja muchos huecos que hacen que a un escritor se le dispare la imaginación para rellenarlos. Y en tercer lugar está todo lo que tiene que ver con un viaje, el que hicieron a Biarritz para ver la película El último tango en ParísEl último tango en París, que se convirtió en una reminiscencia del cuento de Hansel y Gretel, que van al bosque y acaban en la casa de la bruja, de la cual no pueden salir.

- Llevó a cabo una investigación sobre los hechos. ¿Fue complicada?

-Nadie había intentado contrastar las informaciones que surgieron en 1973, por lo me di cuenta de que si quería hacer una historia de ficción tenía que hacer una pequeña investigación. El primer paso fue acercarme a las familias de las víctimas, ya que no pensaba hacer el libro sin su apoyo, puesto que era una intromisión demasiado privada. Pero me ofrecieron generosísimanente sus recuerdos, de los que me he aprovechado para crear unos personajes y dotarles de una personalidad.

- ¿Y cómo acogieron los familiares la novela?

-No sé si todos la han leído, pero los que me han contado que lo han hecho me han dicho que ha sido un trance duro porque en cierto modo es ofrecerles una versión de algo que siempre han estado imaginando pero que no se atrevían a asumir como verdad. Les ha supuesto también algo consolador al dar vida a lo que hasta entonces no era más que un recuerdo congelado, aunque no les he ahorrado, como tampoco a los lectores, el trance duro de vivir aquel momento, no escabroso, pero sí para experimentar algo parecido a lo que fue encontrarse con la tortura y la muerte.

- Y llegó incluso a hablar con antiguos etarras sobre cómo pudieron suceder estos hechos.

-A partir de tener la aquiescencia familiar, inicié un proceso de búsqueda de testigos aprovechando las confesiones de etarras con infiltrados o confidentes para encontrar un marco verosímil de lo que pudo haber pasado aquella noche y, sobre todo, por qué razón había sido. Intenté acercarme a etarras, exetarras, servicios secretos franceses de la época... que me dieron información de contexto sobre quienes se supone que lo hicieron. Atando cabos llegué a la conclusión de que la cúpula de ETA no estuvo al margen de lo que pasó aquella noche, sino que en un contexto muy tenso de ETA, la cúpula decidió que quienes les capturaron intentaran averiguar lo que supieran, lo que supuso entrar en torturas en las que se les fue la mano. A uno de ellos seguramente lo mataron al principio y esto propició que todos quedaran condenados a morir porque es obvio que pensaron que eran policías y que estaban fingiendo. Cuando se dieron cuenta de que no eran policías decidieron matarlos, y eso es lo terrible, porque hay un momento en que saben que son inocentes, pero deciden seguir adelante y se convencen de que pese a todo merecen morir.

- ¿Cómo es posible que se llegara a esa situación?

-ETA estaba en un momento de transformación y de conflicto, por lo que tenía convulsiones internas. Esa tensión se focalizó en la formación de bandos y, además, se estaba preparando uno de los atentados terroristas estelares, que fue el asesinato de Carrero Blanco, por lo que los etarras tenían mucho miedo de ser infestados por servicios secretos o que hubiera desertores y confidentes.

- ¿Había una paranoia entre ellos?

-Efectivamente, una gran susceptibilidad respecto a lo que pasaba con ellos e incluso el liderato de la banda se compartía entre tres personas. En esa sopa de ambiciones políticas estos tres chicos llegan allí y acaban en una tormenta perfecta para ellos.

- ¿Cómo es posible que las autoridades españolas no investigaran lo sucedido?

- La novela no entra en eso. Por lo que he hablado con las familias sé que hubo un momento en que se abrió un caso judicial en el que no se encontraron pruebas y que Francia facilita una información muy liviana, por lo que los jueces españoles no toman ninguna decisión y los franceses se inhiben. Al llegar la transición el caso fue cayendo en el olvido y nadie se preocupó por él. Mi impresión es que los franquistas se dieron cuenta de que estos tres chicos no eran de los suyos, ya que eran trabajadores y cercanos al socialismo, por lo que pasaron de ellos, mientras que en la transición se pensó que era algo montado por los franquistas y que no era cosa suya, de forma que fueron perjudicados por ambos bandos. Pero yo he preferido centrarme en la amistad de los tres chicos, sus amistades, su vida privada, ya que su vida cercenada y frustrada es lo que más me interesaba, el poder reivindicar su vida y poner el dedo en la llaga y que el responsable político fue la cúpula de ETA.

- ¿No es sorprendente que ETA no haya admitido aún este crimen?

-No han reconocido muchos, ya que hay dos o tres centenares de casos de víctimas que no ha reconocido. ETA debería reconocerlo y pedir perdón, ya que no debería costar nada. Pero ETA es muy cerril y hacerlo sería abrir la puerta a algo que nunca haría: plantearse preguntas y respuestas, lo que es ajeno a todo nacionalismo cerril, que no asume la reflexión porque es una línea unidireccional hacia la causa y teme a las preguntas y las respuestas, por lo que nunca dirá la verdad sobre esto.